Usted está aquí: domingo 27 de noviembre de 2005 Opinión ¿LA FIESTA EN PAZ?

¿LA FIESTA EN PAZ?

Leonardo Páez

El Cuate y los enemigos

UNO DE ESOS que se las dan de conocedores sentenció el domingo pasado en la Plaza México: "Vengo a ver a Morante de la Puebla; es el único que me dice algo". A lo que le repliqué: "Pues yo vengo a ver si Enrique El Cuate Espinosa logra repetir su bella hazaña torera de la plaza La Florecita, hace seis meses".

VALORADOS INCLUSO CON desgano por la crítica mexhincada, los importantes e increíbles trasteos del diestro neoleonés Enrique Espinosa en la tercera corrida de la temporada -que salvo las mitoteras fechas del festejo inaugural y el 5 de febrero, con trabajos vuelve a tener entradas que rebasen 25 por ciento de su aforo- demostraron que en México hay buenos toreros en ciernes... sin promotores ni apoderados que los aprovechen.

¿COMO ENTENDER QUE un torero con apenas seis corridas toreadas antes de presentarse en nuestro coso "máximo" haya superado a dos diestros españoles que en 2005 torearon en su país 107 y 48 tardes, respectivamente? Porque a diferencia de sus alternantes tenía una necesidad urgente de triunfar, inclusive con reses mansas y difíciles de Santiago, para ver si así es tomado en cuenta por los negligentes empresarios -emprezafios sería más preciso- que en las principales ciudades de la República juegan a promover la fiesta de los toros.

ENRIQUE ESPINOSA POSEE cualidades de sobra para convertirse en poco tiempo en un torero competitivo y con imán de taquilla: buena presencia, simpatía, valor espartano sin aspavientos, calidad e imaginación con capote y muleta y, como lo demostró en sus dos toros, un cabal conocimiento de la suerte suprema, lo que le valió ser premiado con dos merecidas orejas.

¿LOS INDOLENTES EMPREZAFIOS podrán ahora considerar la posibilidad de incluir a Enrique El Cuate Espinosa en alguna de sus ferias? A saber, ya que sus objetivos no son apoyar a nuevos toreros con madera de figuras sino retozar con sus inagotables dineros y de paso darle atole con el dedo a inadvertida Secretaría de Hacienda.

LO QUE NO está en duda es que la vocación taurina de México -sus toreros modestos, con unos cuantos festejos cada año, sistemáticamente ignorados por los que dicen que saben del negocio taurino- por misteriosas razones se mantiene viva, ávida de ser y de reflejar con su hacer tauromáquico el alma de un pueblo al que se ha despojado de expresiones propias.

POR SU PARTE, los enemigos de la verdad taurina de México, esos que juegan a improvisar rivalidades donde apenas hay complicidad -un torero maduro y poderoso aunque sin sello frente a una primera figura mundial también sin sello pero eficazmente promovida-, ya comprobaron que los mano a manos entre El Zotoluco y El Juli, si no tienen mayor trascendencia en lo taurino puesto que no enfrentan el toro, sí lo tienen en lo que se refiere a utilidades, gracias a un público candoroso y encervezado que acepta chivos con cuernos, aplaude el efectismo de los maestros y procura olvidarse de la gran mentira por la que paga.

 
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