Usted está aquí: viernes 9 de septiembre de 2005 Opinión Sexo brujo, amor brujo

Amy Wallace

Sexo brujo, amor brujo

Ampliar la imagen Carlos Castaneda, cuando ten�36 a� en una boda a la que asisti�n una amiga, en 1962 FOTO Tomada del libro aprendiza de bruja Foto: Tomada del libro aprendiza de bruja

En nuestros ''encuentros íntimos'' Carlos me explicaba sus pintorescas teorías sexuales con todo lujo de detalles. La premisa fundamental de su magia sexual es que producía un silencio interior como el del zen. En alguna ocasión llegué a notarlo. Tras hacer el amor me sentía sosegada y agradablemente somnolienta. Desde luego, supongo que esto también le ocurre a la gente normal, pero Carlos insistía en que el esperma de un nagual era ''pesado'', y que si una discípula no estaba preparada, podía serle peligroso, agitarla e incluso enfermarla.

La magia sexual, decía, es el camino más rápido para conducir a un discípulo. El esperma pesado era corrosivo para la humanidad, un ácido que quemaba la naturaleza humana, transformando a la receptora en una bruja. Cuando Carlos tenía un orgasmo me repetía la orden de que ''tirase del esperma'' hacia el cerebro, lo cual iba a alterar la composición de mi mente. Dijo que por haber hecho el amor con él yo ya era una bruja y que el hombre que en adelante hiciese el amor conmigo recibiría beneficios mágicos, una especie de pase de libre acceso al Infinito y a la Libertad. Yo lo llamé ''Programa de Kilometraje Plus'', pero no le hizo gracia. Para los discípulos masculinos, explicó que la mujer nagual ''podía conducirlos al silencio interior mediante el coito''.

Carlos se refirió a las teorías sexuales expuestas en el libro de Taisha diciendo que los hombres normales dejan filamentos de energía en el útero de la mujer con cada eyaculación. (Florinda me informó rudamente de que Carlos esto se lo inventó para tenerla ocupada y también porque ella era una mojigata.) Dichos filamentos los llamaba ''gusanos'', e iban drenando a las mujeres durante toda su vida, mientras los hombres se alimentan vampíricamente de ellas hasta el fin de sus días.

Cada nueva eyaculación ''encendía'' automáticamente los antiguos filamentos de la mujer, alimentando a todos sus compañeros sexuales previos y dejándola a ella negativamente afectada. Esa es la razón, explicó, de ''la indiferencia general de las mujeres''. Incluso contando con el inmenso poder de nuestros dos cerebros, siendo el útero el segundo, las mujeres estábamos tan cansadas que dejamos que ''los hombres manden en el mundo''. El único remedio eran siete años de celibato y el ejercicio de recapitulación, o el sexo con el nagual. Cualquiera de las dos opciones debía ir seguida de toda una vida de celibato si se deseaba acumular la energía para recorrer el camino de vida y ''muerte'' del brujo.

Carlos podía tener varias eyaculaciones, tres o cuatro en rápida sucesión. A mí -y al final también a quienes asistían a sus apariciones públicas- me explicó que antes de conocer a don Juan era ''un hombre corriente de un solo orgasmo, ¡nada! ¿Un chorrito y fuera!'' Me dijo que un día don Juan le envolvió el pene con unos paños empapados en hierbas, que cambió a diario durante tres días. Carlos sintió que sus genitales se expandían enormemente ''¡hasta los pies!'' Cuando le retiró los paños, tenían el mismo aspecto de siempre, pero ahora poseía poderes eyaculatorios múltiples.

Sobre el orgasmo clitoridial se mostraba burlón. Lo consideraba débil e insípido, aunque no lo ignoraba completamente. Creía que casi todas las mujeres y hombres eran frígidos, que todos éramos propietarios de una ''barra de energía'' que seres de otros mundos nos habían roto causando efectos dañinos en el sexo humano corriente. Esta ''barra rota'' impedía que las mujeres experimentaran orgasmos vaginales profundos y que los hombres no tuvieran lo que era su derecho de nacimiento: el orgasmo múltiple. Las barras de energía de las mujeres ofrecían un aspecto sencillo a los ojos de alguien que ve: una barra recta de varias pulgadas de longitud que cruzaba el vientre. Las de los hombres, sin embargo, eran complejas y delicadas; recordaban la forma del cuello y pico de un cisne. Se trataba de unas estructuras más fáciles de quebrar que las de las mujeres y más difíciles de reparar. Un conocido de Carlos de su época universitaria en la UCLA, que prefiere conservar el anonimato, me contó que en los años setenta su línea de seducción era algo distinta. En lugar de ''reparar la barra de energía'', se ofrecía a ''implantar el nagual''. (Otra expresión era ''penetración chamánica''.)

