Usted está aquí: jueves 1 de diciembre de 2005 Cultura ¿Cómo matar a una mujer?

Margo Glantz

¿Cómo matar a una mujer?

El pasado 25 de noviembre se celebró el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Una inmensa instalación alfombró con guantes negros y blancos una plaza en Lugo. En otros sitios aparecieron flores y letreros, vaticinaban que ya no habría ''ni una víctima femenina más"; en la página contigua del periódico nos enterábamos de que 3 millones de niñas sufren cada año mutilaciones genitales en Africa, donde además una gran parte de la población sufre de sida. Y para no irnos tan lejos, ¿se han acaso solucionado los asesinatos de las mujeres de Ciudad Juárez?

Un libro maravilloso me viene a la mente, el de la recién fallecida historiadora francesa Nicole Loraux, Maneras trágicas de matar a una mujer, nombre poético y sugestivo. Habla naturalmente de esas mujeres que mueren en la tragedia griega, una muerte violenta, sí, pero tras bambalinas, nunca escenificada sino narrada, como si el hecho mismo ''de matar a una mujer no pudiera confiarse más que a las palabras, como si sólo las palabras pudieran hacerlo con decoro". Muchas razones históricas lo justifican y lo justificaban, es dentro de su casa donde debiera siempre permanecer la mujer, ¿no lo decretaba así el dulce y poético fray Luis de León en su Perfecta casada? Y, claro, las mujeres no sólo debían vivir encerradas, sino también morir en el interior del hogar, o en el convento y ser enterradas en el sotocoro.

Nicole Loraux nos explica que aún en la muerte se marcaba en Grecia la diferencia sexual. Empieza hablando de los abundantes epitafios de los cementerios griegos, la gloria eterna acompaña a los guerreros, a los hombres viriles muertos por su patria, demostrando su hombría -su andreia-. ''Situada en el nivel paradigmático de los modelos sociales, la ciudad no tiene nada qué decir de la muerte de una mujer... no hay mayor orgullo para ella que vivir sin ruido una existencia ejemplar de esposa y de madre, al lado de un hombre que vive su vida como ciudadano". El hombre pertenece a la polis, la mujer, a su hogar, los actos de civismo son solamente masculinos: ''la gloria de la mujer es la de no tener ninguna".

Muchas de las heroínas trágicas recurren al suicidio, ¿muerte heroica, como parecería demostrarlo Antígona, o muerte causada por la locura como la de Ofelia? Para los griegos, nos dice Loraux, el suicidio no es un acto viril, aunque haya algunas excepciones, por ejemplo la de Ayax, enloquecido por los dioses y cuya única salida airosa es clavarse una espada en el vientre, porque: ''la bella muerte debe ser aceptada y no buscada", como la de Héctor o la de Aquiles. En la tragedia, el suicidio es sobre todo una forma de muerte reservada a las mujeres, una muerte infame, vergonzosa, que a menudo consiste en ahorcarse, una marca de infamia, como la elegida por Yocasta, casada con su hijo Edipo, la de Fedra, quien perseguía a su hijastro Hipólito, la de Leda, seducida por el cisne-Zeus. Sí, ahorcarse es una modalidad mortuoria que les toca a las mujeres, una modalidad que para ejecutarse exige el silencio mortecino de la alcoba.

Curiosamente, la mujer, para quien tan cotidiana es la sangre, debe, al morir por su propia mano, evitar desangrarse: ''... diría quizá -explica Loraux- que la expresión de la feminidad puede acrecentarse sin fin porque el instrumento elegido para darse muerte es la cuerda, y las mujeres y las muchachas saben -como Antígona estrangulada por el nudo hecho con su propio velo- que los adornos con que se cubren, los emblemas de su sexo: los velos, los cinturones, las bandas, esos instrumentos de seducción, se han convertido en trampas para la muerte de quienes los usan, haciendo que la persuasión erótica se ponga al servicio de la más siniestra de las amenazas". Morir por estrangulamiento, colgada, suspendida en el aire, sin derramar sangre es el destino que la tragedia griega reservaba por lo general a la mujer. El hombre, en cambio, debía morir en la batalla, hombre contra hombre, escindido por la espada y dejando correr toda su sangre.

La oposición es tajante entre la cuerda y la espada: ''Jamás un hombre elige colgarse, aunque alguna vez lo pensara, siempre en la tragedia griega, un hombre se mata como hombre. Para una mujer, en revancha, la alternativa queda abierta: buscar en el nudo de una cuerda un final bien femenino o apoderarse de la espada -como Deyanira- para robarles a los hombres su forma de morir (...) Libertad trágica de las mujeres, la libertad en la muerte".

 
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