Usted está aquí: lunes 12 de diciembre de 2005 Opinión CIUDAD PERDIDA

CIUDAD PERDIDA

Miguel Angel Velázquez

Crónica de una venta nocturna

La política del tanto debes...

Deudores en potencia

EL TIEMPO no existe. Las luces de neón y las llamadas luz de día se lo tragaron. Después de algunas horas, nadie sabe con exactitud si aún hay sol, si terminó el día o si ya es de noche. La temperatura tampoco da indicios de nada. Aquí se siente un calor zonzo que nunca se ve amenazado por los pronósticos, siempre falibles, del meteorólogo. No huele a humo ni mucho menos se sienten vientos molestos, brilla el oro falso de los membretes y la escenografía, lista con maniquís sonrientes que muestran la ropa que nunca se mirará igual sobre el cuerpo de los mirones, detona frenesí.

SON LAS... ¿quién sabe? Es algún día (o tarde, o noche) del segundo fin de semana de diciembre. Una tarjeta de crédito convocó al consumo y la gente respondió, animada, a la invitación franca y honesta de endeudarse masivamente.

HOMBRES SOLOS, muchachas recién despegadas de otro mostrador sin ofertas, familias completas que no necesitan de una filmación para representar su propia Mecánica Nacional se meten gustosos a esta burbuja sin tiempo, alejados, desprendidos de los barruntos de terrorismo, pobreza o guerra que amenazan al mundo, para librar su propia batalla, para demostrar, y demostrarse, que es cierto aquel adagio que reza: consumo, luego existo.

LAS SONRISAS de llegada desaparecen casi al arribo. Una estruendosa banda, disfrazada con ropajes falsos de músicos de los años veinte, se encarga de dar el wellcome. La comunicación entre unos y otros se revienta al ritmo de la Marcha de los Santos. El ruido impide que uno pida al otro su parecer sobre la compra.

PERO CUANDO el sonido de la banda atenúa, un gaitero de cabellos largos y falda corta (aquí nadie sabe sobre la longitud de sus ideas), acompañado de un par de compinches que hacen tronar un par de tambores, remata el ánimo de conversación o intercambio de opiniones de los perturbados compradores.

LAS SONRISAS han desaparecido del todo. Algún tiempo indefinido transcurrió. Ahora las caras muestran ojeras de fatiga, hay gestos de rabia, ojos desesperados que no encuentran qué comprar y guerras incesantes bajo la firma de un diseñador de moda, o en los campos de batalla demarcados por la oferta de este día.

EN LAS avenidas o callejones de la burbuja languidecen las ambiciones de los poseedores de plásticos con límite, frente a los precios inalcanzables de las marcas reservadas para la otra clase social: los de las tarjetas oro o platino, sin límites.

LA FRUSTRACION tampoco es perenne. Siempre hay algo qué comprar, siempre hay algo que cabe en los límites del plástico, y ahí van, con ánimos renovados, a ejercer el sagrado derecho de la democracia de mercado, endeudarse por los próximos seis, 12 o 24 meses, eso sí, a tasas de interés fijas. Uno escoge, ese es su derecho.

LOS DUEÑOS del tiempo (y de la tienda) han decidido que la muchedumbre está cansada, que los héroes se han fatigado y el horario de la batalla ha concluido. Poco a poco los aparadores se apagan y las enormes filas de potenciales deudores menguan.

CONCLUYE LA venta nocturna, aunque aún hay una que otra persona que pide un poco más de tiempo para agarrar lo que sea, lo que quede, como para no irse con la sensación de no ser nadie, de no existir, de no haber comprado nada.

YA EN el estacionamiento, todos parecen rehuir la mirada de quienes los acompañan y miran y remiran hacia los paquetes. Cuentan una y otra vez para cerciorarse de que todo esta allí, que nada se olvidó y por fin, con profundo suspiro, parecen decir que sí, que la próxima vez será mejor.

EN FIN, queda claro, por si alguna vez existió duda, y como han demostrado a este espacio los mexicanos de aquella noche, que después de la política, o más allá de ella, sí existe ¿vida?

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