La luna del 11 de diciembre
De bostezo en bostezo, de arrullo en arrullo, un sociable asoleado debajo del reloj de la plaza recordaba en la soporífera corrida, viendo la luna, la misma de ese otro 11 de diciembre, hace 60 años, en que Lorenzo Garza y Manolete recrearon el toreo soñado con los toros de Pasteje: Buen Mozo, Amapolo, Murciano y Manzanito todos de bandera.
Esa tarde Manolete al toro Buen Mozo, una tempestad con cuernos, un ímpetu capaz de mover una muralla, le cambió el viaje, le bajó las manos hasta hundirlas en el ruedo y le dibujó tres verónicas y una media en el centro del redondel que aún siguen revoloteando. Los ritmos de su capote parecían desprenderse y revelarnos los secretos de esos toros que ya son historia.
Manolete y Garza, colosos de su época, encastados igual que los toros, se disputaban el trono del toreo. Lorenzo corrió la mano pausadamente, siempre a la distancia óptima, la muleta adelantada y embarcaba, templaba y surgía el pase natural, inconfundible, clásico, rematado atrás de la cadera. En el coso se dibujaba la silueta honda de su torear que se prolongaba hasta perderse en el cuerpo al darle los tres tiempos al pase natural. Nada de faenas interminables, tres o cuatro tandas y la plaza enloquecía.
Manolete, que había impuesto su toreo a los mexicanos, se cruzó con Lorenzo y se rindió. Su pase natural de perfil, con la muleta atrasada, en dos tiempos, desapareció; agarzado, ejecutó el pase natural como Lorenzo, dándole la réplica con esa figura estatuaria, en versión "garcista".
En el recuerdo las vivencias palpitantes de una veracidad y sello propio, en cada uno de ellos. En las sombras de la plaza, los viejos aficionados (que pocos vamos quedando) aún esperamos que se repita lo irrepetible. Las corridas de toros se van por un hoyo sin fondo.