Usted está aquí: sábado 3 de diciembre de 2005 Cultura Los niños también viven su feria, pero en el subsuelo de la FIL de Guadalajara

Realizan actividades con cartulinas y crayones en un sótano mal ventilado

Los niños también viven su feria, pero en el subsuelo de la FIL de Guadalajara

Arriba, edecanes y hombres elegantes resguardan las mesas que lucen las novedades editoriales

Ese gueto infantil semeja una gigantesca guardería del Seguro Social

JAIME AVILES ENVIADO

Ampliar la imagen La creatividad infantil encerrada en el subsuelo del encuentro editorial que se desarrolla en la capital jalisciense FOTO Arturo Campos Cedillo Foto: Arturo Campos Cedillo

Guadalajara, Jal., 2 de diciembre. Cuando se piensa que ocho de cada 10 libros que se imprimen en el mundo occidental sólo contienen basura en forma de consejos o de ficciones insulsas que nada tienen que ver con el arte de la literatura, a uno, la verdad, se le ponen los pelos de punta al ver a esos grupos de hombres enfundados en oscuros trajes elegantísimos con relojes de platino y corbatas de seda que vienen y van por los pasillos de esta Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, con rostros de traficantes de armas, de órganos humanos o de niños destinados a la esclavitud sexual.

Es indudable el lujo que para ese 80 por ciento de tan tenebrosos expositores abunda aquí en la FIL: las corraletas de los grandes consorcios editoriales están distribuidas a lo largo de amplias ''calles", jóvenes y guapas edecanes impiden con sus consejos que nadie se extravíe, las mesas de novedades lucen las portadas resplandecientes de sus títulos recién salidos del horno, los autores de prestigio se cruzan con los aficionados a la lectura.

Inadvertido nicho de mercado

La fundación de la Universidad de Guadalajara, cuyo rector y su hermano han demostrado tener un olfato especial para los negocios -además de crear esta feria y convertirla en la tercera más importante del mundo, idearon y poseen en gozosa plenitud la Muestra Internacional de Cine-, encontró un nicho de mercado para ganar un dinero extra: alquilar carritos de supermercado, a 10 pesos, para que el público transporte sus libros de más reciente adquisición. Aunque la idea es notable, el consumo, hasta ahora, no ha sido de tal envergadura como para que esos carritos circulen por doquier. La verdad es que han pasado desapercibidos.

Pero debajo de esta especie de Perisur donde la mercancía única es el papel impreso y encuadernado en bellos volúmenes de tomo y lomo, hay otra feria, también del libro, no menos internacional, aunque dedicada a los niños, valga decir a los lectores del mañana. Como si de ellos no dependiera el futuro de la industria editorial, ese sótano, oscuro y mal ventilado, pintado de manera uniforme con el color de la cáscara del melón chino -pero sin el brillo natural de la fruta-, parece una gigantesca guardería del Seguro Social.

Allí no hay corraletas sino una especie de caballerizas acolchadas con papel de china, mesitas enanas, cartulinas y crayones, pero si en vez de esos utensilios hubiese pacas de paja el espacio sería ideal para guardar ovejas, caballos o burros. Es el subsuelo de la FIL, lo que ven sólo aquellas personas que tienen niños y no saben qué hacer con ellos mientras trabajan en el piso de arriba.

''Aquí huele a niño encerrado", afirma un reportero que baja por primera vez a ese inframundo. Las editoriales infantiles, desplegando sus títulos en esas deprimentes covachas dostoyevskianas, corren con más suerte que los espacios destinados al entretenimiento infantil. Estos se encuentran en el vasto estacionamiento subterráneo de la Expo Guadalajara -sede oficial de la FIL-, donde el ruido impide en todo momento escuchar a los actores que recitan sus parlamentos teatrales.

Estos por su parte se quejan de la misma discriminación que sufren los niños en el gueto de la FIL. ''Nos tratan como a artistas de palenque, peor que a cómicos de la legua", se lamenta una experimentada figura de la escena. ''Los vales que nos dan para comer no nos permiten entrar al restaurante del hotel donde comen todos los escritores, los hombres de negocios y los invitados especiales", denuncia.

''Una colega nuestra es alérgica a la carne de cerdo. En el menú que nos dieron el martes o el miércoles sólo había sopa y carne de cerdo. Ella pidió que le sirvieran otra cosa y no sólo la regañaron por quejarse, por 'delicadita', sino que le dijeron que se comía eso o se fregaba, porque órdenes son órdenes y ella no era quién para no acatarlas", subrayó.

 
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