Usted está aquí: lunes 14 de noviembre de 2005 Opinión Contaminación en el Golfo y el Gran Caribe

Iván Restrepo

Contaminación en el Golfo y el Gran Caribe

La reciente temporada de huracanes mostró como nunca los graves problemas de contaminación que sufre el Golfo de México y el Gran Caribe. Durante años, los gobiernos, organismos internacionales y, muy especialmente, especialistas y centros de investigación de los países de ambas áreas geográficas, han ofrecido diagnósticos certeros sobre los desajustes ambientales que se presentan tanto en la franja litoral como en las aguas marinas. Sin embargo, los daños avanzan a más velocidad que las soluciones propuestas en diversos foros nacionales e internacionales. Así se sabe, por ejemplo, que la mayor parte de la contaminación marina se origina en tierra firme. Esto se debe a la falta de infraestructura pública, a no aplicar la legislación vigente en cuanto a tratamiento de aguas negras y residuales, así como a la tolerancia de las autoridades hacia quienes deterioran y, desde luego, a la corrupción.

Numerosos estudios documentan cómo el Golfo y el Gran Caribe son el basurero de los asentamientos humanos, de la industria ubicada en la franja litoral y de una agricultura que utiliza muchos plaguicidas y fertilizantes cuyos residuos alteran la flora y la fauna marina. En el caso de México y Estados Unidos se agregan los desechos provenientes de la extracción de hidrocarburos por medio de plataformas terrestres o marítimas. Si bien hay ahora mayor control sobre los procesos de explotación y traslado de crudo, falta mucho por hacer en este campo.

Mientras los huracanes Katrina y Stan mostraron la desigualdad económica y social y el déficit ambiental que arrastra la potencia vecina, Emily y Wilma a su paso por México hicieron más visible la pobreza, la contaminación y el deterioro ambiental existente en los estados de Quintana Roo, Campeche, Yucatán, Tabasco, Veracruz y Tamaulipas. En el caso de la primera entidad destaca el enorme daño ocasionado por el turismo y otras actividades vinculadas con él. Destacadamente a los arrecifes coralinos, los humedales y los manglares, de enorme importancia para reducir el efecto de los huracanes sobre el litoral y evitar la erosión costera.

Con orgullo las autoridades y los empresarios hablan de que Cancún y la Riviera Maya son ahora los lugares más importantes de México en captación de divisas provenientes del turismo extranjero. Pero ese logro no va unido a una política de planificación que busque proteger los recursos naturales de la región y garantice el desarrollo sostenible. Por el contrario, se alienta un crecimiento que es fuente de injusticia social y económica.

Eso mismo ocurre en el resto de los países del Gran Caribe: 70 por ciento de su población vive en ciudades costeras y derivan del turismo buena parte de sus ingresos. Sin embargo, la mayoría no dispone de sistemas de tratamiento de aguas residuales, los puertos y los asentamientos humanos no cuentan con los mecanismos adecuados de manejo de los desechos sólidos y líquidos. Por su parte, la industria, aunque exigua, desecha sus aguas residuales directamente al mar.

Mientras en Estados Unidos, México y varios países caribeños se reconstruyen las áreas afectadas por los recientes huracanes, brilla por su ausencia la estrategia oficial y empresarial para conservar y utilizar racionalmente los recursos naturales del Golfo y el Gran Caribe. Ambas áreas encierran una diversidad cultural, biológica y económica única en el planeta.

Todo apunta a que seguirá la ocupación y explotación salvaje del territorio vigente hasta hoy, así como la obra pública y la inversión gubernamental en apoyo, finalmente, de los grandes inversionistas. Por eso los programas de reconstrucción no se dirigen a reducir los actuales niveles de pobreza y distanciamiento social y a cuidar el medio ambiente. Por eso también los próximos huracanes se encargarán de mostrarnos que no se aprendió la reciente y dolorosa lección.

 
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