La Jornada Semanal,   domingo 2 de octubre  de 2005        núm. 552
LA CASA SOSEGADA

JavierSicilia

EL GUSTO O LA TRASCENDENCIA

En un ensayo muy polémico, Las ostras o la literatura, Salazar Mallén cuenta una bella e inquietante anécdota de Picasso. Inauguraba una exposición en una galería cerca del mar, cuando, en medio del mundo que suele rodear esos eventos, vio entrar a un pescador que recorría con asombro cada uno de sus cuadros. Picasso se apartó de los comensales y, como un invitado más, se colocó a su lado. Cuando llegaron a uno de sus cuadros más cubistas, el pescador se detuvo largo rato. Se quitó la gorra, se rascó la cabeza y volviéndose hacia Picasso —al que no conocía y del que nada sabía— exclamó: "Coño, no lo entiendo." Picasso lo miró a su vez divertido y le respondió: "¿A usted le gustan la ostras?" "Sí, y mucho", respondió el pescador. A lo que Picasso agregó: "¿Y las entiende?"

Aunque lo que el pintor español, me parece, quería decir con un humor que recuerda el de las enseñanzas de los maestros zen o el de los maestros de la tradición hasídica, era que el orden del conocimiento del arte no es de naturaleza lógica, sino que apela a un conocimiento por analogía de lo inefable o, en otras palabras, de lo real profundo, de lo trascendente, su analogía es equívoca. Al relacionar el sabor —cuya raíz etimológica es la misma que saber— con el gusto que provoca la degustación del misterio culinario, y al analogar la ebrietas, que ciertamente —en la medida en que somos seres encarnados— pasa por los sentidos, pero cuyo gozo no es sensorial, sino del orden del espíritu, con una experiencia del paladar, Picasso introdujo una ambigüedad que el arte contemporáneo ha resuelto de manera equívoca al reducirlo a una pura experiencia del gusto de los sentidos y en consecuencia subjetiva —existen siempre aquellos que no gustan del sabor de las ostras y las encuentran deleznables—, y no a una disciplina del espíritu.

Picasso, por lo tanto, no se equivoca al decir que el entender, el saber en el arte, es de la naturaleza del sabor. Se equivoca al llevarlo al terreno del sabor del paladar. Visto así —y, por desgracia, es la visón que desde hace mucho prevalece—, el arte se convierte en un puro procesamiento de formas para una satisfacción inmediata del placer, una mercancía como la que se prepara en los restaurantes, o como la que la publicidad construye para un consumidor deseoso de satisfactores, una experiencia vacía que, después de satisfacerse, no deja una huella de lo trascendente en nosotros, un adelgazamiento de nuestra mirada sobre lo real.

Desalojada la trascendencia del arte, es decir, la manifestación de lo infinito en la finitud de una obra, lo que queda es sólo una estética sin significación, una estética nihilista que no postula ni niega valores y que simplemente, como las nuevas mercancías que día con día estetizan sus envolturas, están hechas para el placer consumista de la inmediatez.

El arte —y en esto Picasso es un maestro— es simultáneamente una crítica de la ideología que vela lo real y una mirada que nos devela y nos abre al misterio infinito y trascendente que hay en eso real negado por las ideologías. El arte reducido al puro gusto no es una imagen del mundo; es, por el contrario, una mercancía más, como la que se produce en los restaurantes, una intromisión de la ideología del mercado y de su técnica industrial —quizá el más cruel y sutil de los totalitarismos— en uno de los últimos reductos del espíritu. Hoy, la mayoría de los artistas prefieren la pobre eficacia de un placer sin trascendencia ni significación, al difícil gozo del misterio; prefieren el gesto que provoca el gusto, a la visión del asombro que produce el atisbo con lo trascendente. Los nuevos artistas, siguiendo el equívoco de Picasso, manipulan el arte como la técnica manipula la vida para un placer tan inmediato como insignificante. El nihilismo en el que ha caído el arte no sólo consiste, como pensaba Heidegger, en ser la expresión más acabada de una voluntad de poder que, como todo poder, quiere un placer vacío, sino en que ya no significa, y esto hay que temerlo. Baudrillard lo dice con un cinismo que aterra: "De la misma manera que el arte está más allá de lo feo y de lo bello [yo reiteraría, de lo trascendente, del sentido], también el mercado [que es su victimario] está más allá del bien y del mal."

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez.