Usted está aquí: sábado 29 de octubre de 2005 Opinión Opíparo octubre en la UNAM

Juan Arturo Brennan

Opíparo octubre en la UNAM

Desde el comienzo del verano, se supo que la oferta musical internacional del mes de octubre en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) venía, como dicen los astrólogos, muy bien aspectada. Esta vez, la conjunción de música y músicos durante el mes cumplió con creces las expectativas y este octubre universitario resultó, en más de un sentido, un suculento banquete musical.

La cornucopia sonora se inició con el mágico recital del violoncellista holandés Pieter Wispelwey (ya reseñado a detalle en este espacio) con las seis suites para violoncello solo de Bach. Unos días después, Wispelwey volvió a embelesar al público, interpretando soberbiamente los dos conciertos de Haydn con la Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM), bajo la siempre sólida batuta de Eduardo Diazmuñoz.

La Orquesta Filarmónica de Stuttgart ofreció dos conciertos bajo la dirección del joven y energético Gabriel Feltz. Quizá lo mejor de este par de conciertos fue la posibilidad de constatar que, aunque usted no lo crea, sí es posible escuchar interpretaciones frescas y propositivas de algunos añejos caballitos de batalla. Tal fue el caso con la Quinta de Beethoven y la Fantástica de Berlioz, obras en las que Feltz realizó lecturas precisas y claras y, a la vez, con numerosos detalles de balance y perfil estructural que permitieron descubrir algunas cosas nuevas en estas tradicionales partituras. En estas visiones de Feltz y la Filarmónica de Stuttgart destacó un sutil y saludable sentido del humor.

Más impactantes aún resultaron sus versiones de sendas obras de Richard Strauss y György Ligeti: una intensa ejecución de Muerte y transfiguración, de gran lujo orquestal, y una soberbia construcción de las geniales Atmósferas, interpretada con una asombrosa variedad de matices dinámicos y timbres orquestales. La orquesta toda es de alto nivel, pero mostró una sección de alientos-madera realmente espectacular.

Vino luego la presencia entrañable del grupo Hespèrion XXI, bajo la conducción musical y guía espiritual del gran músico catalán Jordi Savall. Con la ayuda de Francisco Rojas, como espléndido recitante-actor, el ensamble hizo un compacto y muy entretenido viaje por las referencias musicales del Quijote cervantino, anclado por una atinada selección de textos y una continuidad musical de gran refinamiento y elegancia. Entre las numerosas riquezas de este espléndido concierto, destaco la evidente maduración de Arianna Savall como arpista y como cantante, la transparencia de la voz del tenor Lluis Vilamajó, la presencia sonora siempre impecable del arpista inglés Andrew Lawrence-King y, en general, la gran riqueza y variedad sonora extraída de un ensamble relativamente austero de tres vihuelas de arco, dos arpas y un poco de percusión. La ejecución que hizo el grupo, en particular de la Chacona de Arañés con que concluyó su programa, fue uno de los momentos más deliciosos de este delicioso octubre musical. Y presidiendo sobre todo ello como un oficiante místico, Jordi Savall, una de las figuras musicales indispensables de nuestro tiempo por su compromiso total con las músicas de otros tiempos.

Días después, el venerable compositor y director polaco Krzysztof Penderecki se presentó al frente de un soberbio ensamble de cuerdas, la Sinfonia Varsovia, con un regio programa en el que resaltó sobre todo la ejecución de la música del siglo XX.

De inicio, Penderecki dirigió su propia Sinfonietta para arcos, obra de una lógica formal impecable, de ricas sonoridades modernas y de un balance estructural preciso.

Enseguida, una versión fogosa y apasionada de la Sinfonía de cámara Op. 110 de Shostakovich, versión orquestal de su Cuarteto No. 8.

Las texturas, los contrastes dinámicos, los unísonos rítmicos y melódicos, la diferenciación contrapuntística, resultaron de primer orden, y esta denuncia musical de los horrores de la guerra creada por Shostakovich cumplió cabalmente, en esta brillante ejecución, su cometido de conmover no sólo los oídos sino nuestras conciencias.

Después de una muy buena versión de la Serenata Op. 22 de Dvorák, el gran músico polaco ofreció otra muestra de su estatura como compositor: una Chacona para cuerdas, escrita recientemente en memoria de Karol Wojtyla, en la que Penderecki, sin alejarse de la expresividad, evade los lugares comunes de la melopea funeraria posmoderna para darnos una conmemoración musical a la vez profunda y austera, emotiva e intelectual.

El banquete musical de octubre en la UNAM (todos los conciertos aludidos se llevaron a cabo en la sala Nezahualcóyotl) concluyó con un impecable concierto de polifonía vocal de Córcega, que reseñaré a detalle en la próxima entrega.

 
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