Usted está aquí: jueves 8 de septiembre de 2005 Opinión Toronto cumple 30 años

Leonardo García Tsao

Toronto cumple 30 años

Toronto, Can., 7 de septiembre. El festival de Toronto, quizás el más importante de Norteamérica por el volumen de películas y su funcionalidad como mercado, comienza hoy su trigésima edición, en lo que es el periodo más abrumador de actos similares. Todavía se están llevando a cabo los festivales de Venecia y Mon-treal, y la próxima semana principiarán los de San Sebastián y Montreal. (No, no he cometido un error. Por esta ocasión, Toronto ha sido enmarcado por dos festivales en la ciudad más conocida de Québec: uno ha sido creado para desplazar al otro, en una grilla que ya detallaré cuando escriba sobre el segundo.)

En ese embotellamiento de festejos similares, Toronto lleva la ventaja de no ser competitivo, lo cual le permite seleccionar títulos antes exhibidos en Berlín, Cannes y Venecia, e incluso coincidir con otros venideros (ocho títulos de la competencia de San Sebastián se podrán ver aquí, incluyendo Obaba, la nueva película de Montxo Armendáriz, que abre el festival donostiarra).

El único concurso en Toronto se da entre la abundante cinematografía local que, dicho sea de paso, constituye la sección menos atractiva del festival porque, salvo la obra de David Cronenberg y Atom Egoyan, digamos, el cine canadiense se ha caracterizado por ser anodino. Por cierto, las últimas creaciones de los mencionados realizadores, A History of Violence (Una historia de violencia) y Where the Truth Lies (Donde yace la verdad), respectivamente, no compiten porque sería desleal hacia las películas de autores desconocidos. De cualquier forma, ambas ya tuvieron su estreno mundial en Cannes.

Tal vez por eso mismo, la cinta que inaugura formalmente el 30 festival es Water (Agua), de Deepa Mehta, cineasta canadiense de origen hindú. Se trata de la Tercera parte de su llamada Trilogía de los Elementos, situada en su país natal (las anteriores se llamaban, claro, Fuego y Tierra). Uno reconoce el empeño y las buenas intenciones de Mehta, pero no se puede afirmar que su obra sea entusiasmante.

Por supuesto, la participación mexicana es reducida. Y no hablo sólo en términos numéricos. Están las dos previamente exhibidas en Cannes, Batalla en el cielo, de Carlos Reygadas, y Sangre, de Amat Escalante. Y el estreno fuera de México de Toro negro, documental de Pedro González-Rubio y Carlos Armella. Las tres también representarán al cine nacional en San Sebastián y de alguna manera confirman que los programadores extranjeros coinciden en esa mirada sobre lo mexicano como algo entre grotesco y patético. Sólo así se explica que propuestas con narrativas bastante más arriesgadas -Mezcal, de Ignacio Ortiz Cruz, Las vueltas del citrillo, de Felipe Cazals- no hayan sido tomadas en cuenta.

Pero el haber visto antes el material mexicano sirve, al menos, para ahorrar funciones... algo fundamental en Toronto, donde sobran las opciones y escasea el tiempo. Sin contar las películas que resulten hallazgos, en los siguientes 10 días no se puede dejar de ver las nuevas realizaciones de Abel Ferrrara, Terry Gilliam, Neil Jordan, Takeshi Kitano, Ang Lee, Takashi Miike, Roman Polanski Martin Scorsese, Steven Soderbergh y Vincent Ward, entre varios otros. En otros festivales uno tiene la certeza, como periodista acreditado, de tener la prioridad en las proyecciones. Pero no en Toronto, donde la preferencia le corresponde al público más cinéfilo sobre el planeta Tierra. Si los miembros de la prensa y la industria no consiguen ver las películas en las funciones únicas destinadas para ellos, conseguir un boleto para las públicas constituye prácticamente un milagro. La mayoría de las localidades están agotadas antes de comenzar el festival, y a uno sólo le queda entrar por influencias -porque conozca al distribuidor o publicista- o colarse a la mexicana alegría.

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