La Jornada Semanal,   domingo 4 de diciembre  de 2005        núm. 561
 

Marco Antonio Campos

Ungaretti y la alegría

Giuseppe Ungaretti "nace en la periferia de Alejandría, en los márgenes del desierto", el 10 de febrero de 1888, de padres campesinos venidos de Lucca, bella ciudad de la Toscana. El padre, que trabaja en la apertura del canal de Suez, muere de una hidropesía pésimamente tratada —causada por las labores penosas en el canal—, cuando el hijo tiene dos años. La madre, que era analfabeta, empieza a administrar a partir de entonces un horno de panadería con una furia de voluntad sólo comparable a su fanatismo religioso. Las imágenes habladas por su madre, luego de la cena y el rosario, como Ungaretti evocaría en un poema, lo colman de maravillas. Al niño Ungaretti lo amamanta con su "leche negra" una nodriza del Sudán y lo tocan la magia y los sueños de los relatos de fábula que le cuenta una anciana croata, que a la muerte del padre, fue a residir a la casa materna. Estas tres mujeres, y su amigo Alcide Barrière, "hijo de un alto funcionario francés al servicio del gobierno egipcio", resplandecen en la niñez del poeta.

Ungaretti vive la infancia y la adolescencia en casa de la madre, pero ya de adolescente y de joven tendería distancias con el catolicismo hasta su conversión en 1928.2 Las amistades alejandrinas en ese período son anarquistas y socialistas. El joven Ungaretti, según recuerda Enrico Pea, era violento y rebelde, bondadoso y suave.

Dos poetas en esos años (aún no escribía) precintan su música: Leopardi y Mallarmé. Amistad con Moammed Sceab, el camarada árabe que se suicidaría años después en París en la misma casa donde él vivió, con Enrico Pea, de quien fue aun maestro, pese a que éste era ocho años mayor que él, y llega incluso a tratar en los cafés a Kavafis y a Zervos.

En 1912, a los veinticuatro años de su edad, deja Alejandría y parte para Italia y París; sólo regresaría al país natal en 1931, año de la muerte de la madre. De los años egipcios le quedaron para siempre las imágenes del mar, del puerto sepulto de Faros y del silencio y los espejismos del desierto. Dos sentimientos, ha dicho Ungaretti, le dio el desierto en su vida y su poesía: el de la soledad irreductible y el de la esclavitud erótica (Cuaderno Egipcio). Buena parte de la poesía de su libro inicial guarda el viento de arena y la luz espejeante del desierto. Una poesía desnuda como piedra del camino pero que en las páginas parece llevársela el aire.

La alegría es un libro escrito en su mayor parte durante los años de la primera gran guerra (1914-1918). Versos compuestos entre el fango y las balas, donde los ojos de la muerte están siempre próximos y donde los combatientes buscan beber en numerosos instantes una gota de luz para saber que viven. Giacinto Spagnoletti destaca: "La guerra fue la gran experiencia humana y poética de Ungaretti [...] La guerra está presente en su relieve dramático, en su angustia, pero también en su absurdo, en la nostalgia, en el recuerdo que el poeta guarda aún de la vida." Pero Ungaretti supo ya entonces que si el poeta no deja la traza de su personalidad en los hechos históricos que le toca vivir será un artista irrelevante. El poeta no debe distanciarse ni renunciar a la historia pero no puede quedarse como un mero relator, o desde otro plano, como un propagandista al modo de los poetas del social realismo, quienes durante décadas exornaron los hechos para enaltecer las glorias y proezas, henchidas de fuegos fatuos, de los gobiernos burocrático socialistas. Al ahondar en la tragedia diaria que vivía, Ungaretti escribió uno de los libros más hermosos y humanos de la lírica italiana del siglo que en un adiós nos dejó.

El lector hallará que son fondo y trasfondo de La alegría, además del desierto y del mar egipcios, las montañas italianas, los variados grises parisienses y la neblina y las calles de Milán.

Además de Leopardi y Mallarmé, dejan en él su impronta en ese lapso Nietzsche y Baudelaire. Admira a Papini, tiene poca simpatía por los futuristas y ninguna por Vincenzo Cardarelli. Vive en París de 1912 a 1914 y estudia en la Escuela del Louvre. Se hace buen amigo de Apollinaire (sin saberlo entre sí aman a la misma joven a quien Ungaretti hizo inolvidable en su poema "Nostalgia") y escucha en La Sorbona a Henri Bergson, cuyas lecciones ayudan a formarle la idea del sentimiento del tiempo. Sus primeros versos, según deduce Leone Piccioni, los escribe en París en 1914, pero los primeros realmente maduros los redacta en Milán mientras espera el llamado a las armas.

