Usted está aquí: jueves 22 de septiembre de 2005 Opinión Los delitos insignificantes

Olga Harmony

Los delitos insignificantes

Un tanto tardíamente, por diversas razones, me ocupo de esta novela de Alvaro Pombo adaptada a la escena por el director Francisco Franco y por Juan Ríos. Pombo, poeta y narrador, miembro de la Real Academia de la Lengua, acreedor a varios premios importantes y propuesto para el premio Nobel de Literatura, es posiblemente el primer autor español que tocó la temática homosexual en 1972, declarando desde ese momento su opción sexual desde el punto de vista de un cristiano rebelde, como se define. Si la adaptación de un tema novelesco al drama es empresa ardua, la que vemos en escena es eminentemente teatral, con cambios de lenguaje y de nombres, adaptada a nuestro medio y con entrecortes narrativos de los personajes que no sólo llenan las elipsis sino, en un momento dado, revelan su situación interna, su extrema soledad.

Los delitos insignificantes no es sólo la narración de un encuentro homosexual, sino un pequeño mosaico de soledades, con personajes que se sostienen muy bien dramáticamente y que, más que mentir a los otros, soslayan la verdad, reservando la mentira para sí mismos en fingimientos de que todo es correcto y todo va bien. El autor ha tomado de la jerga jurídica -que los reconoce como delitos menores- el nombre de su texto, y para él éstos consisten en ese casi autismo de las sociedades urbanas contemporáneas, en que se actúa sin medir las consecuencias para los demás. Está César, el amoral joven cuyo vacío existencial es al tiempo causa y resultado de su conducta con todos los que le rodean y a cuyas expensas vive. Teresa, la madre y Charito, la madrina, cuya amistad se rompe en cuanto Teresa encuentra un nuevo compañero, lo que también la hace deponer su sobreprotectora actitud con el hijo. Cristina, la amante madura y exitosa, cuya soledad es mantenida a propósito, aunque su incapacidad de amar y de dar algo más que dinero en el fondo no le de plenas satisfacciones. Y está Gonzalo, el autor fracasado y homosexual reprimido -la víctima de sí mismo y de la circunstancia, quizás junto a esa otra víctima que es Charito, la solterona que vive una vida vicaria a través de Teresa- que se engaña, pero no engaña a César pretendiendo que sostiene una amistad desinteresada y con dejo de tutoría hacia el joven que se presenta como aspirante a escritor. En rápidas escenas en apariencia desvinculadas entre sí en las que el teléfono es un factor importante, se van dando las historias de estos personajes hasta que sus insignificantes delitos repercuten en la vida de los demás.

En una escenografía muy austera de Xóchitl González, con unos cuantos muebles que darán todos los escenarios según la disposición en que se encuentren -una heladería, la casa de Teresa y César, la casa de Cristina y la de Gonzalo- y con dos módulos transparentes a los lados en los que se darán algunas escenas, Francisco Franco dispone a sus actores con un vestuario de Pilar Boliver que refleja la circunstancia de cada uno. Esta vez el director, sin olvidar su buen trazo, bucea más en los entresijos del texto que otras veces, quizás por ser adaptador, y logra caracteres muy convincentes en escena. Inicia con dos escenas de baile, uno de la sexual pareja que conforman Cristina y César y la otra de las dos solitarias mujeres maduras, en el área que se transparenta, con lo que marca desde un inicio la situación de estos cuatro personajes. Tiene momentos muy sólidos, como el de los percheros con la ropa de todos ellos, con los actores atrás hablando de lo que necesitan, lo que muestra su despojo vital, de cara al público y las llamadas telefónicas que cuentan, también, partes de la historia.

Las actuaciones son muy convincentes, aunque quizás Paloma Woolrich sobreactúe un tanto a la chistosa Charito. Leticia Huijara (coproductora con Pilar Boliver y Vicente Leñero, con su sello La divina prividencia, uno de los pocos que corren riesgos en producciones privadas de calidad) encarna con su habitual solvencia a Cristina, un rico papel no protagónico. Pilar Ixquic Mata interpreta con soltura y gracia a Teresa. Juan Carlos Barreto con todos los matices de dolor, represión y exasperación final de su Gonzalo. Y el debutante Bernardo Benítez bien, aunque su presencia no tenga todas las características del tortuoso ángel que incide en las vidas de los demás, en este drama de desencuentros y atroz soledad.

 
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