Usted está aquí: martes 13 de septiembre de 2005 Opinión Adolfo Patiño

Teresa del Conde

Adolfo Patiño

Lo asentó en esta sección Merry MacMasters: la mañana del 30 de agosto el cuerpo sin vida de Adolfo Patiño, Adolfotógrafo, fue encontrado en el traspatio del edificio donde vivía. Se descolgó (y cayó) desde la azotea al entrar a su casa. Estaba orgulloso de su agilidad y practicaba esta especie de performance cuando dejaba las llaves olvidadas en el coche. Yo lo había visto pocas semanas antes, lucía su sonrisa que cautivaba por ser genuina y charlamos un poco. Reiteró su intención de presentar una retrospectiva en el Carrillo Gil y había visitado a Carlos Ashida al respecto. El proyecto de tal exposición existía desde hace unos 15 años, pero requiere producción, no sólo recolección y de sobra sabemos que los museos sufren privaciones que se acentúan cada vez más. Ashida le fue positivo.

La noticia cundió como descarga eléctrica. Jorge Alberto Manrique y yo nos dirigimos al velatorio del Instituto Mexicano del Seguro Social cercano al Hospital General, donde se reunieron familiares y amigos. Gustavo Prado y Armando Cristeto, este último hermano de Adolfo, se encargaron de que el recinto fúnebre contuviera símbolos de sus iconos predilectos: la Virgen de Guadalupe, Marcel Duchamp, Frida Kahlo, Andy Warhol.

Pedro Meyer digitalizó un retrato suyo que fue colocado frente al ataúd. Adolfo aparece en él con los ojos cerrados. Carla Rippey, desolada, nos decía: ''Adolfo fue muy buen padre para mis hijos". La hija mayor de Adolfo, Frida Olivia, asistió; la pequeña se encontraba en España con su madre al momento del deceso.

En el trayecto Manrique y yo recordamos el decurso de Adolfo, desde la instauración de las exposiciones fotográficas callejeras hasta la muestra que presentó hace poco en el Centro de la Imagen.

Como artista conceptual, Adolfo Patiño no tenía un arsenal de obra concretada (salvo algunas en colecciones públicas y privadas) ni el registro de sus acciones o intervenciones se equipara al de otros artistas. Ahora parecía al borde de cambiar sus giros profesionales. Pero no es lo mismo tener 50 años, que 25 o 40 en unos tiempos como los actuales en los que la juventud suele ser garantía, siempre y cuando se cuente con las relaciones pertinentes y la promoción adecuada.

Adolfo aseguraba que tenía tantos amigos como enemigos. Simpático, extrovertido, polémico, rebelde, siempre juvenil, a la vez era respetuoso con aquellas personas a las que él deparaba ''valía" o afecto. Creo que no pudo o no supo manejar ''las pasiones del alma" que comprenden la necesidad de reconocimiento por parte de instituciones y un pasable bienestar. Igual que otros, Chac, el diseñador, lo hicieron manifiesto; éste por medio de un pequeño texto difundido en El Correo Ilustrado el viernes 2 de septiembre. ''Que pena que te perdiste en el vacío. Nos quedamos sin tu osadía, tu rebeldía, sin tu gusto siempre grato de reírte de la vida. Pero no se vale, mi buen..." Insinúa, y lo comparto, que ese estar siempre en vilo, ese no encontrar lo que se busca ''en esta vida donde todo se pierde y nada se encuentra" hace evocar en su caso la ruleta rusa.

Su final le proporciona no los 10 minutos de fama que preconizó para todos Andy Warhol, sino la sensación de un epílogo en cierto modo performático, pero definitivo, como si su caída al vacío fuese secuencia de un hábito conductual en el que la posibilidad de tal desenlace resultaba posible; como una suerte de sacrificio brindado a su propia condición de artista. Este 2005, que ''era su año", lo fue. Entresaco las siguientes frases suyas del amplio espacio que le dedicó en entrevista Dulce María de Alvarado en su tesis (2000) para la Escuela Nacional de Artes Plásticas.

''Vivimos el síndrome del videoclip, de la historia inmediata". A pregunta de ella: ''¿Qué has hecho en los años 90?", responde: ''Algo muy importante, guardar silencio". Añade: ''El ritual tiene un enorme sentido performático y el performance se ha nutrido del ritual... Los ritos de vida y muerte, los ritos de sacrificio... Podríamos decir que México es un país performático sólo por sus rituales".

El fundador de Peyote y la compañía no pugnaba por destruir las instituciones, sino por transgredirlas y trascenderlas: ''ir más allá de lo que uno se propuso a los 20 años". A los 40 ''se pueden romper esas mismas reglas y a los 60 es posible hacer algo aún más extraordinario".

Admiraba a Marcos Kurtycs, Enrique Guzmán (le dedicó homenaje), Juan José Gurrola. Promovió a Laura Anderson, de quien fue pareja. Cerró su galería La agencia, pero se mantuvo cercano a aquellos ''marcos de referencia" que fueron su firma por bastante tiempo. Su Libro-Bandera (1983) le valió unánime distinción en el certamen nacional de Arte Joven. Sus colegas también premiados en ese momento fueron Alfonso Mena, Germán Venegas y Moisés Díaz Jiménez.

 
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