Usted está aquí: martes 13 de septiembre de 2005 Opinión En memoria del 19 de septiembre

Marco Rascón

En memoria del 19 de septiembre

Hace 19 años la jerarquía de la Iglesia católica, en el primer aniversario del sismo del 19 de septiembre de 1985, se negó a repicar las campanas de Catedral en señal de duelo por las víctimas.

Todo aniversario lleva necesariamente una buena cantidad de retórica. Toda tragedia constituye no sólo una ruptura, sino también un espejo y, en el caso de las colectivas, son puntos de inflexión entre lo que somos y lo que queremos ser. Todo parto, nacimiento y renovación tienen dolor, sentimiento de pérdida y tragedia, por lo bueno que perdimos.

Al rememorar el 19 de septiembre de 1985 se debe enfrentar la retórica institucionalizada y oficializada sobre el "nacimiento de la sociedad civil", la "solidaridad" y la "cultura de la protección civil".

La retórica como recurso para eludir la autocrítica está presente porque, si bien son muchas las cosas que cambiaron y se ganaron, también hay otras que se perdieron, en el plano de los que luchaban y eran reprimidos, así como de quienes desde antes tenían como objetivo la transformación del país y de los que aprendieron desde el poder e hicieron de las lecciones del sismo políticas de contrainsurgencia.

Hoy que la historia es un estigma y un obstáculo para el pragmatismo político (porque la historia la hacen los que cambian de partido), va un breve recuento de lo que ganamos y lo que hemos perdido, empezando por la memoria:

La ciudad de México -sus plazas y sus calles- estaba sembrada, desde mucho tiempo antes, de aspiraciones democráticas, combatividad sindical, demandas campesinas, luchas guerrilleras, intolerancia gubernamental, prohibiciones anticonstitucionales, batallas por el derecho a la educación y a la salud, combates contra las políticas de austeridad y los planes de choque gubernamentales anticrisis. Se denunciaban la tortura y la desaparición, en un clima de cero tolerancia y repudio anticipado a lo que serían los consejos de Rudolph Giuliani.

El Distrito Federal era no sólo la capital por grande, sino por acontecimientos. Aquí se reflejaba la situación del país, las luchas regionales. Existían las combativas coordinadoras campesinas, de trabajadores de la educación, de movimientos urbanos populares y sindicales.

La cultura y el arte hacían sus propios espacios sin respaldo oficial, paralelos al PRI hegemónico, cuyos pilares eran las noticias maquilladas de 24 Horas de Jacobo Zabludovsky y Siempre en Domingo de Raúl Velasco, símbolo de la moral familiar y cultural del poder.

A toda aspiración se desprendía desde los gobiernos la palabra no, pero otro país aparecía por todas partes: en muros, plazas, foros, fiestas, escuelas y libros. En la ciudad y el país miles habitaban en viviendas deterioradas, con altas rentas y en riesgo. Los salarios estaban congelados y la represión contra la disidencia sindical era efectiva y rápida. En esa realidad se forjaron los principios para la lucha política, que nacía entre las ruinas del estatismo, el neoliberalismo y la vieja oligarquía beneficiaria del modelo anterior, el cual ganaba a manos llenas con la crisis y el proceso de liberalización de la economía.

Sin el sismo de 1985 no podría explicarse 1988, ni la elección de jefe de Gobierno del Distrito Federal, ni la derrota del PRI. Surgieron a lo largo de estos 20 años grandes movimientos urbanos y la nueva realidad se territorializó en barrios y colonias, donde las comunidades se fortalecieron e hicieron tejido con los sindicatos y los movimientos culturales.

Hace 20 años Eugenia León ganó en el Festival OTI de Sevilla con El fandango aquí, de Marcial Alejandro, sin respaldo oficial.

A lo largo de casi dos décadas Cuauhtémoc Cárdenas unificó y otros para sus intereses dividieron. Del amplio movimiento progresista y de izquierda nació la idea de una revolución democrática y esta idea se hizo partido y llegó a todo el país. En el mismo periodo el PRD terminó en manos de los adversarios.

De a pocos, de a uno por uno, pero en forma continua, perecieron centenas, ahora olvidados, porque los muertos impiden las nuevas alianzas. De manera imperceptible la revolución democrática se hizo transición pactada y fue traicionada.

Casi nueve años después de los sismos surgió de nuevo la imagen de Emiliano Zapata, y los pueblos indios, que hasta entonces eran inexistentes, aparecieron y se hicieron vanguardia con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Un indígena muerto con un rifle de palo en el mercado de Ocosingo movió al pueblo de México y al mundo, pues simbolizaba la utopía más sagrada, de darlo todo para todos a cambio de nada propio y sin esperar mejores condiciones para iniciar la lucha.

Se pensó que la "sociedad civil" podría sustituir el concepto de lucha de clases, mientras todo indicó lo contrario: los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres. Se aflojó la ortodoxia teórica con la idea de avanzar y ganar electores y en el PRD terminamos, como partido, siendo iguales a nuestros adversarios.

Lo que era alternativa terminó siendo asimilación y ahí se creo un gran vacío que ahora nos da como horizonte abrazar como posible "lo menos peor".

Y hoy todo el país es propiedad de Televisa y Tv Azteca.

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