Usted está aquí: martes 25 de octubre de 2005 Mundo Contrastes

Pedro Miguel

Contrastes

La vida en el inmenso litoral de los huracanes es contrastada. Suele olvidarse que alrededor de los balnearios de categoría mundial florecen andurriales llenos de miserables y que, por alguna razón inexplicada, algunos iluminados eligen, para sumergirse en las profundidades de sí mismos, destinos marcados por la frivolidad ociosa y convertida en economía de escala que abre a los clasemedieros las puertas de la ilusión en hoteles de cinco estrellas.

Hace poco vinimos a enterarnos que una de las ciudades más turísticas del país más rico del mundo estaba infestada de pobres de solemnidad. Si no se hubieran ahogado en masa a la mitad del pasado verano seguiríamos sin saberlo.

En algún momento de la década pasada, en el curso de una cena en una casa de Martha's Vineyard, el sureño William Clinton -Arkansas se acomoda entre Luisiana y Mississippi- reivindicó ante los sorprendidos latinoamericanos Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes su condición de ciudadano del Caribe y les recordó, como habría de narrarlo el primero en un artículo periodístico, los fuertes lazos históricos, culturales, comerciales y hasta meteorológicos que atraviesan el mar y vinculan a esa cuenca enorme que va desde las playas estadunidenses en el Golfo de México hasta Trinidad y Tobago, frente a las costas venezolanas, o tal vez más al sur, hasta Cayenne, axila de culturas. Y en medio, el archipiélago más plural y cosmopolita del sistema solar, poblado por indios, negros, europeos, árabes, asiáticos y mezclas inverosímiles. Y desde Nueva Orleáns, en Estados Unidos, hasta Margarita, en Venezuela, puntos turísticos deliciosos o, como dirían los monseñores, sodomas y gomorras de la perdición.

En el centro de todos esos contrastes está Cuba, también paradójica y ambigua, con su gobierno que, con su autoritarismo y su cerrazón exaspera cada día más a los humanistas, con su historia del último medio siglo que lleva las apreciaciones del lugar común de burdel y casino y azucarera a sede terrenal del paraíso social mezclado con cuartel atómico y convento socialista, y de ahí nuevamente a burdel discreto para huéspedes más solidarios y comprensivos que los estadunidenses. Una de las críticas destacadas (y fundamentadas) contra el régimen castrista es la facilidad con la que echan mano, para ajustar su plan de negocios a las circunstancias del momento, de las vidas de la población: patria o muerte. Muerte en Latinoamérica, muerte en Angola y muerte también, desde luego, en caso de necesidad, en el propio suelo de la isla. Ningún bloqueo criminal y ninguna hostilidad patente del extranjero justifican, en opinión de muchos o de algunos, esa consideración, más propia de los cantos patrióticos del siglo XIX que de los albores del XXI, de sacrificar la vida de la población en aras de un paradigma más que cuestionado, sobre todo si se tiene en cuenta que en algunas ocasiones las cosas han ido más allá del discurso.

Pero el huracán más reciente ha agregado un dato insoslayable a este enredo de contradicciones: el rígido convento socialista funcionó a la perfección a la hora de preservar la vida de la gente y redujo al mínimo un desastre que pudo ser -hay que ver lo que ocurre en Haití, donde cualquier lluvia intensa deja tras de sí decenas de cadáveres humanos- mayúsculo. Ahora hay que poner en la balanza, junto con todo lo demás, la disciplina que permitió confinar las pérdidas provocadas por Wilma a su paso por tierras cubanas al rubro de "materiales", y cotejar el hecho con la indolencia neroniana que mostró la Casa Blanca cuando miles de estadunidenses pobres ejercieron su libertad de ahogarse en las aguas desbordadas del lago Pontchartrain, o con la inexistencia -no hay otro término posible- de los gobiernos democráticos centroamericanos ante la catástrofe dejada en sus países por Stan, o con la masiva intemperie (habitacional, social, laboral, alimentaria) en que subsisten cientos de miles de damnificados de ese mismo meteoro en una "economía emergente" como la mexicana.

No hay motivo para no registrar este nuevo contraste en la postal del extenso Caribe (más vasto, si se piensa en la acepción clintoniana), cuyas aguas, diáfanas de costumbre y apariencia, han quedado más revueltas que nunca por la presente temporada de huracanes.

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