403 ° DOMINGO 11 DE SEPTIEMBRE DE 2005
 

La sociedad civil a veinte años del terremoto
"No sin nosotros"

Carlos Monsiváis


I. DONDE APARECE LA SOCIEDAD CIVIL


El 19 de septiembre de 1985 la ciudad de México experimenta un terremoto de consideración que causa un gran número de muertos (las cifras de las autoridades jamás se establecen con seriedad, los damnificados acercan el número a veinte mil fallecidos). Al día siguiente, otro terremoto (o temblor) de menor intensidad reanuda el pánico y vigoriza el ánimo solidario. El miedo, el terror por lo acontecido a los seres queridos y las propiedades, la pérdida de familias y amigos, los rumores, la desinformación y los sentimientos de impotencia, todo ­al parecer de manera súbita­ da paso a la mentalidad que hace creíble (compartible) una idea hasta ese momento distante o desconocida: la sociedad civil, que encabeza, convoca, distribuye la solidaridad.

Ante la ineficacia notable del gobierno de Miguel de la Madrid, paralizado por la tragedia, y ante el miedo de la burocracia, enemiga de las acciones espontáneas, el conjunto de sociedades de la capital se organiza con celeridad, destreza y enjundia multiclasista, y a lo largo de dos semanas un millón de personas (aproximadamente) se afana en la creación de albergues, el aprovisionamiento de víveres y de ropa, la colecta de dinero, la localización de personas, el rescate de muertos y de atrapados entre los escombros, la organización del tránsito, la atención psicológica, la prevención de epidemias, el desalojo de las pirámides de cascajo, la demolición de ruinas que representan un peligro... A estos voluntarios los anima su pertenencia a la sociedad civil, la abstracción que al concretarse desemboca en el rechazo del régimen, sus corrupciones, su falta de voluntad y de competencia al hacerse cargo de las víctimas, los damnificados y deudos que los acompañan. Por vez primera, sobre la marcha y organizadamente, los que protestan se abocan a la solución y no a la espera melancólica de la solución de problemas. Cientos de miles trazan nuevas formas de relación con el gobierno, y redefinen en la práctica sus deberes ciudadanos. (El 18 de septiembre, el civismo es, si acaso, un término alojado en los recuerdos escolares.)

Sin debates previos, sin precisiones conceptuales, en cuatro o cinco días se impone el término sociedad civil, lo que, por el tiempo que dure, le garantiza a sus usuarios un espacio de independencia política y mental. Como es previsible, el impulso genera la pretensión de "cogobierno" en el empeño de salvar vidas y de restaurar o instaurar el orden urbano. En rigor, nunca son gobierno, pero esta creencia ilumina algo muy característico de los gobernantes: su rotunda banalidad. Ésta es la gran certeza de 1985: el descubrimiento de que la colectividad sólo existe con plenitud si intensifica los deberes y anula los derechos, si la sociedad civil es una idea todavía imprecisa, los cientos de miles que se consideran sus representantes le otorgan energía y presencia irrebatibles.

En un acto de "teoría confiscatoria", el presidente Miguel de la Madrid se opone al uso "irresponsable" del término, y añade: "La sociedad civil es parte del Estado. Pueden irse a sus casas. Ya los llamaremos si los necesitamos". ¿A quiénes les envía la rectificación y la orden? No a sus alumnos de la Facultad de Leyes, ni a quienes podrían ver en la televisión el pizarrón del aula, ni a la ciudadanía, sino, francamente, a nadie. El ímpetu de los que reclaman la condición de sociedad civil no se frena con puntualización de fin de semestre. Por su lado y tardíamente, con voces titubeantes, el regente del DF Ramón Aguirre y el PRI califican a la sociedad civil de entidad muy secundaria. Se reitera el apotegma del presidencialismo: en el país de un solo partido y un solo dirigente no caben los voluntarios, y el PRI y los funcionarios se aprestan a la compra de líderes y el maniobreo con los damnificados. Pero nada impide por una semanas la vitalidad y el compromiso de los obstinados en hacer de la ayuda a los demás el fundamento de la toma de poderes (Aún no se usa el empoderamiento). En última instancia, el concepto de sociedad civil rehabilita masivamente las sensaciones comunitarias y allana el camino para el "gobierno" de la crítica.

