Usted está aquí: lunes 12 de diciembre de 2005 Opinión APRENDER A MORIR

APRENDER A MORIR

Hernán González G.

Quedarnos, qué darnos

EN EPOCAS DE inhibición de neuronas y perversa exaltación de neurosis, como la navideña, la reflexión es inexcusable, no sólo en torno a los nobles fracasos de mesías, profetas y redentores bien intencionados pero en exceso optimistas con respecto al ser humano, sino también sobre el sentido que puede tener quedarnos, así sea por un rato, mientras otros ya se han ido.

PERMANECER, SUBSISTIR, DURAR, en contraste inevitable con los que ya se fueron, con los que al morir nos dejaron inmersos en el dolor, la perplejidad, el resentimiento o la culpa, casi nunca en la serena aceptación o inclusive el voluptuoso acatamiento de lo que no está en nuestra mano evitar. Parafraseando a Tito puede decirse: "Cuando nació, la muerte seguía ahí".

UN SENTIDO MENOS dogmático o abnegado pero más libre e imaginativo del hecho circunstancial de todavía quedarnos, es: Qué darnos a nosotros mismos y qué dar de nosotros a otros... mientras nos vamos.

JOSE SARAMAGO, POR ejemplo, a sus 83 años ha visto irse a la mayoría de sus coetáneos y, no obstante sus alegres certezas con respecto a Dios y a la muerte -"No creo en Dios y no entiendo cómo se puede aún creer en Dios. Sé que cuando llegue mi hora entraré en la nada y se acabó; habrá también un día en que se acabe todo, también la galaxia, y Dios no se cuestionará qué ha pasado con su creación; son fábulas que no se deberían seguir repitiendo". La Jornada, domingo 13 de noviembre de 2005-, ha permanecido en este plano con la vocación y el talento para hacer magnífica literatura, satisfaciendo su gozo creador y propiciando el disfrute de sus lectores.

VALIENTE Y VALIOSO, el espíritu de este portugués universal espera sereno y creativo el advenimiento de su muerte. Como otros autores talentosos puede rechazar muchas creencias -es su libertad y su derecho, como el de otros suscribirlas- excepto una: su fe de carbonero en la honesta capacidad creadora del ser humano, incluida la suya.

ADEMAS DE ABRAZOS, besos, brindis y baratijas, por estas fechas podemos darnos y dar, entre otros, la novela más reciente de Saramago, Las intermitencias de la muerte, donde, con la agudeza que lo caracteriza, el Nobel lusitano narra el caos que sobreviene en una sociedad cuando ya nadie puede morir.

OTROS LIBROS IGUALMENTE recomendables, ya sin las alucinaciones saramágicas pero relacionados directamente con la cada vez peor entendida tanatología son: Morir es nada, de Pepe Rodríguez, en Ediciones B, sin duda el ensayo de autor español más práctico, alivianado y completo sobre la muerte y el morir. De cara a la muerte, de Isa Fonnegra, en la Editorial Andrés Bello, casi tan completo como el anterior pero sin cuestionar las prácticas al uso. Y, desde luego, La controversia de las eutanasias, de Mauro Rodríguez Estrada, en Botas y Alonso editores, de obligada lectura para no rebuznar a la hora de defender el inalienable derecho de todo ser humano a una muerte digna. Es el único libro mexicano sobre el tema que no infantiliza al lector ni lo trata como discípulo del Vaticano.

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