Usted está aquí: miércoles 26 de octubre de 2005 Mundo La periodista Judith Miller, ¿heroína o villana?

La periodista Judith Miller, ¿heroína o villana?

Para muchos de sus colegas fue ariete del belicismo de Bush, no defensora de la libertad de expresión

DAVID BROOKS CORRESPONSAL

Ampliar la imagen Severas cr�cas ha recibido la periodista del New York Times tras su salida de prisi�OTO Reuters Foto: Reuters

Nueva York, 25 de octubre. Judith Miller, la reportera del New York Times encarcelada durante 85 días por negarse a revelar sus fuentes a un fiscal independiente que investiga a funcionarios de la Casa Blanca, ha sido elogiada por algunos como una "heroína" de la libertad de prensa, pero otros del gremio periodístico cuestionan cada vez más sus motivos y su profesionalismo.

Casi todo periodista y defensor de la libertad de expresión apoya el principio en torno al cual gira el caso de Miller, pero eso no se traduce en respaldo a ella. Ahora ya no sólo se trata del prestigio y credibilidad de una reportera, sino del periódico más reconocido y poderoso de Estados Unidos.

No hay disputa sobre el principio que se defendía: el derecho de proteger fuentes confidenciales en circunstancias en las que un periodista no puede cumplir de otra manera con su deber de informar al público.

Miller ha declarado que la defensa de ese principio fue la razón por la cual rehusó cooperar con la investigación que realiza el fiscal especial Patrick Fitzgerald sobre si alguien del gobierno de George W. Bush cometió un delito al filtrar a los medios el nombre de una integrante de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), caso en el que esta semana podrían anunciarse cargos legales contra altos funcionarios de la Casa Blanca. Al negarse, un juez la encarceló hasta que decidiera cooperar, pues no existe una ley federal que explícitamente garantice ese derecho.

En un principio se proyectó a Miller como una heroína por su sacrificio a la causa. Los directores del New York Times le dieron pleno respaldo, junto con otros medios y organizaciones de libertades civiles en éste y varios países más. La reportera fue liberada al final, cuando según ella recibió permiso directo y explícito de su fuente para revelar su identidad (fue I. Lewis Libby, jefe del equipo del vicepresidente Dick Cheney), y una vez que el fiscal independiente aceptó la condición de Miller de que no la obligaría a revelar otras fuentes confidenciales.

Miller se presentó ante el gran jurado, testificó durante más de tres horas, y hace una semana escribió una nota sobre esta experiencia.

Hace unos días, algunas figuras del mundo iberoamericano publicaron un desplegado de media plana en el New York Times encabezado "¡Gracias, Judith Miller!", en el que afirman que "las nobles acciones de Miller han generado atención mundial y merecen el respeto de los amantes de la libertad en todas partes. Nos sumamos a sus colegas y conciudadanos en reconocer sus convicciones y valentía".

Entre los firmantes están Jesús de Polanco, presidente del Grupo Prisa y del periódico El País; Alejandro Junco de la Vega, presidente del Grupo Reforma; la embajadora y ex canciller mexicana Rosario Green; Joao Roberto Marinho, vicepresidente de Globo TV y de O Globo en Brasil; el ex presidente del gobierno español Felipe González; el ex presidente colombiano Belisario Betancur; Gustavo Cisneros, del Grupo Cisneros de Venezuela, el ex vicepresidente de Nicaragua Sergio Ramírez y el ex canciller mexicano Jorge Castañeda.

Pero mientras algunos alababan a Miller, sus colegas del Times y de otros medios, como los diarios Los Angeles Times, Washington Post y Columbia Journalism Review, entre muchos más, revelan graves problemas con esta "heroína" y algunos hasta consideran que fue participante clave en la estrategia de propaganda de la Casa Blanca para promover la guerra contra Irak.

Vale recordar que el vicepresidente Dick Cheney, al lanzar la gran campaña para "vender" la guerra contra Irak en septiembre de 2002, citó las notas de Miller en el Times para reforzar sus argumentos de que el régimen de Saddam Hussein representaba una amenaza por sus armas de destrucción masiva.

Miller escribió varios reportajes sobre el tema de esas armas en momentos propicios para el gobierno de Bush. Entre sus fuentes claves estaba su amigo Ahmed Chalabi, entonces el iraquí favorito de los neoconservadores del Pentágono y la Casa Blanca, quien ofrecía información falsa a ellos, así como a Miller y otros periodistas, para promover la guerra contra su enemigo Hussein.

Cuando resultó que esa información era falsa, que no existían las armas de destrucción masiva, el New York Times fue obligado a ofrecer una explicación y disculpa pública casi inédita por su papel en desinformar al público, y precisó que cinco de los seis artículos con información falsa o indigna de crédito sobre el tema fueron escritos o coescritos por Miller.

De hecho, cuando Bill Keller fue nombrado nuevo editor ejecutivo del Times, en el verano de 2003, una de sus primeras ordenes fue prohibir que Miller continuara escribiendo sobre el tema de Irak y las armas de destrucción masiva.

En su propio reportaje sobre su caso legal, Miller admitió la semana pasada en el Times que "me equivoque completamente" sobre el asunto de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, y lo justificó así: "cuando tus fuentes están equivocadas, tú te equivocas".

Esto provocó ira en otros reporteros de investigación, quienes señalaron que la tarea del reportero es precisamente no confiar exclusivamente en fuentes que tienen obvios intereses políticos en el asunto.

