Usted está aquí: viernes 7 de octubre de 2005 Opinión Wispelwey y Bach

Juan Arturo Brennan

Wispelwey y Bach

En marzo de 2004, el gran violoncelista holandés Pieter Wispelwey vino a México a tocar el Concierto para violoncello de Schumann con la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (OFUNAM). Su apretada agenda le impidió dar en esa ocasión el recital que se esperaba de él con las Seis Suites para Violoncello Solo de Juan Sebastián Bach. Alcanzó, apenas, a hacer una hermosa ejecución del preludio de la primera, como encore, después de tocar Schumann.

Diecinueve meses después, con ese preludio como lejano preámbulo, la postergada cita se cumplió, y el miércoles por la noche, finalmente, Wispelwey tocó las seis suites de Bach en la Sala Nezahualcóyotl con resultados espléndidos, en una sesión musical inolvidable.

Si hemos de creer en aquello que dijo Alban Berg, respecto de que la mejor música suele surgir de un éxtasis de lógica, estas Seis Suites para Violoncello Solo de Bach se sitúan sin duda en el lugar más alto entre la música provocada por (y que a su vez provoca) poderosos chispazos de las sinapsis neuronales.

A la par de la lógica interna de cada suite, hay una lógica más sutil pero igualmente perceptible entre todos sus preludios, entre todas sus sarabandas, entre todas sus gigas, y esa es precisamente una de las virtudes de la aproximación orgánica de Wispelwey a estas incomparables piezas.

Y, a la vez, ese éxtasis de lógica viene acompañado de un torrente expresivo y emocional que, en nuestro tiempo, nadie comunica mejor que Pieter Wispelwey. Su ejecución, notable en muchos sentidos, sorprendió a partir del bellísimo preludio de la Primera suite, interpretado de manera distinta a la que se escucha en su ejemplar grabación del ciclo completo, distinta a su vez de aquella ejecución posterior a Schumann.

Y por si fuera poco, finalizada la sesión, el holandés repitió ese preludio, y se dio el lujo de tocarlo de manera diferente, bajo una nueva luz, con otra visión. Específicamente, en la primera ejecución de esa noche del primer preludio, el violoncelista se orientó un poco más hacia el uso del spicato y menos hacia el estilo legato que caracteriza su grabación de la pieza.

De manera general, la ejecución de Wispelwey a las suites de Bach destacó por la gran intuición con que el violoncelista perfiló el estilo que le sirvió como línea de conducta.

Lejana de las aproximaciones románticas y almibaradas que se han hecho usuales en manos de músicos menos intuitivos, la versión de Wispelwey se aproxima deliciosamente al estilo barroco, un estilo al que tampoco se esclaviza de manera mecánica, permitiéndose un sabroso margen de libertad y flexibilidad. Entre las muchas instancias posibles de ello menciono, por ejemplo, la sabiduría de Wispelwey para calibrar discretamente el uso del vibrato. Asimismo, el violoncelista aplicó siempre la cantidad exacta de arco a sus cuerdas (talón muy dosificado y controlado; mucha punta, ligera y transparente) para lograr una combinación muy sugestiva de fraseo y dinámica a lo largo de las seis suites.

Wispelwey se mostró, también, como un sensible experto en el arte de la ornamentación, aplicando inteligentemente y con gran delicadeza sus ornamentos, como si los estuviera dibujando con un sutil pincel. Tratar de elegir los momentos cumbre de esta formidable sesión musical sería un complejo ejercicio de selección, debido a las numerosas riquezas ofrecidas por Wispelwey, pero ahí quedan las mencionadas sutilezas estilísticas del primer preludio, la diáfana resolución de las complejidades técnicas de la Sexta suite (incluyendo la sugerencia del rústico hurdy-gurdy en sus dobles cuerdas) y la profundidad conmovedora de las sarabandas de la Quinta y la Sexta.

En particular, Wispelwey tocó la sarabanda de la Quinta suite como una etérea caricia sonora que llenó el espacio con esa nostalgia por el futuro que fue tan puntualmente descrita por Ned Rorem.

Después del intenso recital de Wispelwey escuché voces discrepantes que hablaban de ejecución desastrosa, de desafinaciones constantes, de errores fatales de estilo, de técnica deficiente. Al aceptar lo subjetivo que por su naturaleza misma es el acto de apreciar y analizar una ejecución musical, manifiesto mi desacuerdo total con tales juicios, así como mi disposición a dialogar al respecto.

En lo personal no me queda duda alguna de que Pieter Wispelwey está inspirado por Bach, y de que tiene capacidad más que suficiente para inspirarnos a nosotros.

Este fin de semana, Wispelwey interpretará los dos conciertos de Haydn con la OFUNAM, bajo la batuta de Eduardo Diazmuñoz. No hay que perdérselo.

 
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