Usted está aquí: lunes 12 de diciembre de 2005 Política El desprestigio de los partidos políticos

Javier Oliva Posada

El desprestigio de los partidos políticos

Si bien las encuestas y sondeos de opinión son un referente y no la realidad misma, los datos que aportan nos permiten analizar aspectos de la vida cotidiana no sólo por lo que hace a las preferencias electorales del momento. De incorporación relativamente reciente al ámbito de las ciencias sociales, las encuestas ingresaron junto con las técnicas del mercadeo, el uso intensivo de los medios de comunicación y el manejo de la imagen personal de los candidatos y de los partidos políticos.

En esta primera década del siglo XXI todo indica que, al menos en México, han desplazado -espero que por corto tiempo- al mensaje, a la argumentación y al trabajo efectivo de la política. La capacidad de las organizaciones partidistas se encuentra fincada en su presencia en el territorio, en su capacidad de gestión y, desde luego, en las fórmulas y procedimientos establecidos para que se diriman las controversias internas. La necesidad de promover imagen más que mensaje ha llevado a que se afecte notablemente la calidad de la vida pública.

Es un consuelo inexplicable señalar que porque sucedió en Brasil y el Partido de los Trabajadores o bien en el PSOE en el último gobierno de Felipe González, y más cerca aún con el líder a la mayoría del Partido Republicano, J. DeLay en Estados Unidos, puede entenderse como un fenómeno "normal" del sistema de partidos políticos la corrupción o la compraventa de favores y beneficios. Para abonar en esa ruta de peligro para la democracia y solidez de las instituciones, a propósito del Día Mundial de Lucha contra la Corrupción, Transparencia Internacional dio a conocer sus datos respecto de las instituciones que gozan de la confianza y aceptación de la ciudadanía en varias partes del mundo.

Fueron aplicados 55 mil cuestionarios en 69 países. De ellos, en 45 la peor nota la llevaron los partidos políticos (El País, 10/12/05). Para agravar la situación, se trata del tercer año consecutivo en el que las organizaciones cuya misión es promover la democracia (interna y externa) para velar por los intereses de la nación y sus valores tienen la peor percepción de la ciudadanía en cuanto a imagen. No obstante, lo más serio de esta información es que con ello el efecto pernicioso sobre la política conduce a socavar el prestigio de los parlamentos y, a final de cuentas, de la democracia misma, pues se trata de una contienda entre organizaciones corruptas. Ni a cuál ir.

Exactamente en el sentido opuesto, las mejor calificadas en cuanto a imagen y confianza son las organizaciones religiosas, las no gubernamentales y el Ejército. Para las instituciones que velan por la democracia y para la naturaleza misma de la política, el escenario no puede ser peor. En efecto, porque estamos ante un serio riesgo donde la verticalidad y el orden, lejos de promover la discusión y el debate, el sentido específico de las organizaciones referidas, es la aceptación de la misión como aspecto central. No hay opciones para la discrepancia activa. Quien ingresa a cualquiera de las tres estructuras lo hace a sabiendas de que hay lineamientos que no pueden ser cuestionados, pues ello conduce a poner en tela de juicio el sentido de la pertenencia y la viabilidad misma de la organización.

El desprestigio y la corrupción en los partidos políticos arrastra consigo a las instituciones y procesos electorales en su conjunto. Si se profundiza en esa línea de deterioro, las consecuencias para la democracia y la confianza para que se resuelvan o al menos atenúen algunos de los problemas sociales tenderán a afectar la capacidad de actuación con apego a la ley y la creación de políticas que propicien la igualdad. El radicalismo encuentra su mejor ambiente cuando la ausencia de expectativas es mayor.

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