Usted está aquí: lunes 3 de octubre de 2005 Deportes Breve crónica: Ford bañó a Hemingway

Exótico hallazgo

Breve crónica: Ford bañó a Hemingway

LUMBRERA CHICO

Este sería el último lugar de este periódico donde alguien hablaría de literatura estadunidense, pero la vida es así: a fuerza de revisar la obra de autores estadunidenses relacionados con las regiones destruidas tanto por la furia del huracán Katrina, como por la irresponsabilidad del gobierno que encabeza el señor Bush, emergió de la nada un libro del maestro Richard Ford (Jackson, Mississipi, 1944), a quien el público de habla hispana conoce por sus novelas El periodista deportivo, Incendios y El día de la independencia.

Según los enterados, hoy por hoy el panorama literario de Estados Unidos tiene dos puntas: en una está Richard Ford, en la otra Philip Roth -cuyos admiradores en todo el mundo exigen que le otorguen el premio Nobel de una vez-, mientras en medio se ubican plumas fofas como la de Paul Auster, creador de personajes con sangre de atole. Sin embargo, hay que insistir en ello, esta página taurina jamás se habría ocupado de un asunto como éste si no fuera porque en un libro de tres relatos, De mujeres con hombres (Anagrama, 1999), Richard Ford incluye la crónica de una corrida de toros en la plaza de Las Ventas, de Madrid, en 1974, lo que no deja de ser un exótico hallazgo.

En Las Ventas... a la fuerza

''Su único viaje a Europa había sido a España a Madrid. Cuando tenía 15 años, en 1974. Con un grupo juvenil. Se habían alojado cerca del parque del Buen Retiro y del museo del Prado, y habían paseado y paseado y paseado... Era lo único que recordaba. De algunos de estos paseos había acabado harto, como es lógico. Pero el último día sus compañeros le habían obligado a asistir a una corrida de toros. Contra su más rotunda voluntad. Habían ido en metro hasta la plaza y se habían sentado al sol en medio de una legión de viejos españoles ebrios de vino. Todos hombres. Comieron bocadillos, que se pasaron de mano en mano. En total se mataron seis toros, aunque ninguno de ellos con destreza. Casi ninguno de aquellos animales, recordaba, parecía querer pelear. En ocasiones se quedaban quietos sobre las cuatro patas y observaban lo que les estaba pasando. Le había parecido un espectáculo detestable, contó Matthew. Se había querido ir. Pero el grupo -sus amigos del colegio- le había instado a que se quedase. Jamás volvería a ver una corrida. La gente, al final, arrojaba almohadillas al ruedo''.

Y eso es todo. En 1974, España padecía los últimos estertores de la dictadura de Franco y en los toros se acercaba a su fin la leyenda de la siempre polémica figura de Manuel Benítez, El Cordobés. El único escritor estadunidense que los villamelones de entonces consideraban una autoridad en materia de toros, por supuesto, era Ernest Hemingway. Pero éste, el snob por excelencia, su obra lo demuestra, jamás entendió la fiesta brava, ni la lógica que observan progresivamente los tres tercios de la lidia, ni la distinción entre las suertes de capa y de muleta, ni la función de los picadores, ni nada de nada. Tampoco entendió la guerra civil de España, ni el arte de la pesca en altamar y no obstante ganó el premio Nobel, pero ése es otro tema.

 
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