Usted está aquí: sábado 19 de noviembre de 2005 Opinión Romper o no romper

Gustavo Iruegas

Romper o no romper

Ampliar la imagen El presidente venezolano Hugo Ch�z saluda a su colega argentino N�or Kirchner, en la reciente cuarta Cumbre de las Am�cas, efectuada en Mar del Plata, Argentina FOTO Reuters Foto: Reuters

En el último medio siglo ningún gobierno ha roto relaciones diplomáticas con México. Por su parte, México ha roto relaciones en cuatro ocasiones en el mismo periodo. Como las relaciones diplomáticas se rompen por algo o para algo, vale la pena recordar las circunstancias en que México rompió relaciones con los gobiernos de Guatemala, República Dominicana, Chile y Nicaragua.

Recién iniciada la gestión del presidente Adolfo López Mateos, en diciembre de 1958, aviones de la fuerza aérea guatemalteca ametrallaron a cinco barcos pesqueros mexicanos; tres pescadores murieron y 14 más resultaron heridos. La razón que dio el gobierno de Guatemala fue que los mexicanos habían cruzado la línea de la frontera marítima y pescaban en aguas guatemaltecas. Dada la desproporción de los hechos, el gobierno mexicano hizo las reclamaciones necesarias, mismas que no fueron atendidas. No quedó a México más opción que romper las relaciones con el gobierno del general Miguel Ydígoras Fuentes, quien enfrentaba una muy mala situación política al interior de su país, que iba desde el descontento popular por la terrible situación económica hasta la aparición de fuerzas guerrilleras de izquierda. El general acudió a esa fullería de la que a veces se valen los gobiernos asediados por el descontento de sus pueblos: crear un incidente internacional para mover el nacionalismo popular y desviar la atención de los problemas internos a los externos. Durante los nueve meses en que las relaciones estuvieron rotas, Ydígoras mantuvo una prohibición de que se transmitiera música mexicana en las estaciones de radio o se exhibieran películas mexicanas en los cines. También impulsó un boicot a los productos mexicanos. Eso duró hasta que, mediante los buenos oficios de Brasil y Chile, ambos gobiernos acordaron reanudar las relaciones el 15 de septiembre del año siguiente: Guatemala indemnizaría a los pescadores y a sus familias, México aumentaría la vigilancia para que no hubiera incursiones transfronterizas no autorizadas y ambos acudirían a la Corte Internacional de Justicia si fuera el caso. El general continuó su presidencia hasta que en 1963 fue derrocado por su ministro de Defensa.

En 1960, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo organizó un complot para derrocar al gobierno de Venezuela y ordenó atentar contra la vida del presidente Rómulo Betancourt. El atentado se realizó con un coche bomba y el presidente, que salió herido, convocó a la sexta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, celebrada en San José de Costa Rica en agosto de ese mismo año. Los ministros dispusieron la ruptura de relaciones diplomáticas de todos los estados miembros de la OEA con la República Dominicana y la suspensión del comercio de armas e implementos de guerra. México acató la decisión y rompió relaciones con el gobierno de Trujillo a las pocas semanas, mismas que se reanudaron después de la muerte del dictador en 1961. Esa ruptura sería un malísimo precedente para lo que vendría después: una medida semejante a la dictada contra Trujillo fue dispuesta contra Cuba1 por la novena Reunión de Consulta. Esa fue la disposición que México no acató y que ha sido hasta la fecha un hito en la historia de las relaciones entre los dos países.

El 11 de septiembre de 1973, en uno de los golpes militares más sangrientos que se han visto en América Latina, el general Augusto Pinochet derrocó al gobierno legítimo de Chile y ocasionó la muerte del presidente Salvador Allende. La represión que desató el dictador ocasionó el éxodo de los integrantes de la Unidad Popular. En muchos casos la única opción era el asilo diplomático, esa invaluable institución latinoamericana del derecho humanitario. En la embajada de México encontraron asilo centenares de chilenos. Cuando el último de ellos llegó a territorio nacional, el gobierno de México anunció al dictador su decisión de dar por terminadas las relaciones diplomáticas, para las cuales ya no encontraba materia ni razón de ser. Ambos países reanudaron sus relaciones catorce años después, el 24 de mayo de 1990, cuando la tiranía llegó a su fin.

El 9 de septiembre de 1978 estalló una insurrección popular en siete ciudades nicaragüenses simultáneamente. Se trataba del inicio de las acciones que unos meses después llevarían a su fin a la tiranía dinástica de la familia Somoza. En mayo de 1979, el presidente López Portillo recibió en Cancún la visita de su colega costarricense Rodrigo Carazo Odio. Durante una comida en honor del visitante, el mandatario mexicano ordenó a su recientemente nombrado canciller, don Jorge Castañeda, romper relaciones con Nicaragua. Como dos días antes el presidente López Portillo había recibido en Cozumel al presidente Fidel Castro, no faltaron especulaciones en el sentido de que éste había gestionado esa ruptura. En realidad lo ocurrido fue lo contrario. La visita del comandante hizo que la decisión de romper con Somoza, que había sido tomada antes de la visita de Castro y del nombramiento de Castañeda, se pospusiera hasta conocer los motivos de la visita de Castro. La ruptura estaba concertada con los sandinistas y tenía el propósito específico de servir de detonante del aislamiento internacional de Somoza. Así funcionó. Las relaciones se restablecieron antes de dos meses, cuando el nuevo gobierno aterrizó en Managua en un avión mexicano en el que también viajaba el funcionario que entregó, en la propia pista del aeropuerto, la nota de reanudación de las relaciones diplomáticas entre México y Nicaragua.

La ruptura con Guatemala obedeció a una agresión armada contra civiles mexicanos por la que el perpetrador no quiso responder. El caso dominicano consistió en un mandato de la OEA que México acató sin alcanzar a ver que en realidad se estaba sentando el precedente para posteriormente fundamentar la ruptura con Cuba. Ante el golpe de Estado en Chile, la decisión fue inmediata y pospuesta por motivos humanitarios. El de Nicaragua fue un acto político orientado a respaldar la lucha contra una dictadura repugnante.

Hoy estamos ante la inminencia de nuestra primera ruptura del siglo XXI. A la situación creada entre y por los presidentes de México y Venezuela le ha sido agregada artificial y dolosamente la idea de que el pueblo de México ha sido ofendido. Los documentos de la cancillería mexicana y una obvia campaña de medios así lo demuestran. En Venezuela se ha convocado a la población a asistir a una gran manifestación "de la mano del pueblo mexicano y contra el presidente Fox". Las cosas se tensan y de lo que ha sido un reprobable intercambio de improperios entre jefes de Estado -ambos de personalidades, digamos, atípicas- se pretende hacer un enfrentamiento entre pueblos históricamente fraternales.

La manifestación que esperamos, con nuevos excesos verbales sobre refinadas sensibilidades, puede ciertamente ser el detonante de la ruptura; puede también ser el asidero para cancelar la pendencia verbal y retornar al camino de la formalidad republicana. Si los jefes de Estado no son capaces de conducir a sus pueblos por la entrañable fraternidad que los ha unido, entonces deben ser los pueblos los que impongan a los jefes de Estado la sensatez, compostura y mesura que sus altas responsabilidades exigen.

1 La octava Reunión de Consulta, celebrada en Punta del Este, Uruguay, en enero de 1962, fue la que excluyó a Cuba de su participación en el sistema interamericano.

 
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