Usted está aquí: domingo 9 de octubre de 2005 Opinión Crujir del corazón

Angeles González Gamio

Crujir del corazón

Hay situaciones que enfrenta uno en la vida, que materialmente hacen crujir el corazón. Una de ésas es la visita al albergue temporal de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal. A este sitio, ubicado en la colonia Doctores, llegan niños menores de 12 años que son abandonados, maltratados y sufren inimaginables formas de violencia. Por ello es sorprendente verlos reír, jugar, bien comidos, limpios, con sus batitas azules, que hacen pensar que se visita una escuela particular.

Factor fundamental es la directora, Lorena González Reyna, una hermosa y competente joven que se ha comprometido amorosa y apasionadamente con los infantes que cada día llegan, algunos en estado crítico, a quienes, apoyada por un equipo de sicólogos, puericulturistas, pediatras y especialistas en maltrato infantil, apoyan en un fino trabajo para devolverles la salud física y mental, en tanto son dados en adopción, reintegrados con algún familiar o trasladados a otras instituciones donde puedan permanecer por tiempo indefinido.

Alrededor de 200 niños, que van de horas de nacidos a los 12 años, son alimentados, curados, apapachados; los que tienen la edad van a la escuela; para muchos, ya mayores, es la primera vez. Mami Lorena, como le llaman los pequeños, que la abrazan cariñosos cuando la ven, también les acerca la diversión y la cultura, abriéndoles mundos que para la mayoría eran desconocidos; van al cine, a museos, toman cursos de verano, talleres, música, natación. Las instalaciones han tenido una transformación gracias al apoyo que ha brindado el procurador Bernardo Bátiz, ya que se encontraban bastante deterioradas.

Esas patéticas noticias que leemos cotidianamente en la prensa, acerca de bebés que son hallados en un basurero envueltos en papel periódico y otros casos semejantes, aquí vienen a dar; conmueve advertir el gusto con el que se les recibe; tras la revisión médica, lo primero es darles un nombre, ternura y caricias, para que reciban el alimento más importante que requiere el ser humano, que es el amor. Afortunadamente hay una larga lista de personas que los quieren adoptar, situación que se facilita cuando se trata de expósitos, aquellos cuyos padres se desconocen. Es más difícil cuando se trata de los que califican como abandonados, ya que en este caso sí existe algún pariente, del que en buen número de casos se alejó a la criatura por maltratos, lo que complica darla en adopción.

La ciudad de México tiene larga historia en este tipo de establecimientos. En las memorias del gobernador del DF Tiburcio Montiel, de 1873, dice de la casa de niños expósitos: "Este asilo fue fundado el 11 de enero de 1766, por la inmensa caridad del arzobispo de México, Francisco Antonio Lorenzana (...) Los gobiernos le han dispensado siempre su protección y actualmente tiene una lotería concedida por usted, ciudadano oficial mayor (...) El mecanismo de este asilo es muy sencillo: cuando una madre, padre o no sé quién, porque no sé cómo llamar a la que se arranca del seno un hijo para borrarlo del cuadro social, para esconderlo, para dejarlo perder en ese abismo infame del anónimo (... ) cuando se deposita a ese niño abandonado en el torno de la casa, suena al punto la campana, que anuncia que la caridad tiene un nuevo hijo que nutrir a sus pechos".

No obstante que en la memoria se alaba el cuidado que se brinda a los pequeños, la mortandad era impresionante, ya que dice: "En el tiempo corrido del primero de octubre de 1871 al 26 de agosto de 1873, es decir, en un año diez meses, entraron 92 niños y en el mismo periodo fallecieron 62 y han salido 28 perfectamente sanos". Añade: "había en la casa la tiernísima costumbre de que todos los niños cuyos padres no los reconocían, y eran los más, llevasen el apellido de Lorenzana, como un recuerdo de gratitud hacia su bienhechor; hemos visto que esto no siempre es de su agrado cuando crecen, ya que creen que les deshonra porque recuerda la ilegitimidad de su origen y supera en ellos un afecto indigno de honra mal entendido al deber del agradecimiento."

Mucho ha cambiado el cuidado de esos niños, aunque no el drama que encierra cada una de las historias de los que van a dar a estos sitios, en los que afortunadamente hay personas como Lorena y su equipo, que con entrega, ternura y paciencia van sanado las heridas de las almas y los pequeños cuerpos.

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