Desde el 21 de septiembre, en los medios políticos y académicos se levantan objeciones, algunas muy razonadas, otras muy razonables, a la fe en la sociedad civil. Las hay teóricas ("Se equivocaron en el uso del concepto"); se ofrecen reparos más bien pragmáticos (En asuntos de la nación, no hay bien que dure cien horas), y se esparcen las fórmulas cortesanas. "¿Para qué la sociedad civil si el gobierno monopoliza los conflictos y los amagos de solución?" Desde la arrogancia y el manejo del presupuesto se agrede a los que conciben una sociedad civil de autonomía orgánica, dotada de recursos analíticos, progresista (con la carga antigua de la expresión), y se les dirigen preguntas "capciosas"; ¿no es también sociedad civil la de los tradicionalistas de la derecha, con sus grupúsculos como Provida y la Unión Nacional de Padres de Familia y la autoridad litigante de sus jerarcas religiosos? ¿Por qué la sociedad civil debe ser forzosamente de izquierda? ¿Quién reparte "las credenciales" de la sociedad civil? Hablar de sociedad civil, se arguye, es, desde la antigua Grecia, mencionar la esfera donde se elabora la hegemonía. Y se cita a Gramsci, que pregunta si la sociedad civil es un aspecto de la dominación burguesa. "Si la ciencia política quiere decir ciencia del Estado, y el Estado es el complejo de actividades teóricas y políticas gracias a las cuales la clase dominante no sólo justifica y mantiene su dominio, sino que se las arregla para ganar el consenso activo de aquellos a quienes domina, será obvio entonces que las cuestiones esenciales de la sociología no son otra cosa que las cuestiones de la ciencia política" (Cuadernos de la cárcel).

Los teóricos marxistas insisten: la fuerza directa, la dominación y las sustituciones coercitivas de la "sociedad política" se sustentan en la hegemonía ideológica ejercida por la burguesía a través de las escuelas, las asociaciones privadas, las iglesias y otras instituciones de la "sociedad civil". Así, continúa la lección, lejos de ser una esfera autónoma de asociación voluntaria, a la sociedad civil descrita por Gramsci la constituyen el poder de clase, las relaciones de mercado, y las formas del consumo, como pasa con cualquier otra esfera de la sociedad capitalista. Y se concluye: no es tiempo de sembrar un tema en el campo de los buenos deseos, sino de ejercer las presiones que obliguen a la reforma del Estado... y allí los teóricos se desentienden del tema.


Cartón publicado en septiembre de 1985

El debate es primordial, pero carece de público. Ha sido tan opresivo el autoritarismo priísta que el término sociedad civil, con lo voluntarista del caso, más que detallar las movilizaciones resulta más bien la profecía que al emitirse construye realidades en torno suyo, psicológicas y culturales en primera instancia. Nada científico o sistemático, pero sí necesario. Invocados, los cientos de miles de voluntarios integran simultáneamente una visión premonitoria de la sociedad equitativa y su primera configuración práctica. Sin andamiaje teórico, lo que surge en los días del terremoto desprende su concepción ideológica de lo ya conocido, de lo que no sabía que se sabía, de las intuiciones como formas de resistencia, del agotamiento de las asambleas, de las vivencias del dolor y, muy especialmente, de lo inconfiable que resulta el depender de las autoridades.

Desde el gobierno, y con vehemencia, se resucita el pragmatismo, expresión antes peyorativa. Si el presidente Adolfo López Mateos (1958-1964) exclama: "A mi izquierda y a mi derecha está el abismo", el presidente De la Madrid podría decir: "Fuera del Estado sólo hay vacío conceptual y desacato administrativo". A las pruebas se remite: en unos cuantos meses, luego de las intervenciones del aparato oficial, parece asimilado (burocratizado, comprado en un remate) el espíritu del 19 de septiembre de 1985, todo lo que auspicia la pregunta del líder del PAN Carlos Castillo Peraza: "¿Quién es esta señora Sociedad Civil, que nadie sabe decirme dónde vive?".

