Usted está aquí: jueves 22 de septiembre de 2005 Opinión Vacío de poder

Editorial

Vacío de poder

No hubo gobierno. Desde que se conoció, poco después de las 11 de la mañana de ayer, la pérdida del helicóptero en que viajaba el titular de la Secretaría de Seguridad Pública federal (SSP), Ramón Martín Huerta ­junto con el comisionado de la Policía Federal Preventiva (PFP), Tomás Valencia; el oficial mayor de la SSP, Francisco Becerra; el director de Comunicación Social, Juan Antonio Martínez; el secretario ejecutivo, Silvino Chávez; José Antonio Bernal, visitador de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), así como los pilotos Habacuc de León y Rafael Esquivel y el jefe de ayudantes Alberto Estrella­, ninguna autoridad fue capaz de informar a la población sobre lo ocurrido y menos aún de reaccionar con presteza ante la prefiguración de una tragedia. Salvo por un par de apariciones en las que el vocero presidencial no dijo nada, entre el mediodía y las siete de la tarde la sociedad perdió todo contacto con los responsables del gobierno federal. A la lamentable pérdida de vidas humanas, y al hecho de que el suceso dejó acéfala la seguridad pública del país, deben agregarse, como elementos adicionales de catástrofe, la parálisis y el mutismo oficiales y una falta de liderazgo que generó de inmediato un perceptible y alarmante vacío de poder.

De inmediato, las corporaciones informativas ocuparon, colmaron y rebasaron la ausencia de las autoridades, convirtieron el accidente, la búsqueda y la noticia fatal en un show mediático, desinformaron y se comportaron con una irresponsabilidad que llegó al punto de propalar, como hizo un medio en su página web, la mentira de que el piloto de la aeronave siniestrada se había comunicado con un primo para notificarle que los pasajeros estaban vivos y "estables".

En medio de la confusión, las tareas de rescate se transformaron en un caos de helicópteros de diversas dependencias y empresas que sobrevolaban, en total descoordinación, la zona en la que había desaparecido el aparato de la SSP. Fue tal el descontrol que las autoridades del aeropuerto capitalino hubieron de suspender los despegues de helicópteros por temor, cabe suponer, a los peligros de la saturación aérea. No fue sino horas después de la desaparición del Bell 412 de la SSP cuando el Ejecutivo federal puso a las fuerzas armadas a cargo de las tareas de búsqueda y rescate, medida que debió ser adoptada desde que se perdió el contacto con el aparato.

La situación no era para menos: en él viajaban los cuatro principales responsables de la seguridad pública del país, se dirigían a dar posesión al nuevo personal de custodia en el penal "de máxima seguridad" de La Palma, y a bordo del helicóptero se encontraba, además, un alto funcionario de la CNDH que había sido amenazado de muerte por uno de los capos recluidos en esa misma cárcel. En esas circunstancias, y ante la falta de mando y las lagunas e inconsistencias en la información oficial, la prematura calificación presidencial de la caída del helicóptero como "terrible accidente" no logrará más que alentar las dudas y la incertidumbre.

Accidente o no, este suceso trágico tiene como telón de fondo los embates de la delincuencia organizada contra las instituciones y la ciudadanía, la descomposición creciente en el grupo gobernante y en el conjunto de la vida política, y las manifiestas debilidad y pérdida de iniciativa gubernamentales. Y existe el riesgo de que a tales factores se sume un colapso definitivo de la credibilidad del poder público.

 
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