Usted está aquí: lunes 26 de septiembre de 2005 Opinión Partido sin oferta política y social

José Murat

Partido sin oferta política y social

La decisión de no debatir de cara a la militancia y la nación confirma que el pragmatismo del poder o, más propiamente, la búsqueda descarnada del poder y no la contienda por las ideas y un proyecto de nación, domina hoy la vida del Partido Revolucionario Institucional (PRI), a despecho de una sociedad que reclama ofertas de gobierno claras que alimenten la certidumbre, tan ajena a los saldos de esta administración.

Era una oportunidad para contrastar propuestas en foros abiertos, de ventilarlas, para ofrecer a las bases del partido y a la ciudadanía el compromiso de luchar por tesis y principios, no por cuotas de poder y reparto de prebendas, legado del pasado que tanto daño ha generado en credibilidad y confianza.

Pero no. Se prefirió apostar por una contienda interna que "no ponga en riesgo la unidad", una unidad mal entendida, la unidad sin crítica y autocrítica, no la unidad ideológica que, sin negar diferencias de enfoque, antepone la doctrina, la ideología, como piso de la discusión y la lucha política, que no tiene por qué dejar de ser urbana y civilizada.

Se puede y debe exponer a la nación planteamientos claros y puntuales en el orden político y social, en el económico y cultural, sin que esto signifique quebranto y ruptura, sino al contrario, oxigenación de la vida interna del partido, profundización de su democracia.

Sobre todo ahora, cuando el país se encuentra sumido en el marasmo y la atonía prohijados por un gobierno agotado por anticipado, decidido a bajar las cortinas desde hace meses y que no pudo, o peor aún no quiso, dar el salto de la alternancia política a la transición democrática.

En estas circunstancias es doblemente grave el hecho de que el PRI del siglo xxi se niegue a ser el partido de las ideas y los compromisos sociales, el partido de la sociedad que reclama el pueblo de México y que su propia militancia exige.

El partido que retome las banderas sociales dejadas en el camino en la larga noche de la tecnocracia neoliberal y su propuesta fundamentalista de "reducir al Estado al mínimo", como si Estado y mercado fueran incompatibles, aun en las naciones más industrializadas.

El partido que exija cuentas y deslinde responsabilidades en la oscura operación de rescate bancario, el inefable Fobaproa, ahora que el propio Banco Mundial, que no tiene nada de socialista o de anticapitalista, ha llegado a la conclusión, después de una minuciosa investigación documental y de campo, que en México hubo mucha discrecionalidad para favorecer a unas fortunas privadas y abandonar a otras a su suerte.

Pero que, sobre todo, no se actuó con probidad y rigor, para hacer menos costoso el rescate para la nación, es decir para los millones de contribuyentes que hoy tenemos que soportar la onerosa carga fiscal. Nada se ha dicho al respecto, o no con la contundencia requerida, en un partido que en verdad se asumiera como representante de los intereses de la sociedad mexicana.

Hacia allá debiera encaminarse el PRI, hacia la contraloría social y la defensa del patrimonio nacional, cada vez más amenazado por quienes con subterfugios legalistas quisieran entregar a los poderes económicos trasnacionales lo que no es propiedad de unos cuantos y ni siquiera sólo de estas generaciones, sino también de las subsecuentes.

Un partido inscrito o al menos cercano al pensamiento de la socialdemocracia para recuperar la rectoría política de la nación, el gobierno federal, pero antes la credibilidad ausente.

Urge sacudir al PRI, hacerlo un instrumento social, un motor de transformación. No debe olvidarse que el estado de incertidumbre y parálisis fue superado de momento. Pero la nota siguen siendo las crisis recurrentes. Una tras otra. Las diferencias internas de ahora afectaron el calendario electoral para la emisión de la convocatoria y la nominación de candidato. Los recursos de inconformidad impugnando la nueva dirigencia nacional ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación frenaron el proceso. El daño, aderezado por invectivas y descalificaciones personales, ya está hecho pero puede ser mayor.

Si no hay un piso de respeto y, rememorando a Mariano Otero, el precursor de la reforma liberal, un pacto de unidad en lo fundamental, el PRI perderá cada vez más credibilidad hacia adentro y hacia fuera.

El clima ascendente de confrontación mina la legitimidad política y el potencial electoral de un partido que viene de victorias consecutivas en contiendas estatales, recuperando importantes plazas en varios casos, núcleos urbanos perdidos por años, y que objetivamente debiera presentar una imagen distinta ante el pueblo de México, de unidad y triunfo, no de quebranto e incertidumbre.

Resuelto el expediente jurídico de ahora, que no garantiza para este partido que se cierre en definitiva el capítulo de la ventilación de controversias internas en tribunales, de la capacidad para desarrollar una contienda primaria equitativa y de mínima civilidad política depende la suerte del PRI y en buen grado el destino de México.

Con independencia de cifras y porcentajes, victoria pírrica será aquella que no logre la unidad ideológica de la militancia, la del norte y la del sur, la del centro y el occidente.

Pero aun ese voto será insuficiente para ganar, si este partido no retoma el discurso social, la lucha contra la desigualdad y la pobreza. La alianza con quienes tanto dañaron al país en otra época lo aleja aún más de ese objetivo.

 
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