Usted está aquí: martes 29 de noviembre de 2005 Opinión Clonación terapéutica: primer tropiezo

Javier Flores

Clonación terapéutica: primer tropiezo

Uno de los pioneros de la clonación humana, Woo Sunk Hwang, investigador de la Universidad de Seúl, renunció la semana pasada a la dirección del Grupo Mundial de Células Troncales, con sede en Corea, ante la presión de sectores importantes de la comunidad científica internacional que observaron serias limitaciones éticas en su trabajo. Para decirlo en pocas palabras, se trata de un gran escándalo en el medio científico, primero en el campo de la clonación con fines terapéuticos.

Hwang fue el primero en crear embriones humanos por clonación para obtener y caracterizar células troncales. Su dimisión y su disculpa pública (de lo que se informó oportunamente en esta sección), así como los eventos previos, son reveladores de aspectos importantes como la relación entre una ciencia, llamémosla global, representada por las más importantes revistas científicas, y la investigación en países no occidentales. Y también del desarrollo e implantación de una ética científica de alcance planetario.

Inmediatamente después de la publicación en 2004 de su trascendental artículo en la revista estadunidense Science, considerado la primera evidencia de clonación en humanos, Nature se interesó en un tema: ¿cómo se obtuvieron los más de 200 óvulos empleados en ese proyecto? Al entrevistar al personal femenino del equipo de Hwang se descubrió que dos estudiantes de doctorado habían aportado sus óvulos. Esto significa que aun cuando ellas hubieran donado voluntariamente sus células sexuales (según han declarado) existe un problema ético, pues podría existir un conflicto entre la obtención de su grado académico y su papel de donantes.

La presión sobre el grupo coreano se acentuó en 2005. El trabajo de Hwang y sus colaboradores prosiguió en temas muy importantes, como la caracterización de las células troncales obtenidas de la aportación genética del mismo paciente. Más tarde logró la primera clonación reproductiva en una especie muy difícil, los perros, con el nacimiento del afgano Snoopy -equivalente canino a la oveja Dolly-, lo cual mostró las ventajas de su metodología. A estas alturas el grupo coreano ya estaba abierto al mundo, buscando apoyos para la creación en su país de un Grupo Mundial de Células Troncales que presidiría el propio Hwang, por lo que en este trabajo (el de Snoopy) participó un científico estadunidense: Gerald Schatten, de la Universidad de Pittsburgh, que junto con otras instituciones internacionales aportaría fondos para la propuesta coreana. Pero no ocurrió así.

Schatten se separó escandalosamente del grupo de Hwang argumentando diferencias sobre los procedimientos para la obtención de óvulos humanos, ¡cuando solamente participó en un proyecto de clonación en perros! La indagación de la revista inglesa Nature, y las declaraciones de Schatten, provocaron que algunas instituciones de Estados Unidos -en las que existe una postura conservadora y la prohibición para la investigación en células troncales con fondos públicos- se retractaran de la colaboración con los coreanos o la pusieran en suspenso. Además de la Universidad de Pittsburgh, la Universidad Harvard señaló que requería más información; los otros opositores en ese país son una clínica de fertilidad en San Francisco y una fundación para niños con problemas neurológicos, en Santa Bárbara. En contraste, las naciones europeas han mantenido una actitud más seria y expectante.

Pero más allá de que pudiera sospecharse una estrategia conservadora, que seguramente la hay y aprovechará esto para continuar con la condena a la investigación en este campo, lo cierto es que en este caso se manifiestan conflictos éticos importantes. Además de lo ya señalado sobre el doble papel de algunas mujeres como estudiantes de posgrado y donadoras, ha salido a la luz que también se obtuvieron óvulos mediante el pago de dinero en clínicas de reproducción asistida, en lugar de donaciones voluntarias. Estos dos aspectos son, en mi opinión, totalmente inapropiados.

Sin embargo, Hwang, practicante de la religión budista, no violó ningún código de ética en su país. La investigación ha ido ahí más rápido que las leyes (como en el resto del planeta). Pero para el mundo occidental resulta algo escandaloso y condenable. Significa que además están involucradas diferencias de tipo cultural que llevan a la imposición, desde el medio científico (sin intervención de otras instancias, como la Iglesia o la ONU), de una ética global.

La decisión de Hwang es correcta. Además de su renuncia y de asumir la responsabilidad de lo ocurrido, ha admitido que deben seguirse los estándares éticos globales. Continuará trabajando en su país con el apoyo decidido de su gobierno. Seguramente mantendrá un bajo perfil. Otros tomarán su lugar de vanguardia en el campo, ciertamente quienes decidan las revistas que monopolizan la ciencia, pero definitivamente no será un coreano ni un africano, mucho menos un latinoamericano.

 
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