Usted está aquí: lunes 14 de noviembre de 2005 Opinión ¿Hacia un gobierno de coalición?

Javier Oliva Posada

¿Hacia un gobierno de coalición?

He seguido con interés tanto los resultados como el proceso de formación de gobierno en Alemania. Allí, la victoria fue de menos de un punto porcentual para el partido de la democracia cristiana, encabezado por la futura canciller, Angela Merkel, quien ha debido acordar y pactar posiciones y programa con sus adversarios de la socialdemocracia. Estamos ante un régimen parlamentario en el cual el jefe de gobierno es al mismo tiempo integrante del Bundestag (Cámara de Diputados).

De mantenerse la tendencia en las preferencias del voto a nivel nacional, que no es lo mismo a nivel estatal, en México veremos una cerrada competencia y se augura un apretado triunfo para quien llegue a la Presidencia de la República. Además de que quedan pendientes los pronósticos para la composición de las cámaras del Congreso General, la preponderancia del Poder Ejecutivo conduce a un proceso centralizador de decisiones. Ya en varios pronunciamientos se ha escuchado decir a los contendientes de los principales partidos políticos que, en caso de ganar, habrán de gobernar "con los mejores".

En el punto de la formación del gabinete, las distancias entre un gobierno de coalición, desde la perspectiva de un régimen parlamentario, respecto de uno presidencial, como es el caso de México, nos conduce a una serie de consideraciones que tienen que ver con toda claridad con el programa de gobierno.

Por una parte, no se trata solamente de incorporar personas acreditadas o destacadas en alguna actividad o profesión, sino que principalmente existan valores y propuestas que sean compartidas con el futuro presidente de la República y quienes vayan a acompañarlo en el ejercicio de la función pública. De lo contrario, reunir sin ton ni son implica una suma de voluntades, pero sin las bases de certeza que representa el programa a seguir.

En las elecciones de julio de 2006 habrá de persistir, porque ése es el diseño del sistema político mexicano, la notable concentración de autoridad e influencia de la Presidencia de la República y estará, en ese mismo personaje, actuar o no con mesura y prudencia para dar al ejercicio de la función el sentido estabilizador y orientador que requiere la tarea complicada tarea de ser presidente de la República. Por eso resulta un poco alejado de las posibilidades y realidades de la política nacional un gabinete que implique una coalición (entre los partidos políticos, se entiende). En cambio sí puede ser muy sano y útil que, bajo el hecho de compartir propuestas y bases generales de la plataforma electoral, se integren perfiles que contribuyan a sacar a los partidos políticos de su aislamiento respecto de las aspiraciones sociales y necesidades del país.

Por eso, además de las personas, se requieren ideas que puedan ser llevadas a la práctica por esos mismos futuros funcionarios. No obstante, eso no puede ser considerado como un gobierno de coalición. Hacerlo es persistir en los engaños y superficialidades a las que nos hemos acostumbrado en años recientes por no reconocer las características específicas y concretas de nuestro sistema político. La posibilidad de conferir mayores atribuciones en la gobernabilidad al Congreso de la Unión no se limitan a la supervisión de presupuestos o designación de funcionarios, sino también a la capacidad para ejercer el denominado control parlamentario sobre las áreas del Poder Ejecutivo que tienen que ver con el proceso de decisiones políticas.

La coalición en el caso México y su marco legal empieza por el registro de una alianza entre partidos políticos para presentar candidatos, plataformas y reportes de gastos de manera conjunta. Pero los compromisos que hacen los partidos políticos deben (o debieran) fincarse en las afinidades ideológicas y programáticas. De lo contrario, seguiremos navegando por los mares de la coyuntura y la rentabilidad electoral a corto plazo.

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