Usted está aquí: sábado 8 de octubre de 2005 Opinión DESFILADERO

DESFILADERO

Jaime Avilés

¿Dónde está el chalequero?

Oscuras notas desde los Andes cochabambinos

Veracruz y Tapachula, como Nueva Orleáns

CUANDO LA BALA tocó la pierna de la fotógrafa Kathrin Hook, sin perforar la tela del pantalón de mezclilla, el rozón le produjo una quemadura sobre la piel pero las ondas de aire que despedía el cilindro metálico girando en su viaje desde la boca del rifle policiaco hasta la barricada estudiantil "me golpearon como un puño", me dice, recordando todavía con asombro aquella dolorosa lección de física, recibida hace dos años en Panamá, tras la cual pasó ocho días en cama porque no podía caminar. Recién contratada por The New York Times como reportera gráfica para los terribles meses que a partir de ahora le esperan a Bolivia, no sabe si, una vez que concluya el proceso que teóricamente dotará de un nuevo gobierno y de una asamblea constituyente al país andino y amazónico, el siguiente paso en su carrera será Bagdad.

Hablamos en la terraza del Café Brasil, no en la esquina de Washington y Zaragoza, allá en Monterrey -donde el gran pintor Geroca inauguró anoche su exposición anual-, sino en el Paseo del Prado, que se llama igual que el de La Paz y es la calle más turística de Cochabamba. A la mesa se encuentra también el productor de televisión Ervé Rivera, que muchos años vivió trabajando para la CNN y otras empresas de esa índole en el Distrito Federal. Y de pie, esperando que nombremos lo que vamos a beber, la mesera Shirley Fernández, lápiz en ristre, libretita en mano, acaba de anotar la traducción de las siglas que en estos días nos permitieron hacernos amigos: "QDDG".

Es que venía yo todas las tardes a leer los periódicos después de comer y, como no había tantas noticias, mi atención derivaba a las páginas de anuncios clasificados que permiten saber cuánto cuesta desde una "argentina infartante" hasta una casa en La Coronilla de las Heroínas -la loma donde las mujeres cochabambinas se levantaron en armas, porque los hombres estaban muy ocupados, iniciando la guerra de independencia de Bolivia. Y como ese tipo de información tampoco se caracteriza por su abundancia, terminaba asomándome a las esquelas fúnebres, en las que bajo el nombre del finado escriben "QDDG", a diferencia de nuestro más conocido "QEPD".

-¿Qué significa esto? -le dije a la Shirley la primera vez.

Como ella no sabía, fue a la trastienda y se lo preguntó al cocinero; éste le transfirió el enigma a la que lava los platos, y así, la cosa pasó de boca en boca hasta volver sin respuesta a mí. Es que no es muy fácil resolver ciertas dudas en Cochabamba. A varios taxistas les había comunicado mi interés por conocer el número de habitantes de la ciudad (un poco más de un millón), pero nadie se animó a arriesgar siquiera una cifra. Uno, el más franco, me abrió su corazón con estas palabras:

-¿Cuántos cochales somos en Cochabamba? Mire usted, la mayor idea mayormente no la tengo...

¿Y la menor?, me dije después de un rato, al comprender que su largo silencio le había impuesto al tema un rotundo punto final. La absoluta falta de curiosidad que hay acerca de los más elementales conocimientos demográficos se explica, tal vez, porque casi todas las personas consultadas al respecto ignoran cuántos años tienen. Eso no les impide poseer un lenguaje coloquial de extraordinaria riqueza anacrónica. Los niños de la primaria 6 de Agosto se disfrazaron de gitanos, monjes locos y piratas, mientras las niñas se vistieron de hawiainas y odaliscas, y salieron a desfilar por las calles del centro, en compañía de sus maestras, para festejar el aniversario de su escuela. ¿Eso qué es?, le dije a otro taxista.

-Es una farándula -contestó.

La noche del viernes, desbordante de parejas de enamorados y grupos de amigas y amigos que salen a bailar y divertirse, la policía municipal ronda a las afueras de los boliches, y la gente, al verla venir, se recomienda:

-Cuidado, que viene la batida.

En los periódicos, por otra parte, los reporteros suelen llamar a los alcaldes "burgomaestres", y a mí la verdad me gustaría quedarme en Bolivia los años necesarios para descubrir los límites de ese universo que marcan tales vocablos, pero Kathrin Hook se iba a La Paz con la flota (el camión) de las seis de la tarde, yo tenía que volar a Santa Cruz de la Sierra para tomar el avión a México y no estaba dispuesto a abandonar el país sin descubrir el significado de "QDDG", que me estaba obsesionando.

