Usted está aquí: miércoles 16 de noviembre de 2005 Opinión Excelencia de la UNAM

Miguel León-Portilla

Excelencia de la UNAM

Ampliar la imagen Ni�en Universum, museo de ciencias de la Universidad Nacional Aut�a de M�co FOTO Mar�Mel�rez Parada Foto: Mar�Mel�rez Parada

Hace pocos días The Times de Londres dio a conocer la más reciente evaluación académica de las principales universidades del mundo. Para regocijo y honra de México, en dicha evaluación la UNAM ocupa el lugar 95 y, en lo que toca al campo de las humanidades, el 20.

Fuerte tapabocas es este para quienes, escépticos o malévolos, han expresado desdén por nuestra universidad llegando incluso a regatearle su presupuesto. Es cierto que la UNAM se ha visto sacudida varias veces por huelgas y otras alteraciones. Pero es asimismo verdad que, más allá de adversidades, una y otra vez ha renacido y ha recobrado su vigor. ¿Cómo puede explicarse esto y cómo puede entenderse el grado de excelencia que hoy alcanza?

La Universidad, así con mayúscula, no es un hongo solitario: posee larga y rica historia y tiene un lugar central en el ser de México. Heredera de la que abrió sus puertas en 1553, preserva la memoria de lo mejor de cuanto logró aquélla a lo largo de los siglos. Allí enseñó Alonso de la Veracruz, maestro de derecho, no en la sola teoría sino también en la defensa de los pueblos indígenas. También estuvo en ella Francisco Cervantes de Salazar, humanista, seguidor del gran Juan Luis Vives. Y años más tarde, entre otros muchos, laboraron el humanista y científico Carlos de Sigüenza y Góngora; el historiador Francisco Xavier Clavigero; el cartógrafo y, de muchos formas investigador José Antonio de Alzate. Entre sus visitantes ilustres, el barón Alejandro de Humboldt se admiró grandemente de su Real Colegio de Minas, en el que dos científicos descubrieron el vanadio y el tungsteno.

La historia de la universidad novohispana es rica en sorpresas y, a pesar de su ulterior decadencia y supresión, sigue siendo fuente de inspiración para la moderna UNAM, que conserva, al lado de su escudo, el de la que es heredera. La moderna universidad inició sus trabajos en 1910 gracias al empeño de Justo Sierra. Dotada de escasos recursos económicos, afanosamente se abrió camino. José Vasconcelos buscó su proyección iberoamericana; la Universidad alcanzó más tarde la autonomía y una ley orgánica concebida por el humanista Alfonso Caso.

Hoy la UNAM es institución conocida y reconocida en el mundo entero. Su ser físico puede tenerse como un enjambre del saber, integrado por su Ciudad Universitaria y sus otros numerosos recintos, entre ellos los de sus facultades de estudios superiores, sus preparatorias, su Colegio de Ciencias y Humanidades, sus extensiones universitarias en Canadá y Estados Unidos, así como en los ámbitos de sus numerosos proyectos, muchos en colaboración con universidades públicas del interior del país, y también los de sus dos "casas a flote", me refiero a los barcos oceanográficos, el Puma y el Justo Sierra. La UNAM tiene también a su cargo centros de investigación como el Observatorio Astronómico Nacional en Baja California y el Centro de Investigaciones Nucleares en el estado de México, recintos culturales como la Biblioteca Nacional y el Colegio de San Ildefonso; varias estaciones biológicas, como las de Los Tuxtlas, Veracruz; Chamela, Jalisco, y Montes Azules, Chiapas.

Lo más importante es que este complejo enjambre alberga a varios centenares de miles de estudiantes, maestros, investigadores, personal administrativo y de intendencia, así como a autoridades universitarias, el rector, los secretarios, directores y coordinadores de Ciencias y Humanidades.

Pero, ¿qué hace este gran conjunto de seres humanos, ellos y ellas, que lo llevaron a ser reconocido en lugares de distinción muy alta en el mundo de las universidades? Espigaré en la memoria algo siquiera a modo de respuesta. Mis credenciales son las de un universitario que ha laborado más de 50 años, de ellos 49 en el alma mater como maestro e investigador y cinco más al tiempo de estudiante.

Sé que en varias ramas de las ciencias físico-matemáticas y naturales hemos tenido y tenemos notables investigadores y maestros que laboran en facultades e institutos, algunos de excelencia. Y esto a pesar de presupuestos insuficientes. Recordaré los nombres de algunos de los que ya se han ido: Manuel Sandoval Vallarta, discípulo directo de Albert Einstein; el biólogo Isaac Ochoterena; el astrónomo Guillermo Haro; el geólogo Ezequiel Ordóñez; el cardiólogo Ignacio Chávez. Y también los de algunos trasterrados españoles, entre ellos los doctores Isaac Costero, Faustino Miranda, Germán Somolinos, Juan Comas, Enrique Rioja y Rafael Méndez. Todos ellos dejaron aportaciones valiosas, reconocidas dentro y fuera de nuestro país.

