Usted está aquí: miércoles 28 de septiembre de 2005 Economía Derecho y economía: el faro de la ignorancia

Alejandro Nadal

Derecho y economía: el faro de la ignorancia

Uno de los debates más estériles en la teoría económica concierne al caso de los faros costeros, esas instalaciones solitarias diseñadas para alertar a los navegantes sobre la proximidad de arrecifes y fondos rocosos. Para John Stuart Mill, este caso ilustra perfectamente los límites del liberalismo: la operación de faros costeros era una tarea de la que se podía encargar el gobierno porque no es posible cobrar a los barcos que se benefician con su resplandor.

Desde Mill hasta Samuelson, el ejemplo del faro costero es clave en los textos de economía. Generaciones de estudiantes lo aprenden hasta que se les graba como postulado: una empresa privada no puede operar un faro con ganancias y por eso pueden ser operados por el gobierno. El corolario que acompaña este razonamiento es sencillo: salvo casos excepcionales como éste, todo lo demás debe ser dejado para el mercado y la empresa privada.

Para Ronald Coase, premio Nobel de Economía 1991, las cosas no son tan sencillas. Su ensayo El faro en la economía combina el análisis legal, la historia económica y algo de teoría para explicar que en Inglaterra muchos faros costeros fueron operados por empresas privadas desde el siglo XVII. Aunque los arreglos institucionales eran complejos, el mecanismo de operación era sencillo: se cobraba una tasa a cada barco que entraba o salía de los puertos. Ni siquiera es necesario dejar al gobierno la operación de los faros costeros. Todo es buen terreno para la privatización y la acción de la empresa privada.

El trabajo de Coase dio origen a la escuela llamada "derecho y economía". Se trata de un movimiento ideológico con ropaje académico que busca hacer más "riguroso" el razonamiento jurídico. Su influencia ha sido determinante en materia de política ambiental, manejo de recursos naturales, bienes públicos, privatización y desregulación. Aunque no lo crea, cerca de usted respira y vive el movimiento derecho y economía.

Lo más conocido del Nobel es su famoso "teorema": no importa cuál sea la distribución inicial de derechos, si no hay costos de transacción, el intercambio puede mejorar la eficiencia y el bienestar. La mano invisible del mercado puede lograr siempre la mejor asignación de derechos, independientemente de la asignación inicial. Por ejemplo, si alguien tiene derecho a reclamar la reparación de daños cuando una corporación contamina sus cultivos, la empresa puede comprar ese derecho y se obtiene un resultado más eficiente desde el punto de vista social. La transacción se llevará a cabo hasta que las partes dejen de beneficiarse con el intercambio.

Los lectores pueden ver hacia dónde camina este tipo de argumento: todos los derechos son mercancías y el mercado puede reasignarlos mejor que cualquier otro arreglo institucional. Se trata de la visión más extrema sobre el papel del mercado.

Ronald Coase y seguidores piensan que la teoría económica contemporánea proporciona los fundamentos racionales a sus creencias. Es curioso que la leyenda en los medios académicos estadunidenses cuenta que él desprecia el uso de las matemáticas ("economistas de pizarrón", exclamó una vez). Lástima. Si hubiera podido seguir los debates académicos sobre la teoría de equilibrio general hubiese podido constatar que no existen bases científicas para dar sustento a la creencia de que el mercado permite alcanzar una distribución eficiente de los recursos de una sociedad.

A veces la guerra ideológica pasa por el debate arcano en el terreno seudo académico. Y en este contexto la discusión tiene que llevarse al ámbito de los modelos matemáticos de la teoría de equilibrio general. Después de todo, ésta es la única teoría que podría ser el sostén de la fe de Coase (y sus simpatizantes) en el mecanismo de mercado. Desgraciadamente, esa teoría sólo ha alcanzado resultados negativos.

Este economista británico cree que el mercado conduce a un resultado eficiente. Pero la teoría de equilibrio general nos ha demostrado dos cosas. Primero, la definición de "eficiencia" es cuestionable y sólo se alcanza en una posición de equilibrio general: cuando los precios permiten igualar la oferta y la demanda. Segundo, no sabemos cómo se alcanzan (si es que se alcanzan) esos precios de equilibrio.

El único modelo que podría acudir al rescate de Coase es precisamente la teoría del equilibrio general. Y esa teoría no permite demostrar cómo las libres fuerzas del mercado (la competencia y la ley de la oferta y la demanda) conducen una economía a un punto de equilibrio. Más aún: ahora sabemos por los trabajos de Debreu (otro premio Nobel) que esa teoría nunca va a permitir demostrar ese resultado.

El desastre es completo: el seudo teorema carece de sustento. Su apología del mercado es absurda. Al final de todo esto, el haz de luz del faro de Coase sólo sirve para iluminar fugazmente el vasto paisaje de ignorancia de este autor, sus seguidores y vulgarizadores (los hay en México, por cierto). No tienen idea de la teoría económica de la que se reclaman seguidores.

 
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