Usted está aquí: miércoles 5 de octubre de 2005 Política Dos historias, una realidad

Arnoldo Kraus

Dos historias, una realidad

Nadie ignora que la realidad es infinitamente compleja. Incluso, novelistas insignes de ficción suelen sorprenderse porque muchas veces la mejor y más depurada imaginación ha sido ya escrita por la inigualable realidad. No hay lugar para la sorpresa: la realidad supera a la ficción porque la primera se escribe con la vida y se nutre de la muerte. De la vida como fenómeno de la humanidad y de la naturaleza, y de la muerte como producto de la misma condición humana. Además, la realidad se alimenta también de la serendipia. Los tiempos, los medios de comunicación y los azares -que con frecuencia no son azares- suelen generar y construir nuevas realidades. Tales son los casos de Cyndy Sheehan y de la soldado Lynndie England, ambas estadunidenses y noticia en los últimos días. Las dos son parte de la realidad de Estados Unidos.

Sheehan es la madre de Casey, uno de los soldados "asesinados por la política brutal y arrogante del comandante en jefe de Estados Unidos, George W. Bush", según asevera Cyndy. England es una de las soldados torturadoras entrenadas por el ejército de Bush. La primera se quedó sin hijo; la segunda pasará tres años en prisión por haber maltratado a los presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib.

Es curioso, pero en los diccionarios, a diferencia de lo que sucede con otras palabras que describen pérdidas familiares como viuda o huérfano, no existe el término que defina a los padres que se quedan sin sus vástagos. Imagino que el dolor que conlleva esa situación detiene e imposibilita al lenguaje: no hay cura, no hay consuelo. En cambio, a partir de los videos y de la información proveniente de las cárceles de Irak, Guantánamo y Afganistán, es fácil acercarse a una acepción que explique la conducta de England y la ética del ejército de Bush. Tortura es la palabra que ilustra la práctica sistemática de algunos soldados y quizá de no pocos miembros del ejército del país que siempre se ha autonombrado defensor de la libertad y de los derechos humanos.

Sheehan e England son brazos de la misma realidad y muestra de los avances del Apocalipsis de Occidente: el soldado Casey, muerto en servicio por los iraquíes que no ven con buenos ojos a los estadunidenses, y la soldado Lynndie, encarcelada por los ojos de una cámara escondida.

Cindy Sheehan, 48 años, fue arrestada junto con varias decenas de activistas contra la guerra de Irak cuando realizaban una sentada en un paseo de la avenida Pennsylvania, muy cerca de la Casa Blanca. Fotografiada de frente y de perfil con un número bajo su rostro, amén de las indispensables huellas dactilares, su nombre es ahora parte de los archivos de la policía, y de la historia de Estados Unidos. Lo mismo sucede con England, 22 años, que por razones inentendibles, pero comprensibles -esa parte de la realidad estadunidense requiere ficción para poder entenderse-, es, hasta ahora, la única soldado encarcelada.

Arropada por el uniforme militar de su nación, su imagen recorre el mundo mostrándola esposada. Durante su juicio la England se definió patriota. Gracias a la sinceridad de su testimonio, "pido disculpas a las fuerzas de la coalición y a todas las familias", y a la presencia de su bebé durante el juicio, su condena será tan sólo de tres años de prisión en lugar de los nueve que señala la ley. Su sinceridad es abominable: pidió disculpas a los suyos, no a los iraquíes. Toda una lección de lo que entre líneas significa el american way of life: desdén hacia los otros, compromiso con los propios, olvido, como saben los cadáveres de Katrina, a los "propios diferentes".

El encuentro en los medios de comunicación y en el tiempo entre England y Sheehan es una cita con la realidad estadunidense. Una pasará tres años en alguna cárcel seguramente cobijada por no pocas comodidades; otra pervivirá sin hijo. La primera es la punta de un iceberg nefasto donde ningún otro torturador ha sido condenado y representante de un ejército cuya ética no es la que predica la moral bushiana. La segunda podría ser la punta de lanza que sume los recientes sucesos protagonizados por los yerros de nuestros vecinos. Irak, la relección de Bush, Katrina y las torturas sistemáticas del ejército estadunidense aunados a la labor de Sheehan podrían servir para exaltar lo suficiente a los librepensadores estadunidenses y así redimensionar la terrible realidad de su nación.

 
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