En La alegría Ungaretti escribe poemas con versos cortos o cortados y sin puntuación, y, a la manera de Mallarmé y Apollinaire, utiliza esmeradamente los espacios de la página para hacer hablar a los silencios y al blanco. Es decir, la música no nace sólo de las palabras sino también de la hábil y ágil estructura del poema. Los versos "se desgranaban sobre la página vertical dando la ilusión de un espontáneo estilicidio poético", dijo magníficamente Eugenio Montale en una nota necrológica de 1970. Los poemas de La alegría dan la impresión de un archipiélago de imágenes en un mar de honda blancura. Cada poema parece ser la encarnación de un instante, o bien, de unos instantes. En este libro, anterior a Sentimiento del tiempo ya existe el sentimiento del tiempo, o más específicamente, el sentimiento del instante. Por eso Ungaretti, muchos años más tarde, en 1942, dijo en una nota sobre el libro y para el libro, que La alegría era un Diario y sugirió que el poeta debe ambicionar la maduración en su oficio pero también la del hombre. Si la vida nos obliga a perfeccionarnos como seres humanos debemos perfeccionar también nuestro arte, porque a fin de cuentas, diría en una famosa línea que se ha repetido al infinito y que hacemos nuestra: "El autor no tiene otra ambición, y aun cree que los grandes poetas no tuvieron otra, que legar una hermosa biografía."

Ungaretti tuvo una gran capacidad para la imagen visual (era un voyeur); sin embargo un buen número de sus imágenes de este libro son trémulas, vagas y extrañamente exactas: los espejismos de su desierto egipcio, un lago que se borra, unas tumbas que desaparecen y regresan, un sol que roba la ciudad...

Por otra parte no sé si el título que le puso es el más apropiado; mucho más que la alegría hallo otros sentimientos como la nostalgia, la tristeza, el desconsuelo, aun el espanto o el terror: el poeta se oscurece a sí mismo, o una "balaustrada de brisa" lo apoya en su melancolía, o lleva sola y desnuda su alma, o su corazón vuelve el país más desgarrado, o en la honda del tiempo es esquirla de piedra carcomida, o le aterroriza saberse solo y abandonado en el universo. ¿Dónde se halla el primer grito y el minuto inicial? ¿Dónde hallar un país inocente? ¿Dónde poder vivir una vida fuera de las sombras y la culpa?

Es la fragilidad del hombre en el gran ataúd del mundo. Sólo no se cree un "hombre de pena" cuando siente la naturaleza o el orgullo de su filiación italiana o en los instantes de delirio amoroso. Pero eso también dura poco. Su alegría es, diría el florentino Mario Luzi, una alegría de náufrago. No en balde Ungaretti se definió en diversos momentos de este libro como eso, como un náufrago, pero asimismo como un vagabundo, o como un extranjero, en fin y al fin, como uno sradicato... Sería de hecho el antípoda del hombre que, como decía Montale en su nota necrológica, "daba la impresión de una rebosante vitalidad".

En un poema, "Despedida", escribió un mensaje a su primer editor en los días de combate:

Amable
Ettore Serra
poesía
es el mundo
la humanidad
la propia vida
florecidos por la palabra
la límpida maravilla
de una delirante fermentación

Cuando encuentro
en este silencio mío
una palabra
cavada está en mi vida
como un abismo

Hasta el último instante de su vida Ungaretti se plegó a esta doble idea o doble experiencia: de un lado, la poesía es el mundo, la humanidad, la propia vida; del otro, la conciencia de la imposibilidad de poseer el verbo. Algo como una golondrina que se tiene en las manos y de pronto vuela dejándonos sólo su secreto y silencio.

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1 Para los datos biográficos seguimos esencialmente el libro fundamental de Leone Piccioni, Vita di Ungaretti (Rizzoli, 1979) y textos autobiográficos ungarettianos.

2 En una carta a Enrico Pea de 1913, dice: "Me vuelvo ateo, como te habrás dado cuenta, no para renegar de Dios, sino para ignorar a Dios."

3 Saba, Ungaretti, Montale. RAI, Turín, 1973. Págs. 50-51.

4 Sulla poesía, "La mia testimonianza", págs. 344-345. Mondadori, 1976.