Usted está aquí: viernes 18 de noviembre de 2005 Opinión Lo latente y lo manifiesto en El Quijote

José Cueli

Lo latente y lo manifiesto en El Quijote

Es El Quijote arte puro, pero también arte oculto, que difícilmente se pondrá al descubierto. Lo dicho, se manifiesta, o mejor dicho se percibe y se siente de alguna forma como un ''abrirse paso peligroso y angustiante'' que, en ocasiones, no se sabe adónde se dirige y por dónde penetra en nosotros. Ninguna sabiduría resguarda de esta precipitación esencial hacia el sentido (latente) que ella constituye y que, de forma alguna, le asegura un ''futuro", un cierto grado de permanencia y a la vez una inasibilidad y una incertidumbre.

Pensado así, El Quijote es escritura inaugural por su libertad en el decir pero, sobre todo, en el hacer ''surgir el signo" y crear y recrear sus efectos y augurios, y ''dejar" una estela invisible de posibles nuevas significaciones que se multiplican en infinitas resignificaciones en los diversos lectores y, a su vez, en las diferentes lecturas de un mismo lector.

Dicho de otra forma, lenguaje que no remite más que a sí, es decir, signo sin significación, que deja de ser utilizado como información natural, como paso de un significante a un significado. Palabra fuera de su sueño de signo que crea el sentido ''confiándolo a un surco", a un abrirse paso que se pretende sea transmisible hasta el infinito.

Es El Quijote un querer escribir la ''locura" y la extravagancia hasta hacerles desaparecer, excluirlas pero sin borrarlas (a la manera en que Freud explica, en la Carta 52 y El block maravilloso, el casi inverosímil, pero real, funcionamiento del aparato síquico) un sueño abierto al infinito entre lo oculto y lo declarado, entre lo latente y lo manifiesto, entre esas escritura interna que siempre esta amenazada con el borramiento.

Se trata entonces del lenguaje de la razón en la impecable lógica del delirio, de la sensibilidad y los sueños. Lenguaje que es a la vez la ruptura y el enlace con la locura que a todos nos habita.

El Quijote corrió y corre de modo permanente el riesgo (y eso es la vida misma) de no tener sentido. Mas sin ese riesgo, ni El Quijote ni la existencia se-rían nada. Esa obra revela y oculta palabras convertidas en encantamiento verdaderamente mágico por su forma, por ser emanaciones sensibles. Así, vemos cómo sus personajes con sus vestimentas y sus ''gestos" componen verdaderos jeroglíficos que viven y mueren para volver a renacer y a morir (por ejemplo, El retablo del maese Pedro).

Jeroglíficos de tres dimensiones que se bordan a su vez en un cierto número de gestos, de signos misteriosos que corresponden a no se sabe qué realidad fabulosa y oscura (ver artículo de Fernando Vallejo, El País, 10/septiembre/ 2005) que en la concepción occidental se hallan reprimidos.

 
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