También confesó que aceptó identificar a Libby en una de sus notas como ex funcionario legislativo, pues en algún momento había trabajado en el Capitolio.

Sin embargo, para periodistas profesionales lo anterior implica engañar a los lectores, ya que la responsabilidad es que si uno no puede identificar una fuente por su nombre, sí es obligación caracterizar con la mayor precisión qué tipo de fuente es por su nivel dentro del gobierno u otra institución o algo para demostrar la razón por la cual se está citando.

Pero ya desde hace años, algunos colegas tenían problemas con ella. Craig Pyes, reportero y ganador del Premio Pulitzer, envió un memorando a editores del Times, en diciembre de 2000, en que se quejó de su colaboración con Miller al elaborar un reportaje sobre la red Al Qaeda. "Ya no estoy dispuesto a trabajar más sobre este proyecto con Judy Miller. No confío en su trabajo, su juicio, o su conducta".

Pyes, ahora reportero de Los Angeles Times, criticó el borrador de la nota redactada por Judith Miller como "poco más que estenografía de fuentes gubernamentales durante varios días, llena de afirmaciones no comprobadas y fallas de hecho", reportó el Washington Post.

Aunque muchos periodistas y editores rehusaron criticarla durante su estancia en la cárcel, por solidaridad y apoyo al principio que estaba defendiendo, esto cambió tan pronto Miller fue liberada.

De hecho, algunos de sus propios editores en el periódico han señalado que no eran ciertas las versiones de Miller sobre qué había hecho y a quién consultó dentro del periódico. Hasta el propio Keller informó a la redacción de su periódico, a finales de la semana pasada, que al parecer Miller había "engañado" al jefe del buró del Times en Washington sobre su involucramiento en el caso de la filtración de la identidad de la agente de la CIA, Valerie Plame.

De hecho, algunos cuestionan la razones reales por las cuales Miller dijo estar dispuesta a ir a la cárcel, y algunos han sugerido que fue para resucitar su dañada carrera. Según Miller, fue para proteger la identidad de una de sus fuentes confidenciales, pero abogados de esa misma fuente señalaron que Libby ya había otorgado permiso a todo periodista para revelar su identidad ante esta investigación desde hace un año.

Este fin de semana, Maureen Dowd, columnista del New York Times, escribió un artículo devastador sobre su colega, cuyo título fue "Mujer de destrucción masiva". Ahí resumió varias de las críticas sobre su papel como reportera en torno a la política bélica del presidente Bush. "Las notas de Judy sobre armas de destrucción masiva fueron demasiado bien hechas a la medida del argumento en favor de la guerra de la Casa Blanca", señaló.

Pero como comentó el gran periodista veterano Seymour Hersh en un foro realizado recientemente en Nueva York, todo este caso no es sólo culpa de Miller, sino de sus jefes y editores que permitieron que alguien como ella continuara trabajando sin supervisión y reglas más estrictas. "Ese no es el Times que yo conocía", dijo.

Alex Jones, ex reportero del Times y ahora director del Centro Shorenstein sobre la Prensa, Política y Políticas Públicas, de la Universidad de Harvard, preguntó cómo fue posible que si el editor ejecutivo Keller ordenó que Miller cesara de reportar sobre Irak y las armas en 2003, ésta continuara trabajando estos temas.

"Si el New York Times no confía en Judy Miller para hacer notas en el área en que es experta, ¿qué confianza tiene en lo que puede hacer y por qué deberíamos confiar en lo que ella hace?", interrogó Jones en comentarios al Washington Post.

Rem Reider, editor del American Journalism Review, comentó que "lo más preocupante es la sensación de que el Times es a veces un buque sin capitán o, más bien, un asilo donde los internos controlan el lugar", reportó Los Angeles Times.

Robert Scheer, periodista y articulista, aseveró que el Times y sus directores realizaron una "cruzada pública no sólo para proteger a Miller en los tribunales sino para convertirla explícitamente en heroína, al ocultar el hecho de que ella no estaba protegiendo el derecho del público a ser informado sino que estaba encubriendo al gobierno de Bush en su intento descarado y posiblemente criminal de desacreditar a un silbador (whistle blower, crítico interno). Ese silbador, el ex embajador Joseph C. Wilson IV, había enfurecido al gobierno republicano al revelar la utilización de pruebas falsas de armas de destrucción masiva como justificación para la invasión de Irak", escribió en AlterNet.

Concluyó que Miller "parece aún no tener ni idea de qué significa ser periodista ética, 'tenemos todo de que estar orgullosos y nada de que disculparnos', afirmó, aparentemente refiriéndose a sí misma y al gran periódico que logró corromper".

Por cierto, cuando Miller regresó al Times después de ser liberada, estaba nerviosa y pidió que una amiga la escoltara para entrar juntas a la redacción. Sabía que no todo sus colegas estaban celebrando su triunfal retorno. Ahora, una vez más, la credibilidad del Times está en tela de juicio entre sus lectores y periodistas de este país.

Varios de sus colegas creen que Miller, quien dice que tiene la intención de escribir un libro antes de regresar al Times, a fin de cuentas no retornará al periódico.

Su colega, la columnista Maureen Dowd, señaló que Miller ha dicho que tiene la intención de regresar a la redacción del Times para cubrir "las mismas cosas que siempre he cubierto, amenazas a nuestro país". Dowd escribió a sus lectores de su columna que "si esto llega a suceder, la institución que estaría en mayor peligro será el periódico que está en tus manos".

 
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