Usted está aquí: martes 13 de septiembre de 2005 Opinión La estupidez

Pedro Miguel

La estupidez

La tragedia del 11 de septiembre de 2001 fue el mayor golpe de fortuna en la carrera de un político mediocre, provinciano y sin horizontes, a quien los ataques terroristas catapultaron al sitio de líder mundial, guardián de las libertades, heraldo de la democracia y guía de Occidente. Se ha especulado mucho sobre una presunta alianza entre Bush y Bin Laden, pero al menos en lo que respecta a la imagen y popularidad del primero no hay duda que ambos trabajan juntos. El fundamentalismo islámico abrió el camino por el que avanzó en estos cuatro años, a grados casi hegemónicos, una ultraderecha política anclada en el integrismo cristiano estadunidense.

La reacción (que no proyecto) del gobierno de Bush arrasó derechos humanos, soberanías nacionales, libertades individuales, estabilidades regionales y tejido social. El enrome poder de que el sistema de Estados Unidos confirió a su Presidente para que respondiera a la amenaza terrorista fue usado para arremeter contra las leyes y las instituciones internacionales, y malversado para imponer discrecionalidad y autoritarismo y para aplicar, en plena recesión, políticas económicas privatizadoras, generadoras de nuevos pobres y concentradoras de la riqueza.

El mundo vive con un miedo creciente y en una inseguridad redoblada. En la Europa sin fronteras hay que sacar de nuevo los pasaportes, las fuerzas policiales tienen licencia ampliada para hurgar en las entrañas de viajeros y transeúntes y empieza a volverse normal que cualquier personaje del Romancero Gitano (moreno de pelo ensortijado) sea puesto en prisión preventiva por actos de presunto terrorismo, que los servicios secretos intervengan en jadeos íntimos y transacciones privadas y que los gendarmes del primer mundo disparen a matar, sin remordimientos, a cualquiera que les parezca sospechoso de algo, como lo hacía la Guardia Nacional de Somoza. Además, los atentados de Madrid y de Londres dieron carta de naturalidad, en ciudades respetables de la vieja Europa, a carnicerías de las que antaño daban cuenta despachos procedentes de Indonesia y Sri Lanka. Y, a la larga, las consecuencias del infierno provocado en Irak han terminado por alcanzar incluso a la Casa Blanca.

Las guerras sin futuro en el exterior y el desprecio a los estadunidenses pobres han ido minando, ojalá que de manera irreversible, al grupo que sumió al mundo en esta cruzada demencial. "La guerra en Irak fue una falla de inteligencia", anota, en la más reciente edición de Newsweek, Evan Thomas, al hablar del presente declive de Bush, y en un contexto en el que el término "inteligencia" no se refiere únicamente a los servicios de espionaje; "la respuesta gubernamental a Katrina -agrega- fue una falla de imaginación".

Esta es la esencia de la contrarrevolución ultraderechista que ha cimbrado al mundo en los últimos cuatro años: una desoladora falta de inteligencia e imaginación. Mañana, o pasado mañana, o en septiembre del año entrante, o dentro de una década, esta pesadilla habrá pasado y la humanidad podrá dedicarse con un mínimo sosiego a buscar la manera de eliminar sus miserias. Por ahora, ha pagado un costo terrible para comprobar, por enésima vez, que, además de las ideas, el Progreso, la lucha de clases o lo que quieras, hay que incluir, entre los motores que mueven la historia, a la abrumadora fuerza de la estupidez.

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