La Jornada Semanal,   domingo 18 de diciembre  de 2005        núm. 563
 
Ricardo Guzmán Wolffer
entrevista con Sabina Berman

El humor en el teatro

Si no lo había hecho desde antes, con sus obras recientes sobre Molière y Freud, Sabina Berman ha tomado un derecho de piso definitivo en la historia de la dramaturgia mexicana. No tan conocidas como el resto de su producción, sus obras para niños y jóvenes, continuamente en cartelera, la acercan a un público distinto del que siempre la recuerda, por ejemplo, desde Entre Pancho Villa y una mujer desnuda.

—¿Dónde está el humor, en el escenario o en el espectador?

—Todo es comedia; depende de a quién le suceda, si a nosotros o a otros; depende de la distancia de donde se miren las cosas. Cuando nos vemos pequeños en un infinito, todo es gracioso. Todos nos tomamos muy en serio, pero si un gigante nos viera, lloraría de la risa.

—¿Cómo se consigue ese ángulo ambivalente en el teatro?

—No me lo propongo, pero me parecen graciosos los afanes humanos. En el campo de concentración de Auschwitz había un poeta, autonombrado "el poeta de la estrella" (la que les ponían los nazis), que dejó poesía humorística sobre la vida en el campo de concentración. Lo cita León Uris. Todo es cómico si se ve con distancia.

—¿Y con la cuarta pared teatral, formada por ojos ávidos?

—Sucede en los primeros tres minutos. Ahí se establece si será una obra trágico o cómica o tragicómica, propositivamente o no.

—¿En el teatro es mejor el humor involuntario?

—Es la gloria, pero repetirlo en cien funciones es imposible. De hecho, para ser involuntario sucede una vez. Yo escribo sobre todo tragicomedia; es decir, escribo comedia en serio. La intención no es contar chistes, sino una historia relevante, trascendente. Y para que sea trascendente debe tener el elemento de la risa. La risa es el ascenso de la conciencia por encima de la situación.

—En Caracol y colibrí, de tu autoría, los niños se caían de la risa. ¿Cómo sucedía ese ascenso?

—La comedia, en términos psicoanalíticos, es el niño que va por el mundo y su voluntad se logra. Esa felicidad es la comedia. La tragedia es el mundo donde los padres destrozan los deseos cándidos de los otros. Esos padres pueden ser los dioses, como con los griegos; o los enemigos, como con Shakespeare.

—O como Pancho Villa.

—Pero Pancho Villa no lo logra. En Entre Pancho Villa y una mujer desnuda estamos ante un villano frustrado. Si Pancho Villa lograra tener callada a la mujer, sería una tragedia, sería Casa de muñecas.

—¿Cuál es la interacción entre el teatro y el cine? Pancho Villa era un poco distante en cine, quizá porque admirábamos mucho la obra.

—A diferencia del cine, en el teatro hay una total inmediatez.

—Lipovetsky habla de códigos comunes en los espectadores.

—Cuando algo se estandariza deja de ser cómico. El humor depende de la sorpresa. Antes bastaba un "cabrón" o una alusión a la homosexualidad y el teatro se venía abajo. Hoy eso no sorprende. Hoy tampoco existe el humor supeditado a la autoridad. Desde el 2000 ha cambiado esa relación. La gente siente que ha elegido y que lo hará. Están involucrados. Funciona para todo México insultar a un político en particular. Hablar mal de Martha Sahagún funciona en Coyoacán; en la Universidad puede que funcione; pero en las clases populares difícilmente funciona. No están seguros de que sea el enemigo. En cambio criticar a la clase política en general sí causa risa. Yo no hago carpa política, pero observo eso: la clase política no está al nivel de la situación histórica; están preocupados sólo por el poder del día siguiente.

—En Momo, que es teatro fantástico, se mezcla el humor.

—Hay distintas fuentes para el humor. Está el del niño que golpea al padre y lo derrota. Pero está también la fuente más pura de humor, que es el momento donde la conciencia salta sobre la circunstancia: tiene pequeñas o grandes iluminaciones. En Momo el espíritu trasciende a la ley de la gravedad, o triunfa sobre el tiempo: el tiempo camina para atrás o se congela. En Momo hay una risa suave, sin carcajadas. Aunque los niños aplauden cuando el tiempo se va para atrás: lo ven en el montaje que dura cuatro minutos en reversa.

—La visualización del absurdo, de lo no esperado, ¿tendrá otras variantes en tu obra?

—Sí, la trascendencia del espíritu sobre las circunstancias está siempre en mis comedias. ¿Para qué reproducir la vida en el teatro? La acción teatral sucede entre la vida y el silencio, entre la acción real y la inacción.

Molière es tu obra más dramática sobre el humor.

—Habla directamente del humor: el tema es la antigua querella entre la tragedia y la comedia, entendidas como maneras de pensar, sentir y actuar en el mundo. Son religiones distintas. Se pueden dividir todas las prácticas sistematizadas de vivir, incluyendo las religiones, en cómicas y trágicas. Las cómicas van en busca del placer, mientras más inmediato mejor; celebran la diversidad en las formas de existir, creen en un Dios laxo que deja hacer y cuyo silencio, el silencio desde el que observa nuestros quehaceres, es la risa. Las prácticas humanas trágicas, en cambio, creen en el sacrificio, en posponer el placer, en la importancia del dolor, en el heroísmo, en la guerra, en un dios muy metido en nuestros asuntos con dos varas, una para medir el mal y la otra para medir el bien. Un dios entrometido, medidor, severo.

—En el teatro mexicano brilla Hugo Argüelles, con sus seres animalizados que luchaban entre eros y tanatos. ¿Será una veta?

—Hugo es un moralista. Enseña en su teatro la moral de la libertad. Yo fui auxiliar en la creación de Los gallos salvajes, que es la única tragedia que funciona, y no como melodrama grave, de la literatura mexicana. Al ser jurado en el premio de humor, del Nacional de Periodismo, al presenciar cortos televisivos humorísticos, pensé que Bejarano debía recibirlo. Lo comenté, pero nadie se rio. Estaba entre gente muy seria. Un recurso clásico de la comedia es el engaño. Es lógico que nuestros políticos sean muy graciosos. Desde hace cuarenta años vemos la política como mentira. Buscamos que cambie. Pero al ver los anuncios que hablan de la decencia de políticos que no son consistentes, no sabes si dormir, llorar o reír.

—¿En el teatro de la política nos urge que caiga el telón?

—Nos urge que no haya telón. Que no haya ocultamiento.