Usted está aquí: martes 13 de septiembre de 2005 Opinión Debata con datos

José Blanco

Debata con datos

Carlos Slim representa -dijera un día un buen amigo- una parte significativa del PIB; no es extraño que sus puntos de vista tengan un peso específico notable en la opinión pública.

El pasado 6 de septiembre Slim refirió como dato alarmante un déficit de 17 mil millones de dólares en cuenta corriente. Los medios confunden fácilmente los conceptos económicos, entre ellos los referidos a la balanza de pagos. Parto del supuesto de que el ingeniero más rico del mundo sabe lo que es una balanza de pagos y cuáles son sus componentes. Pero sus últimas declaraciones provocan dudas serias sobre el asunto.

Lo primero que salta a la vista es el plazo al que se refiere: no lo sabemos. Al cierre de 2004 el déficit en cuenta corriente fue de 7 mil 355 millones de dólares: 43 por ciento del dato de Slim. Si se revisa el dato para el periodo 1990-2004 pueden observarse tres momentos: a) la crisis de 94/95, cuando el déficit llegó a un insostenible saldo de casi 30 mil millones de dólares, imposible de financiar; b) el brutal ajuste y la devaluación de entonces, más el salvavidas gigante de Clinton que desaparecieron el déficit, se diría, instantáneamente; c) la recuperación del crecimiento durante 1995-2000, con la cual volvimos a las andadas: el crecimiento del PIB vino acompañado de un aumento más que proporcional en el déficit en cuenta corriente; en 2000 el déficit superó los 18 mil millones de dólares.

A partir de 2000, con bajísimo crecimiento del producto y el logro permanente de la estabilidad macroeconómica, el déficit tuvo una sostenida tendencia a la baja y 2004 cerró, como dije, en algo más de 7 mil millones de dólares; saldo similar al de 1990, sólo que en este año exportamos poco más de 40 mil 700 millones de dólares, mientras que en 2004 las exportaciones ascendieron a casi 188 mil millones; un crecimiento de 4.6 veces. El mismo déficit tiene un significado muy distinto al de 1990; el de hoy es un déficit muy pequeño, equivalente a 1.1 por ciento de producto (1/3 del que exigió Maastrich a los países de la Unión Europea), y con las cifras de la coyuntura fue fácilmente financiable.

¿Significa esto que hemos alcanzado la capacidad interna de financiar el crecimiento? No, de ninguna manera. En primer lugar porque el crecimiento del producto es muy reciente y ya muestra señales de debilitamiento. En segundo lugar es preciso tener en cuenta que detrás de ese pequeño déficit en cuenta corriente hay dos elementos que es necesario caracterizar con precisión: las remesas y el precio del petróleo.

Si eliminamos las remesas de los mexicanos residentes en Estados Unidos de la cuenta corriente, el déficit en consideración sube a 3.6 por ciento del producto en 2004, más del triple. Lo cual quiere decir que las remesas equivalen a 2.5 por ciento del PIB: un mundo de dinero; con esto la economía doméstica adquiere otro aspecto. De otra parte, el precio del petróleo no deja de ser una interrogante permanente. Si el precio del crudo hubiera sido el previsto en el presupuesto de 2004, el déficit habría sido aún mayor. Es decir, el problema del crecimiento en el largo plazo sigue sin resolverse, atenidos ciegamente a que la estabilidad atraerá al crecimiento por arte de birlibirloque.

Las remesas, de otra parte, son transferencias privadas que, en efecto se convierten en consumo, que beneficia a familias de escasos recursos. He aquí una paradoja loca: dado que el Estado no hace nada para aumentar la productividad de la economía, los pobres de afuera, con sus remesas, contribuyen a mantener un peso fuerte, sobrevaluado, incidiendo negativamente en la competitividad externa de la economía y contribuyendo en alguna medida al crecimiento del déficit comercial, a la baja del PIB y al desempleo, parte del cual huye a Estados Unidos a enviar más remesas.

Ciertamente, al menos una parte de las mismas podrían convertirse en inversión, a través de proyectos productivos en los que el Estado pusiera por ejemplo 60 por ciento del capital semilla y los interesados el resto, con el propósito de crear fuentes de empleo permanente, para esas mismas familias que hoy convierten sus dólares provenientes del exterior, en buena parte, en gadgets.

Pero ello supone la intervención del Estado, que es en el fondo lo que Slim reclama. El mundo del revés: el empresario más rico clama por el Estado; el Estado voltea para otra parte rezando el credo del mercado.

En cuanto al petróleo, ciertamente se trata de uno de los capítulos más oscuros de la política económica de Fox. La mayor empresa de la sociedad mexicana manejada en la oscuridad. Todo el excedente petrolero debía dejarse en manos de Pemex y cuidar su uso como inversión, a fin de dejar de ser deficitarios en petrolíferos.

Paul Krugman se preguntaba hace poco cómo era posible que los miles de millones de dólares que los mexicanos en Estados Unidos envían cada año a México no hubiesen servido en nada para aliviar la pobreza de sus familias y sus regiones de manera sustancial. Parece increíble que así sea, pero es que, dijo un clásico, "y yo por qué".

 
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