Usted está aquí: miércoles 28 de septiembre de 2005 Opinión Katrina e Irak: lecciones de escepticismo

Arnoldo Kraus

Katrina e Irak: lecciones de escepticismo

Los diccionarios de ideas afines proponen las palabras desinteresado, apático e incrédulo como sustitutos del término escéptico. Sugieren revisar también las ideas enmarcadas bajo el rubro indiferencia. En ese apartado la lista es muy larga: desamparo, dejadez, insensibilidad, pasividad, displicencia y, dentro de un largo etcétera, como es de esperarse, escepticismo. Ninguno de esos conceptos, sobre todo en los tiempos de Irak, de Bush y de Katrina me parece adecuado. Propongo que en la próxima edición del Diccionario de Ideas Afines -y no tan afines, pero veraces- se incluya la palabra realidad cuando se desee encontrar otro equivalente para escepticismo. ¿Qué mejor maestro que la realidad para entender el significado del escepticismo?

Nunca he entendido por qué los políticos tienen que ser por necesidad siempre optimistas. Además de insulsos, mentirosos, incultos, arrogantes, vendepatrias, hijosdeputa y traicioneros, la inmensa mayoría de los políticos, cualquiera que sea su credo, color o nacionalidad, siempre hablan con un optimismo que por irreal y melifluo apesta. Será que sus asesores o que sus neuronas no dan para más o que sus ojos no ven más allá de sus narices, pero lo cierto es que tanto optimismo ofende.

Abrevar en el escepticismo no sólo es necesario: es vital. Irak y Nueva Orleáns, otrora tan lejanos y tan distintos, emergen ahora en las planas de los diarios y en las bocas de la televisión como vecinos humanos y como realidades afines. Geográficamente distantes, comparten ahora tiempos comunes: los terrorismos humanos y los desastres provocados por la naturaleza han unificado el destino de muchos muertos y de incontables reclamos.

De Irak se dijo que las armas químicas o nucleares del sátrapa Saddam Hussein ponían en jaque la paz mundial. No fue así: las armas fueron una invención. De los peligros de inundaciones en Nueva Orleáns y ciudades aledañas se escribió hace mucho. Katrina comprobó que las ideas de los científicos eran reales.

De Irak, Bush, Blair y Aznar aseguraron que la caída de Hussein traería la paz. No fue así. Del calentamiento del planeta, sobre todo por la negligencia de los países ricos -Estados Unidos a la cabeza-, se ha dicho que a la larga provocaría desastres naturales. Katrina, lectora de Kyoto, y de la sapiencia de Bush, demostró que la naturaleza, aunque no sea la única razón, puede convertirse en demonio si se le azota en exceso.

Tras el trágico 11-S, junto con sus lágrimas, el presidente de Estados Unidos aseguró que el mundo sería mejor después de sanear las enfermedades que asolaban Irak y Afganistán. El ascenso del terrorismo ha demostrado que las ideas de Bush y sus aliados sólo han hecho que el mundo sea, para todos, más intranquilo e inseguro. Las lecciones del huracán son igualmente desoladoras. La mayoría de los muertos prematuros de Katrina son los muertos prematuros de siempre: los viejos abandonados en los asilos, los pobres y los más pobres, los negros y los más negros, y los enfermos de los hospitales sin recursos que en vano esperaron que acudiesen los helicópteros, Bush o el Mesías, y no quien llegó: Katrina.

De Irak se dijo que debería liberarse a la población para crear una "nueva nación" donde la libertad y la convivencia entre los diferentes credos fuera posible. Todos los iraquíes anti Bush han demostrado que las palabras de los redentores no fueron más que falacias. Bush y su perro atisbaron el poder de Katrina desde los cielos, cuando ya era tarde, cuando la pestilencia asfixiaba, cuando los muertos se ahogaban en las aguas y cuando los muy pobres reclamaban ayuda. Sin embargo, Bush, como el dinosaurio del inmemorial Augusto Monterroso, sigue ahí. Y ahí seguirá.

Ahí seguirá porque el ser humano tiende a ver hacia delante y tiende a olvidar la realidad y a sepultar las realidades. Tiende a pensar que "los otros" seres humanos son domesticables y que la naturaleza es nuestra propiedad. Tiende a desdeñar las tragedias de los otros porque siempre parecen ajenas ... hasta que se convierten en nuestras.

En muchos aspectos es posible negociar o enmendar para evitar que las tragedias golpeen tan duro. Estoy seguro de que las maquinarias políticas hubiesen podido encontrar otra forma de conseguir que Hussein cediese el poder. Estoy convencido de que Bush hubiese podido prevenir muchas muertes invirtiendo, en la construcción de diques, aproximadamente 15 por ciento de lo que ha gastado en Irak. Estoy también seguro de que cualquier lector de la realidad se autoconstruye mejor a partir de las lecciones del escepticismo y de la realidad que de la inmensa mayoría de las mentiras y sandeces que nos venden los políticos optimistas.

 
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