Usted está aquí: domingo 27 de noviembre de 2005 Opinión Caballo de Troya

Laura Alicia Garza Galindo

Caballo de Troya

En diciembre se realizará en Hong Kong la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en donde al igual que en Seattle y Cancún, los países desarrollados se saldrán con la suya respecto de los aranceles y subsidios agrícolas, pues no obstante que Estados Unidos ofreció retirar los subsidios a sus exportaciones en un plazo de cinco años y reducir los apoyos a sus productores en 60 por ciento, sería sólo si la Unión Europea (UE) hace lo propio en 80 por ciento y cero aranceles. Pero no se avanza porque la UE sólo recortaría 70 por ciento de los subsidios y bajaría sus aranceles en 46 por ciento. ¿Será la pretensión no llegar a acuerdos? Así, los perdedores serán los de siempre: los países menos desarrollados, que en lugar de plantear un solo frente, llegarán distanciados no sólo entre ellos, sino del objetivo común: la búsqueda de un comercio justo.

Los poderosos de siempre aprovecharán la coyuntura, simulando la imposibilidad de llegar a acuerdos, para continuar protegiendo a sus productores con subsidios y manteniendo las restricciones de siempre a la competencia externa, presionando para lograr el propósito deseado: abrir aún más los mercados ajenos, para colocar sus elevados inventarios: la sobreproducción que ellos mismos se han ocasionado por la vía de los subsidios a granos, algodón y otros cultivos básicos. Esta vieja práctica es sólo uno de los pilares de su poderío: determinar los precios de los productos insustituibles para los demás, y así mantener el control del mercado mundial, no es otra cosa que el choque entre el norte que crece y el sur que busca salidas. Así lo marca la historia.

Sí, nuestros países emergentes y sus gobiernos, deseosos de alcanzar un mejor nivel de desarrollo para sus pueblos, se convencieron de que la integración a los mercados globales por medio de la apertura comercial, la liberalización y la disminución de la participación del Estado aceleraría el crecimiento de sus economías, multiplicaría las oportunidades de empleo y elevaría el bienestar general. Poco a poco, los gobiernos concluyeron que era mejor comprar productos en el exterior, a un precio menor que el costo de producirlos, en lugar de ampliar los apoyos a los productores -en particular a los rurales- y sostener así las diversas cadenas del aparato productivo en su conjunto.

La fórmula para algunos segmentos económicos, en especial para el medio rural, se fue agotando en el tiempo, y más en estos últimos años, negro periodo que ha propiciado la devastación del medio rural al constreñir al mínimo la producción agropecuaria, y a su agroindustria asociada, mientras crece la dependencia alimentaria. Igual sucede con otras materias primas e insumos diversos, que han impactado a su vez en otras cadenas productivas, por lo que el efecto negativo se expande en nuestras economías, lo que ha derivado en desempleo y acentuado el deterioro social del medio rural, acelerando la migración hacia el coloso del norte y menguando considerablemente la calidad de vida de la mayoría de los mexicanos.

La globalización deja como lección que los intereses de los países desarrollados están lejanos de la solidaridad hacia los menos favorecidos. Es obvio que a aquéllos les importa masificar su producción agropecuaria e industrial e impulsar a sus trasnacionales, más que rescatar a los países emergentes, por lo general monoexportadores -según la FAO, lo son 43 países de Africa y América Latina-, por lo que difícilmente podrán, en esas condiciones, financiar sus importaciones de consumo básico. Ni a la OMC ni a otro organismo internacional le interesa que el comercio mundial sea justo; lo que importa es el control del mercado global.

Si bien es cierto que México recibió un impulso en su economía con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), a la larga devino mayor dependencia y vulnerabilidad. Por eso era importante un acercamiento con los demás países de América Latina, porque al concretar la conseja popular de que "la unión hace la fuerza", llegarían fortalecidos a la reunión de la OMC, para exigir así el mismo trato que a los desarrollados: mayor apertura a los mercados, disminución de subsidios y sus prácticas desleales; y eliminar el proteccionismo impuesto por aranceles o medidas fitosanitarias. Sí, y ahora, fue el gobierno de México el que incitó a la desunión, al convertirse Fox, por su obra y magia, en el "caballo de Troya". Ahora resulta que los mexicanos ya no somos de América Latina; ahora, somos norteamericanos. Es para llorar.

Fueron Fox y sus asociados los promoventes de la integración de México, y luego de toda América Latina, a Norteamérica: ofertando todos los sectores, en especial, el energético, sin exigir nada a cambio. Pero el niño les salió respondón: el Mercosur, con toda razón decidió fortalecerse y jugar de acuerdo con sus intereses, asociándose para configurar una región -la costa este de América Latina- más competitiva y pelear sus derechos en la OMC. Es indignante para la mayoría de los mexicanos que Fox y sus amigos, además de andar ofreciendo el TLCAN Plus, más la venta de Pemex, hayan puesto en riesgo nuestra relación con Latinoamérica, que siempre ha sido contrapeso a la pretensión de Estados Unido de imponernos sus decisiones. Pero como en México, lo único que han logrado en el exterior es la pérdida de confianza. Pero ya van de salida. Estemos alertas ahora, con la oferta de los que aspiran a llegar.

 
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