''Tenía el don de percibir lo que la otra persona deseaba escuchar'', recordaba este conocido. ''Su comportamiento impredecible, su inaccesibilidad, etcétera, desencadenaba en algunas personas un vivo deseo de ir en pos de él -el refuerzo intermitente siempre conforma y controla el comportamiento mejor que las gratificaciones continuas. De hecho, sus movimientos eran convencionales, una mera variante de besos en la mano, ramos de flores y serenatas, seguidos de no hacer ni caso, seguido de una completa reaparición con una atención total. Dicho comportamiento llegaba al extremo de repartir chucherías, anillos y licencias de boda para impedir que las señoras se lo hiciesen pasar demasiado mal. Quería gustar, soltar sus monólogos, y cuando no estaba 'aterrado' por algo o por alguien (normalmente una persona de cuyos conocimientos planeaba aprovecharse), era muy divertido, un imitador cruel. Necesitaba desesperadamente que se le prestase atención, y justificar lo que fuera que estuviese haciendo... su necesidad de adulación era tremenda''.

Cuando en sus charlas Carlos hablaba de temas sexuales, los lectores de Castaneda se preguntaban por qué toda esa información vital no constaba en los libros. Florinda me dijo, ''Si hubiésemos admitido que teníamos relaciones sexuales, ¡es de eso de lo que todo el mundo se habría puesto a hablar!'' Irónicamente, observé, el hecho de no abordar dicho tema despertaba esa misma curiosidad que los brujos intentaban evitar.

Al predicar públicamente el celibato, el nagual confinó a los hombres en un círculo vicioso. Se burlaba cruelmente de los que se resistían a las mujeres atractivas y no aprovechaban las oportunidades que se les presentaban tratando de ser ''un buen guerrero''. Es un enigma que ha tenido que ser devastador. Para él, un personaje divertido predilecto era su abuelo, fallecido hacía largo tiempo, el cual cuando era niño le enseñó lo siguiente: ''No te puedes follar a todas las mujeres de este mundo, ¡pero puedes intentarlo!'' Carlos proclamaba que esta filosofía le parecía aborrecible y patética; pero hacia el final de su vida se vio claramente que la había seguido. Muni estaba convencida de que Carlos había seducido a más mujeres que nadie en la historia.

-¿Más incluso que Wilt Chamberlain? -pregunté escéptica.

-¡Ja! -se rió-. ¡Wilt no le llega ni a la suela del zapato!

Constantemente había expulsiones de hombres y mujeres de las clases (y siempre del círculo más íntimo) si se descubría que habían mantenido relaciones sexuales. Un aprendiz le dijo a Castaneda que solía ir con prostitutas y aparentemente dicha actividad se le permitía por cuanto supuestamente no había lazos emocionales. ¿Toda esta contradicción surgía de una perversa terquedad a lo Jekyll y Hyde en Carlos, o se trataba de una técnica pedagógica? ¿O bien eran su codicia y su narcisismo lo que le permitía racionalizar su propia necesidad y adicción a las conquistas y a la conservación del poder gracias a la prohibición de que se formasen parejas? Florinda alimentaba las hogueras de la confusión (en todo caso, la mía sí) haciendo bromas sobre la media docena de hombres que había en el grupo. ''¿Pero qué hombre de verdad se plegaría a estas condiciones?'', se mofaba, ''¡Coño! ¡Si es que no hay huevos!'' En privado, y comida por la culpa, nunca dejé de estimar las alegrías del cortejo y el galanteo, mientras fingía comulgar con mis maestros, que insistían en que aquello era el azote de la humanidad.

Tras algunos meses como amante del nagual, me resultaba imposible negar que estaba siendo receptora de un enorme mensaje muy mezclado. Por un lado, Carlos me había hecho jurar que nunca permitiría que ningún humano ponzoñoso entraría en mi cuerpo. Al mismo tiempo me aseguraba que yo ya era una bruja de pleno derecho que podía curar energéticamente a los hombres con mi ''poderoso poto'' y conducirlos a realidades alternativas. Me sentía a ratos limitada y a ratos todopoderosa, y mayormente confundida. Lo más difícil de todo era la prohibición absoluta de preguntas. Tenía que contentarme con las exclamaciones admirativas de Carlos: ''Ese, mamita, es un poto poderoso. ¡No te imaginas en qué te has convertido!''

Con más frecuencia que lo contrario, Carlos y yo hacíamos el amor con tanta pasión que nos agotábamos el uno al otro. Esos fueron los momentos más dichosos de mis nueve años en el mundo de la brujería. Pese a nuestros conflictos de personalidad y a que yo cada vez lo irritaba más con mi irreverencia respecto a sus normas y caprichos, que se asemejaban a los de una secta, sexualmente nos llevábamos de maravilla, lo cual creó un vínculo muy sólido entre nosotros. Quizás no haya nada más misterioso que la química sexual. Muni decía que como amante suya estuvo cuatro años sin sentir nada. Al final, algo cambió y sintió el placer que tanto había esperado. Y entonces -sus hombros se aflojaron con aquel doloroso recuerdo- su pasión por ella disminuyó. Florinda, por su parte, afirmaba que siempre se había quedado perfectamente satisfecha. Posteriormente oí que algunas de las amantes de Carlos habían intentado cerrar los ojos y pensar en el Infinito, pero que otras estaban excitadas y cariñosas.

 
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