-Ya sé -le había dicho una tarde a Shirley Fernández, mostrándole una esquela con 12 renglones de nombres de parientes que despedían a un abuelo. Este viejito era tan malvado que la familia no quiso enterrarlo sin recordar "Que Debió Darnos las Gracias".

Una invención vanguardista

QUE DECIA DISCURSOS grandilocuentes, que dibujaba diamantes gigantescos, que dormía dando gritos, que desnudaba danzarinas gordas, que derrochaba dinero griego: las posibilidades eran infinitas pero sólo había una respuesta exacta y si no la encontraba pronto enloquecería inventando equivalencias. Sin embargo, por alguna extraña razón, olvidaba la pregunta cada vez que estaba en presencia de personas que podrían ayudarme a salir de la duda. Esa tarde, por ejemplo, cuando encontré a Ervé Rivera caminando por El Prado no fue lo primero que se me ocurrió decirle. No me dio tiempo, de hecho.

-¿No has visto a Kathrin? -se me adelantó.

-Estará en el Brasil -supuse.

-No está, vengo de ahí. Vamos a llamarla por teléfono.

Fuimos a una cabina pero el aparato no servía y no se divisaba otra en cuadras a la redonda. Estábamos perdidos en la medida en que no íbamos a despedirnos de la gringa, pero de repente los ojos de Ervé se iluminaron.

-Mirá, qué suerte, hermano. Allá va un chalequero.

Y de cuatro zancadas alcanzamos a un muchacho enfundado en un enorme saco de popelina brillante, color zanahoria, que le da nombre a su recientísimo oficio: el chalequero, una variante de la economía informal que todavía no ha llegado a México.

-Una llamada local, hermano -dijo Ervé al individuo, y éste se abrió el inmenso saco mostrándonos su mercancía.

En numerosos bolsillos cosidos a los interiores de la prenda tenía la más variada colección de teléfonos celulares que alquilaba por una módica suma para hablar a cualquier punto del país. Tres de sus aparatos servían únicamente para La Paz. Uno era exclusivo para Oruro, otro para Potosí, otro para Vallegrande, otro para Tarija, otro para Santa Cruz. Y cuatro, desde luego, para Cochabamba. Ervé alquiló uno de esos.

El chalequero lo depositó en su mano, mi amigo se dio la vuelta para marcar los números con la yema del pulgar y se alejó tres pasos para sentirse más cómodo cuando le dijera lo que tuviera que decirle a la gringa, mientras una cadena, soldada a la base del teléfono, brotaba del bolsillo respectivo.

-¿Cuánto mide? -le dije al hombre.

-¿La coyea? -respondió, pronunciando la erre a la boliviana. Metro y medio. No se me ha escapado nadie hasta ahora -sonrió con escasos dientes.

Entonces recordé que dos noches antes había entrado en un cine como de 1960, a ver una película boliviana que ha obtenido un clamoroso éxito de taquilla: Sena quina, donde aparece también un chalequero. Al verlo en pantalla pensé que era un invento del director, Paolo Agazzi, y no un dato recogido directamente de la realidad social. De aquella función nocturna me había quedado nada más con un chiste. Un hombre va a al doctor, y sale del consultorio abatido por el diagnóstico. El médico le ha dicho: "Le quedan seis meses de vida, pero si quiere que le parezcan eternos cásese con una cochabambina."

-Ya está en el café -dijo mi amigo, devolviendo el celular al bolsillo del chalequero, pagándole con una moneda de dos bolivianos, recibiendo medio boliviano de cambio e incitándome a caminar hacia la terraza desde donde Kathrin agitaba la mano junto a Shirley Fernández.

Ahora les había contado el chiste de la película, habíamos intercambiado correos electrónicos, íbamos a pedirle a Shirley el último café de esos días inaugurales de la nueva crisis política de Bolivia, pero entonces la pregunta se me salió de la boca.

-¿Qué quiere decir QDDG?

-Que de Dios goce.

El agua habla

ESCRIBO ESTAS NOTAS en Santa Cruz de la Sierra, a punto de tomar el avión a México y mirando en la televisión del hotel las imágenes de Tapachula y Veracruz, ríos de lodo llevándose pueblos y caminos, los vestidores del estadio Pirata Fuente convertidos en albercas de Tequisquiapan, la gente esperando ayuda y clemencia, otra vez, como en Nueva Orleáns, como en Vietnam, como en tantas otras partes del mundo. No puedo comunicarme a las regiones inundadas en México, los compañeros no devuelven las cartas y como no sé qué decir desde Bolivia, le cedo la palabra a Carlos Pellicer: "El agua habla, crece, participa..."

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