Usted está aquí: miércoles 26 de octubre de 2005 Política El jardinero fiel

Arnoldo Kraus

El jardinero fiel

Sida. Africa. Inmoralidad. Compañías farmacéuticas. Dipraxa. Tuberculosis. Contubernios. Bolsa de valores. ¿Ficción o realidad? Consentimiento informado. Muertes por efectos secundarios de medicamentos y compromiso humano son tan sólo algunas de las alusiones -mejor sería llamarlas vivencias- de la novela The constant gardener, de John Le Carré.

Llevada a la pantalla bajo el título El jardinero fiel, la ficción y la realidad se imbrican constantemente, al grado de que con frecuencia es imposible saber si la ficción proviene de la realidad o si la segunda es semilla de la primera. Por el dolor y el encono que evoca el thriller mejor sería que la parte medular fuese pura ficción: "Drogas desechables para pacientes desechables", "El mundo es nuestra clínica" y "No estamos matando a nadie que no hubiese muerto de cualquier forma" son los mottos de la compañía farmacéutica KDH que ensaya en enfermos africanos el medicamento Dipraxa para combatir la tuberculosis.

Ambientada en Africa, no por azar, sino por ser ese continente el mejor laboratorio para las compañías farmacéuticas dada la altísima frecuencia de sida y de tuberculosis y por ser los africanos "pacientes de-sechables", El jardinero fiel relata las peripecias de una pareja donde el asesinato de Teresa (Rachel Weisz) aviva la conciencia de su esposo, Justin (Ralph Fiennes), diplomático inglés, quien intenta descubrir las razones por las cuales su mujer fue masacrada.

Del romance inicial entre ambos el filme "brinca" a la denuncia. Se muestran los oscuros caminos de una compañía farmacéutica empeñada en comercializar el Dipraxa, sin que importen "demasiado" los efectos colaterales, que incluyen la muerte de algunas decenas de los enfermos sometidos a prueba -el término "conejillo de Indias" retrata las intenciones de la farmacéutica y sus enjutos códigos éticos. Denuncia, asimismo, la complicidad de las autoridades británicas interesadas en el éxito económico de una de sus compañías, la anuencia que se torna en servilismo de algunos médicos locales y la impotencia de otros galenos africanos representados por un colaborador de Tessa y que finalmente también será asesinado.

La película no deja de lado la devastación producida por el sida. La pobreza de algunos villorrios, la escueta información que se ofrece sobre esa enfermedad y el enjuto valor que se da a los pacientes africanos, quienes son considerados "algo similar a seres humanos" bien retratan la indolencia de algunas transnacionales.

La "mala fama" de la que "gozan" en la actualidad algunas compa-ñías farmacéuticas ("las farmacéuticas están ahí mismo, junto con los traficantes de armas", afirma uno de los personajes) ha sobrepasado lo que la sociedad debería tolerar. Los precios excesivos de los fármacos, la arrogancia de algunas para retirar del mercado medicinas nocivas, el trato diferente a los enfermos del primer y tercer mundo que se someten a estudios de experimentación, la publicación incompleta de las investigaciones y la reticencia para informar con detalle y en forma fragmentada los resultados adversos y negativos de los experimentos se ha convertido en una amenaza para la sociedad, cuya medicalización es cada vez más evidente. Medicalización que crece sin cesar por la publicidad de las farmacéuticas, por la anuencia de los medios de comunicación y por las soterradas complicidades de no pocas autoridades de salud.

Esa "mala fama", en boca de Le Carré se lee en su "nota de autor": "Nada en esta historia, y ninguna entidad o empresa, gracias a Dios, está basado sobre una persona o entidad actual en el mundo real. Pero les puedo decir esto: al progresar por mi viaje a través de la selva farmacéutica, me empecé a dar cuenta de que, en comparación con la realidad, mi cuento es tan dócil como una tarjeta postal". Las inmensas ganancias de estas compañías, su rechazo a la elaboración de fármacos intercambiables para tratar a la población africana de sida y el desprecio por algunas poblaciones "de estudio" son algunos de los elementos de la realidad que obligan a mirar diferente la trama de la cinta dirigida por Fernando Meirelles.

La ficción dibujada bajo el Dipraxa y "sus muertos" -la pareja, el médico africano y los conejillos de Indias- se correlaciona con la voracidad de algunas farmacéuticas donde la ética y el ser humano quedan relegadas a segundos planos debido al contubernio entre farmacéuticas y políticos. Contubernio, por cierto, deificado por las inmensas ganancias de las primeras y por la inconmensurable pobreza de los segundos. Del sida al Dipraxa, del colonialismo de las naciones al colonialismo de las farmacéuticas y la expoliación del tercer mundo como norma son algunas de las constantes que dominan el escenario mundial de la salud y cuya ficción se convierte en realidad El jardinero fiel.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.