Usted está aquí: miércoles 19 de octubre de 2005 Opinión Eutanasia: lo que está en juego

Editorial

Eutanasia: lo que está en juego

El tema de la despenalización de la eutanasia en el Distrito Federal, puesto en el debate público por una propuesta de reforma legal presentada por un diputado perredista capitalino, suscitó reacciones inmediatas de las derechas religiosas y seculares: el clero, con el arzobispo Norberto Rivera a la cabeza, y Acción Nacional, con su presidente, Manuel Espino, en la voz cantante, se apresuraron a rechazar, era de esperarse, una posibilidad que, en sus propias palabras, permitiría la "liquidación" de seres humanos y representaría un "atentado" contra "principios fundamentales".

Más preocupante que las fortificaciones ideológicas así expresadas fue la insólita declaración del secretario de Gobernación, Carlos Abascal Carranza, quien llegó al extremo de proponer, en caso de que fuera aprobada la modificación legal referida, la desobediencia a las leyes, postura que, expresada desde su cargo, constituye, más que un despropósito, casi una eutanasia para los reducidos márgenes de gobernabilidad del foxismo.

Sin duda, el asunto de la muerte asistida presenta aspectos polémicos, en la medida en que en él se contraponen, por un lado, la defensa de la vida en cualquier circunstancia y, por el otro, la soberanía de los individuos sobre su propia existencia.

Es lógico que los estamentos históricamente opuestos a la autonomía de las personas para decidir sobre sus propias vidas ­y muertes­, como la jerarquía católica y sus más inflexibles seguidores seculares, pongan el grito en el cielo cada vez que se esboza un ensanchamiento de la libertad individual para decidir sobre el propio cuerpo y sobre la propia existencia.

Con una alharaca semejante han reaccionado, a fin de cuentas, ante la difusión del uso de anticonceptivos, la despenalización del aborto, las conquistas de género, la reafirmación de los derechos de las minorías sexuales y la lenta pero indetenible instauración de los derechos reproductivos como valor de la civilización moderna. Con parecidos estruendos recibió el clero, en el siglo antepasado, los avances en materia de libertad de imprenta, opinión y pensamiento, el establecimiento del sufragio universal y el tránsito de las monarquías absolutistas a las repúblicas democráticas.

En última instancia, la disputa entre las posturas reaccionarias y los movimientos progresistas y modernizadores puede tomarse siglos de discusión filosófica, pero sería lamentable que tales debates paralizaran, a estas alturas, el desarrollo de la sociedad, y resulta pertinente, por ello, desdramatizar la confrontación. En el caso de la despenalización de la eutanasia es claro que, de llegar a aprobarse, permitiría que cada quien dispusiera de su existencia y su muerte en función de sus propias creencias y de sus propios valores: los enfermos terminales que comparten la idea de la sacralidad absoluta de la vida podrían aferrarse a ella hasta las últimas consecuencias, en tanto quienes no ven nada malo en ahorrarse sufrimiento y agonía inútiles podrían solicitar una muerte asistida. La postura de la despenalización es virtuosa en la medida en que no pretende imponer nada a nadie, sino simplemente ensanchar los márgenes de la libertad hasta el propio final de la persona.

Pero, más allá de la defensa de valores doctrinarios, dogmas y citas bíblicas, resulta evidente que la jerarquía católica ha encontrado en este debate una rendija para intervenir en asuntos políticos. Lo dejó meridianamente claro el secretario general del Episcopado Mexicano, Carlos Aguiar Retes, al demandar a los candidatos que competirán en las elecciones del año entrante que hagan públicas sus posturas sobre asuntos como la despenalización de la eutanasia y el aborto, así como el matrimonio entre homosexuales. No es difícil percibir que tras esta exigencia se encuentra el propósito de la dirigencia católica de hacerse una idea precisa de sus posibles aliados ideológicos en la arena política para negociar con ellos, desde ahora, un respaldo publicitario que no se mide en espots ni en carteles, sino en homilías.

 
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