Y volviendo la mirada a las humanidades, el elenco de los maestros que nos precedieron es ciertamente impresionante. Pensemos en los prehistoriadores Pablo Martínez del Río y Pedro Bosch Gimpera; en los arqueólogos Alfonso Caso y Eduardo Noguera; en los filósofos Antonio Caso, Samuel Ramos, José Gaos, Eduardo Nicol y Leopoldo Zea; en los latinistas y helenistas Alfonso Reyes, Antonio Gómez Robledo, Agustín Millares Carlo y José Ignacio Mantecón; en los historiadores Rafael García Granados, José Miranda, Angel María Garibay, Juan A. Ortega y Medina, Manuel Toussaint, Justino Fernández, Edmundo O'Gorman, Francisco de la Maza, María del Carmen Millán y Beatriz de la Fuente. Juristas de primera línea han sido Eduardo García Máynez, Mario de la Cueva, Alfonso Noriega, Manuel Pedroso e Ignacio Burgoa. Economistas muy distinguidos fueron Jesús Silva Herzog y Ramón Ramírez. Y la lista podría alargarse recordando a sociólogos, geógrafos, filólogos, lingüistas, etnohistoriadores y, por supuesto, maestros dedicados a la creación literaria y al estudio de las literaturas, la greco-latina, la española y las indígenas de México, así como a las diversas artes, desde la pintura y la escultura hasta la música y la danza.

Microcosmos de la cultura es la UNAM. Tres premios Nobel se formaron en ella: Alfonso García Robles, Octavio Paz y Mario Molina. Incontables reconocimientos han recibido muchos de sus miembros, doctorados honoris causa, invitaciones a dictar cursos en el extranjero, designaciones como los de director general de la UNESCO, que recayó en Jaime Torres Bodet.

En la UNAM se han formado muchos miles de mujeres y hombres, venidos de todos los rumbos de la geografía de México y también del extranjero. Mencionaré un ejemplo en el campo de las humanidades: el posgrado en estudios mesoamericanos. Quienes participamos en él hemos tenido decenas de alumnos que se han convertido en maestros. No pocos proceden de diversos lugares de México y de otros países como Canadá, Estados Unidos, España, Francia, Italia, Alemania, Polonia, República Checa, Bélgica, Holanda, Suecia, Portugal, Rumania, Israel, Japón, Corea y varios de América Latina.

México, con su enorme riqueza cultural y natural, es ámbito no sólo propicio para muchas formas de investigación sino también de requeridos trabajos para su preservación y difusión. La UNAM ha aportado también mucho en esto. Su Dirección de Difusión Cultural tiene logros mayores que muchos ministerios de Cultura. En recintos como la Sala Nezahualcóyotl su propia Orquesta Filarmónica y otras de diversos lugares presentan conciertos de gran calidad; varias son sus salas de teatro y de cine; sus revistas difunden para el gran público muchos de los logros de la investigación. Radio Universidad, y recientemente también Teveunam, transmiten programas, muchos preparados por los universitarios. La UNAM es también una gran editorial, una de las más grandes de Iberoamérica. Publica más de mil títulos de libros y numerosas revistas cada año.

Pero este universo de cultura, del que se han derivado muchos logros y es reconocido por su excelencia como uno de los mejores del mundo, requiere de un mayor apoyo por parte del Estado mexicano. No todos los gobiernos han reconocido la significación de la UNAM en la vida de México. En el Congreso se le ha regateado muchas veces su presupuesto. Este no es un regalo. Es una obligación para con el pueblo mexicano y para con el país en plenitud. En la UNAM se realiza un muy elevado porcentaje de las investigaciones científicas que se llevan a cabo, así como tecnológicas, humanísticas y sociales. De la UNAM han salido los profesionistas más preparados con que cuenta el país.

Hay otro aspecto, no muy tomado en cuenta, pero de enorme importancia en la irradiación que ejerce la UNAM. Consiste él en hacer posible una considerable movilidad social, ya que recibe a estudiantes de todos los niveles y estratos socioeconómicos. Dado que en la práctica la docencia que ofrece es gratuita, a ella tienen acceso jóvenes de familias de muy escasos recursos para alcanzar allí una preparación que transforma sus vidas. Estar en la UNAM es convivir con todo lo que es México. En la actualidad, gracias a la UNAM hay científicos, técnicos y humanistas provenientes de familias por largo tiempo marginadas. Hay también buen número de estudiantes indígenas que obtienen títulos en profesiones como las de abogado, ingeniero civil, médico y aun de historiador, antropólogo y filósofo.

El reconocimiento que ahora ha recibido la UNAM debe ser una llamada para quienes en la preparación y discusión de los presupuestos deben abrir la mirada y enterarse de los requerimientos de la institución. Ella no sólo da prestigio a México, sino que forma a lo mejor de la inteligencia del país para atender sus problemas y encaminar su desarrollo y su destino.

 
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