Vaya lo uno por lo otro: al debilitarse el control inflexible del régimen priísta, se potencian los movimientos sociales, de organización precaria, de militancia fervorosa y volátil, de liderazgo adquirible por los funcionarios sin propuestas estructuradas de sociedad. Los "movimientistas" se rehúsan a la unificación que les haría "perder identidad", y con frecuencia desembocan en organizaciones clientelares, o, también se fracturan o desaparecen. Su credo es sencillo: la vanguardia del cambio no es ya el proletariado, el fantasma que en vano recorre los manuales marxistas, sino los movimientos.

Veinte años después: la sociedad civil revisitada

En los albores del siglo XXI, sectores diversos de la sociedad mexicana, a los que se creía inmovilizados en lo básico, prosiguen en la defensa de sus derechos, y lo hacen de manera desesperante y desesperanzada en ocasiones, pero sus éxitos consolidan la fe en la democracia (el concepto todavía es vago, pero la actitud que lo sustenta es el gran ámbito de la participación social), y, también, los avatares de la protesta popular, hoy calificada de movilizaciones de la sociedad civil, incluyen Organizaciones No Gubernamentales (ONGS), grupos urbanos, comunidades eclesiales de base, grupos feministas, agrupaciones ecologistas, organizaciones indígenas, grupos gays, grupos en defensa de los derechos de los animales, etcétera. Así todavía domine el autoritarismo, los avances de este sector son notables, tanto que lo quieren aprovechar aquellos que lo combaten: el gobierno de Vicente Fox, el Partido Revolucionarios Institucional (PRI), la derecha política (el Partido Acción Nacional), la derecha social, la derecha clerical (idéntica a la anterior, pero con temario más reducido), la burocracia del Partido de la Revolución Democrática (PRD), los intelectuales, y el miedo o la indiferencia de sectores muy vastos aislados en la desinformación. Pero con todo esto, y con los errores y retrocesos de la sociedad civil, el fenómeno persiste y se intensifica.

XI. DE VEINTE AÑOS DE SOCIEDAD CIVIL

Antes de 1985 se padece la sujeción absoluta al régimen de los sindicatos, las asociaciones, las organizaciones campesinas, incluso los organismos empresariales. De vez en cuando, un movimiento estudiantil, con la volatilidad previsible, desafía el control, y algo semejante ocurre con la resistencia sindical, pero la sociedad política se impone, y el apotegma del cinismo ("Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error") podría extenderse: vivir "fuera del Estado" es aceptar las represiones, las luchas internas, el desgaste, las frustraciones, el siempre comenzar de nuevo.

De la experiencia acumulada de fracasos y dispersiones proviene la urgencia de espacios liberados de las manipulaciones y las opresiones del régimen priísta. Esto explica en 1985 el auge de la "sociedad civil". Luego, en dos décadas, se fortalece la creencia en las soluciones utópicas contenidas en la indefinición de términos como sociedad civil, movimientos populares, organizaciones sociales y, ya en la década de 1990, Organizaciones No Gubernamentales (ONGS). Se intenta la independencia del sistema, y se aspira a la autonomía, al "escapismo" donde quedan ­¡al fin solos!­ los ciudadanos y las organizaciones. Al cambio de costumbres corresponde un deseo de ciudadanía y, crecientemente, de vida democrática, y a este proceso contribuyen activistas, académicos, intelectuales públicos. Los movimientos populares asimilan como se puede las divulgaciones marxistas y/o maoístas, y algo añaden, poquísimo. Se produce inevitablemente la confusión entre ciudadanos y "peticionarios con voz de mando"; se exige como desde fuera del Estado lo concerniente a las políticas públicas; la salud, los derechos agrarios, la vivienda, la dotación de agua, los aumentos salariales. Se implanta ­entre divisiones rituales­ la izquierda "movimientista", caen en descrédito los partidos políticos, y la convocatoria de masas le corresponde a los liderazgos que le dan a sus seguidores la certeza de participar en un movimiento social.


