Usted está aquí: viernes 7 de octubre de 2005 Opinión No somos lo que soñamos

José Cueli

No somos lo que soñamos

Es El Quijote locura que rechaza toda centralidad y fijeza. Oposición a la coagulación del concepto que se opondría al juego diseminado del texto. Condensación dinámica y múltipe del haz del tejido -un poco de cruce histórico y sistemático- que es la imposibilidad estructural de cerrar esa red, de interrumpir su tejido, de trazar con él una marca que no sea nueva.

Abrirse paso sobre la página de celuloide desnuda sin previo aviso, par o por encima de todo sin tampoco ocultar por ello la llana singularidad del soporte. Esa apacible crudeza que tropieza o va libre y facilita el trazo. Rastros de signos de cruces al margen de la escritura fonética que es origen sin origen, no sujeto a nombrarse dándose a ver. Sonido, voces, imposibles de nombrar con una palabra.

Es El Quijote una obra escrita bajo el cielo de España, ''sueño y verdad" -señala María Zambrano- en que cada línea refleja un ansia viva y angustiosa de belleza. Todo dice de la expresión elocuente, evocadora y peregrina movediza e invisible, en perpetua mutación de percepciones poco fiables, sin identidad fija pero que se abren paso y dejan huella.

Los personajes del Quijote están condenados, porque no podemos ser lo que soñamos. Sonido distinto que deja al descubierto la carne de la palabra; su sonoridad, su entonación, su intensidad. El grito que la articulación de la lengua y la lógica no han podido enfriar 400 años después de su aparición. Y en especial en este año se lee en privado y en público con diversas significaciones dependiendo de quien lo lee y quien lo escucha.

En la musicalidad del Quijote, un sonido distinto que despierta infinitas sucesiones de imágenes y produce perturbadoras sensaciones, indecibles vértigos de sensualidad que nos transportan al paraíso dulcineo, donde el espacio es abolido. Zonas cero, de mutación, de transformación en las que apenas se oyen los sonidos musicales, confundidos con gritos justicieros, en una lejanía sin límites, inquietud sin término, promotora de faustos delirantes que se abren de manera incesante a notas nuevas.

 
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