Usted está aquí: sábado 5 de noviembre de 2005 Opinión Ilusión, desilusión estadística

Ilán Semo

Ilusión, desilusión estadística

Las causas del aumento de los precios del petróleo en los últimos dos años son todavía, para los economistas, objeto de discusión. Algunos lo atribuyen a circunstancias coyunturales: la guerra de Irak, las catástrofes climatológicas, la incapacidad actual de la industria rusa para aumentar su producción, los conflictos de Chechenia y Afganistán que impiden la explotación de los vastos yacimientos que contiene su subsuelo. Otros analistas entrevén razones, como se solía decir antes, "estructurales", es decir, que se imponen al vaivén de los acontecimientos políticos. Entre ellas hay dos notorias. El boom económico de China e India ha traído consigo un crecimiento desaforado de la demanda de energéticos. La reducción del precio real de los automóviles y el aumento exponencial de sus ventas en los países del segundo mundo (las "economías emergentes") han tenido un efecto similar. El hecho de que estas economías exporten hoy bienes industriales, más que agrarios, implica también un aumento de su consumo de carburantes.

Sea como sea, el aumento de los precios del oro negro es una buena nueva para las estadísticas económicas del país. También lo son otras tres fuentes de ingresos externos: 1) las remesas que envían los trabajadores mexicanos que laboran en Estados Unidos; 2) (más allá de la ética) los fondos subterráneos del narcotráfico que son lavados como inversiones; y 3) los ingresos que dejan casi un millón de estadunidenses de la tercera edad que pasan largas temporadas de su retiro en Baja California, Guanajuato, Oaxaca, Morelos y otras regiones del país. Y la suerte, cuando llega, es generosa (ver el artículo de Ana Paula Ordorica "¿México suertudo?", Milenio, 30 de octubre, 2005). Las tasas del interés bancario, que definen los montos del pago de la deuda externa, se han reducido visiblemente desde 2001. En suma: ingresa más y hay que pagar menos.

Si calculamos que en los próximos cinco años estas fuentes de ingreso seguirán reportando dividendos, no es difícil conjeturar que, al menos en las estadísticas, la economía nacional contaría con los recursos necesarios para adentrarse en un periodo de reindustralización, reorden productivo y crecimiento.

Nada de esto ha sucedido (desde el año 2001) y probablemente no sucederá. Las razones son bastante sencillas y obvias. El ingreso petrolero está condenado a seguir financiando una sociedad política que no exhibe el menor interés en el desarrollo del sistema productivo. Las remesas de los emigrantes son destinadas al consumo de primera necesidad. Quienes habrán de capitalizarlas son, para decirlo de manera exagerada, Wal Mart, Coca-Cola y acaso Bimbo. El lavado del capital narco sigue caminos imposibles de incorporar en una logística nacional.

La historia abunda en estas paradojas. Venecia y Génova, que fueron una potencia comercial y financiera en el siglo XVI, se derrumbaron porque la mayor parte de sus excedentes cayeron en manos de una elite dedicada a la renta de la tierra y no a la acumulación protoindustrial. España fue otro caso. El oro que recibió de las colonias acabó acentuando sus rasgos medievales y patrimoniales. Proliferaron los castillos, los poetas y la buena mesa, pero no el espíritu industrial. Pero toda analogía con el pasado es refutable: la historia nunca se repite. Al menos queda esa esperanza.

A las elecciones de 2006 les aguarda este dilema: ¿surgirá de sus urnas un bloque político capaz de promover los cambios necesarios para capitalizar esta nueva oportunidad que las circunstancias -y la consistencia de los trabajadores mexicanos- brindan al país? El PRI ha demostrado que no cuenta con los mínimos requisitos para hacer frente a esta tarea. Se halla atrapado, hoy más que nunca, en ese infernal laberinto de capos y caciques cuyo único horizonte de expectativas es el de la nómina que deben dispendiar antes del corte presupuestal anual. El PAN es distinto. Se ha revelado como una fuerza que logró mantener la institucionalidad democrática (con excepción, claro, de la pifia del intento de desafuero de AMLO) a lo largo del sexenio. Pero no basta el compromiso democrático para impulsar el reorden productivo. Limitada por el gerencialismo, la política panista ni siquiera divisó cuáles eran los resortes para capitalizar los excedentes externos. ¿Y Andrés Manuel López Obrador? Es un enigma. Gasto en infraestructura y pensiones sociales (es decir, neokeynesianismo social) pueden ser variables importantes en un giro económico. Pero se necesita mucho más que eso.

 
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