En 1985 no sólo cayeron edificios Fotografía: Marco Antonio Cruz

Un gran estímulo ­no sin polémicas, retrocesos y errores considerables de la organización y el líder­ lo dan el EZLN y su líder, el subcomandante Marcos, que sitúan la realidad indígena como "lo invisible" que exhibe la falsedad de las versiones oficiales de lo visible, y describe a la nación (la Patria en la retórica del EZLN) como la entidad monopolizada por una minoría, y que a lo largo de la historia sólo se abre a golpes de protesta, de resistencia y de lucidez. Se acepta progresivamente la profundidad del racismo, la deshumanización de los radicalmente pobres, la orfandad conceptual y moral de los gobernantes, y lo que Chiapas representa: el mundo de la escasez cercado por la violencia caciquil y gubernamental.

En una década, el EZLN y el universo indígena de México y América Latina "toman cursos" con la sociedad civil, esto es, con las organizaciones, las personas, los grupos de extranjeros y nacionales que responden a la causa de los marginales. Además, de los aportes específicos, esta sociedad civil asiste a encuentros, marchas, reuniones, conciertos, tocadas, sesiones intergalácticas, y repeticiones insaciables del rollo (el martirio de la sociedad civil se inicia en los discursos de los que explican todo desde el principio, como si las suyas fuesen las palabras inaugurales). De manera intermitente pero entrañable, la sociedad civil da lecciones de solidaridad, entrega, cordialidad, sentido del humor, y en momentos, de sana discrepancia expresada como reticencia o alejamiento. (La incondicionalidad desintegra la solidaridad.)

La sociedad civil a principios del siglo XXI: rebeldía, resistencia, anticipación visionaria del altermundismo, incorporación explícita de lo indígena a la vida nacional (la discriminación, así no se perciba, también discrimina a los que la aceptan), rechazo tajante de la versión del mercado libre como esclavitud laboral y opresión del consumo. Los desafíos son impresionantes: humanizar la política y la sociedad para humanizar la economía; creer en los demás para no imaginarse el futuro como la explosión demográfica de arcas de Noé... Lo ocurrido y lo vivido y lo pensado y lo aprendido en estos años dispone de momentos climáticos:

• La derrota del PRI en las elecciones presidenciales de 2000 y el arribo (anticlimático) de Vicente Fox, del PAN, a la Presidencia de la República;


De la Madrid. "Pueden irse a sus casas" Fotografía: Francisco Mata Rosas

• La fe en la democracia y el cambio como fuerzas ideológicas (los términos clave anteceden a las explicaciones);

• El uso generalizado de un vocabulario proveniente de las ciencias sociales que integra las explicaciones más frecuentes de las catástrofes y las alternativas;

• La ubicuidad del término histórico aplicado a casi cualquier situación: una reunión histórica, un debate histórico, un compromiso histórico... y el adjetivo resulta un sinónimo de memorable, pero con lo que queda del prestigio de ese "juicio final", la Historia;

• El deterioro incontenible de la clase política, una expresión que designó al priísmo, y hoy señala la caducidad de los beneficiarios de instituciones desacreditadas y muy ineficaces;

• La desconfianza o el rechazo de los partidos, a los ojos de la mayoría meros instrumentos de la utilización de la política como saqueo y botín;

• La "despolitización" de los jóvenes, un proceso con razonamientos culturales (la política es lo anacrónico) y psicológicos (ningún acontecimiento político es digno de confianza);

• El deterioro del sectarismo cuya expresión más lamentable y puerilizada en los años recientes es la huelga de la UNAM del Consejo General de Huelga (1999), de diez meses de duración;

• La presencia disgregadora de las situaciones económicas que desbaratan un gran número de planteamientos idealistas. "Es el empleo el que determina la conciencia."