Usted está aquí: sábado 15 de octubre de 2005 Opinión EU, Francia y la lucha por Siria

Marta Tawil

EU, Francia y la lucha por Siria

La muerte del ministro del Interior sirio, Ghazi Kenaan, el 12 de octubre en sus oficinas de Damasco, suscita varias interrogantes sobre el estado actual del régimen baazista y su capacidad de resistencia y adaptación ante las presiones externas y ante la publicación, a finales de este mes, del reporte de la comisión internacional encabezada por el alemán Detlev Mehlis que investiga el asesinato del ex ministro libanés Rafiq al-Hariri. El "rencuentro amistoso" entre Estados Unidos y Francia en torno a la cuestión sirio-libanesa -que no se observaba desde la desastrosa operación de la fuerza multinacional italo-estadunidense-francesa enviada a Líbano durante 1982-84- obliga a plantear algunas consecuencias que puede traer para la estabilidad regional.

No obstante sus bemoles, durante el gobierno de Hafez al-Assad (1971-junio 2000) la relación de Siria con Estados Unidos fue generalmente "civilizada". Washington se esforzó por mantener el diálogo con Damasco. Siria logró mantenerse como potencia regional y recibió luz verde de Washington y París para consolidar su presencia en Líbano, como reconocimiento a su participación en la coalición internacional contra Irak en 1991. Sin embargo, las relaciones bilaterales se redujeron a un diálogo de sordos a raíz del fracaso de las negociaciones sirio-israelíes de principios 2000 auspiciadas por el entonces presidente William Clinton, y posteriormente con la ya conocida (y aplicada en Irak) estrategia de los neoconservadores para Medio Oriente después del 11 de septiembre.

La "política árabe" que París adoptó a mediados de los años noventa con el fin de ejercer un contrapeso a la hegemonía estadunidense en la región había llevado al gobierno de Jacques Chirac a apoyar la pareja sirio-libanesa. Esta política empezó a cambiar desde el verano de 2003, para dar un giro de 180 grados hacia finales de 2004, con el voto de la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, promovida por el Quai d'Orsay luego de que el parlamento libanés aprobara, con la instigación de Siria, la prorrogación del mandato del presidente libanés Emile Lahoud. La tensión bilateral alcanzó su clímax con el atentado contra el ex primer ministro libanés Rafiq al-Hariri, el 14 de febrero en Beirut. Francia reprocha a Damasco no haber cumplido con su promesa de respetar la independencia de Líbano y haber obstaculizado las reformas económicas tanto en Siria como en el país de los cedros, así como el hecho de no haber sido fiel a París (en abril de 2004, Siria otorgó un contrato de explotación de gas natural de 700 millones de dólares al consorcio estadunidense-canadiense Occidental-Petrofac y rechazó la oferta que le hizo el grupo francés Total, que el presidente Chirac apoyó personalmente).

En teoría, y a pesar de las apariencias, el compromiso de Francia y Estados Unidos con la soberanía libanesa responde a motivaciones diferentes: mientras para Washington la cuestión libanesa es un simple medio de presión para extraer de Siria toda una serie de concesiones en Irak y con los grupos palestinos, París, cuidadosa de su imagen en el mundo árabe, dice oponerse a las sanciones y el aislamiento de Damasco, y califica su acercamiento con Washington de mera "alianza de circunstancia". Sin embargo, por un lado parece que los franceses olvidaron que Líbano nunca fue para Siria un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar su objetivo principal: recuperar los Altos del Golán que Israel ocupa desde 1967. Por otro lado, resulta difícil identificar una visión estratégica coherente en la posición que Francia ha adoptado ante los sirios: la marginación a la que los está orillando contradice abiertamente la estrategia adoptada en el pasado por Chirac para contrapesar el eje Washington-Tel Aviv y propiciar un orden multipolar en Medio Oriente. Desde esta perspectiva, resulta contradictorio el compromiso de Francia con una resolución como la 1559, ya que ésta no se limita simplemente a preservar la independencia de las instituciones libanesas y evitar la injerencia siria en las mismas, sino que prácticamente exige el desmantelamiento del movimiento chiíta Hezbollah. ¿Acaso París de pronto se convenció de que el régimen sirio no es capaz de reformarse y es mejor dejarlo a su suerte? ¿En quién espera Francia que podrá apoyarse para proyectar efectivamente su influencia en el oriente árabe? ¿En el Estado libanés? ¿En la dirección palestina de Mahmoud Abbas?

La muerte del ministro sirio Kanaan ha generado todo tipo de especulaciones. Algunos piensan que fue el chivo expiatorio para eliminar la pista que acusaría a Damasco del asesinato de Hariri; otros prevén que su "suicidio" es el comienzo de una larga lista de arreglo de cuentas entre la elite política. En este ambiente de rumores y especulaciones en torno a las reales e hipotéticas fisuras del régimen, la estrategia de resistencia por parte del liderazgo de Bashar al-Assad consiste principalmente en una activa diplomacia económica, regional e internacional; en diversos gestos de cooperación política y de seguridad hacia Washington en torno al tema iraquí, así como en llamados a Israel a relanzar las negociaciones bilaterales para la paz. Durante la reciente entrevista que dio a la cadena CNN (horas antes de la muerte de Kanaan), Assad afirmó que, en caso de que se mostrara clara evidencia que inculpe a funcionarios sirios por el asesinato de Hariri, "éstos serán castigados, dentro o fuera del país". No obstante los esfuerzos de Bashar al-Assad por permanecer dentro del juego regional, su poder y la cohesión del régimen son más que nunca puestos en duda. La gravedad del dilema que enfrenta entre, por un lado, ganar tiempo ante las presiones y, por otro, renunciar a su discurso nacionalista, es indiscutible. Presionar a Siria para que ceda a las exigencias estadunidenses en política exterior, sin ofrecerle nada honorable a cambio, refuerza las perversiones de su régimen y polariza aún más el escenario interno. La desintegración abrupta del régimen sirio no aseguraría la paz con Israel ni en la región. De concretarse, su consecuencia inmediata (altamente significativa para el gobierno israelí de Ariel Sharon) será que con él desaparecería el único y último actor político y estatal, reconocido a nivel internacional, del conflicto árabe-israelí.

 
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