Ojarasca 104 diciembre 2005


Las cartas están echadas

El año por iniciar pinta para convertirse en ensayo general de lo que será México en el futuro. Y como ya hoy es inevitable, el destino y la acción de los pueblos indígenas será una pieza clave, indispensable, en ese futuro. Llegan las campañas políticas del 2006, la derrama de dinero transparente y turbio, los candidatos en horario triple A, el paisaje invadido hasta la náusea por la unipersonal propaganda de señores y señoras que aspiran a hacerla con la gracia de nuestro voto y el de los Grandes Electores: empresarios, banca trasnacional, gobierno yanqui, medios electrónicos y, last but not least, el narcopoder. Y si no, que le pregunten al pri de Madrazo. Unos pretenden ganar, otros conservar impunidades.

Simultáneamente transcurrirá la otra campaña, iniciativa del ezln que apela a la organización de los de abajo para explorar vías alternas a la viciada y aún insuficiente "nueva" democracia. Su impulso indígena busca expandirse a otros sectores y movimientos sociales, pero se mantiene como columna vertebral y pegamento del fragmentario espectro alternativo, donde quiera que se le encuentre.

"Entre los pueblos indígenas ha comenzado a afianzarse la idea de sus derechos como pueblos. Y ese es un fenómeno que nadie detiene, no está sujeto a la vo-luntad del Estado mexicano", escribe el abogado mixteco Francisco López Bárcenas.

"De acuerdo con esta idea, el derecho se mide, más que por la eficacia de la norma que lo regula, por la legitimidad de quien lo reclama. El poder tiene sentido en la medida que quien lo detenta lo reparta entre todo el grupo hasta el grado que a él no le cree privilegios, en lo cual se traduce el famoso 'mandar obedeciendo', y la ciudadanía no se mide por alcanzar determinada edad, sino porque se está en actitud de asumir compromisos sociales y se cumple con la comunidad".

En el libro Los movimientos indígenas en México. Rostros y caminos (Centro de Orientación y Asesoría a Pueblos Indígenas, Juxtlahuaca, Oaxaca 2005), escrito con la pasión de un actor de la historia que documenta, y polémico desde cualquier punto de vista que no sea el suyo, López Bárcenas se sumerge en las aguas de los movimientos indígenas de la década reciente, un periodo crucial para estas luchas, cuando por primera vez en su historia ocuparon el centro de la atención nacional y pusieron a prueba la legitimidad del Estado nacional y la vigencia de la Constitución en un país profundamente injusto y desigual.

López Bárcenas, colaborador de Ojarasca desde hace 15 años, pone a discusión el papel jugado por las organizaciones del movimiento indígena desde los polos "más visibles" que representan la Asamblea Nacional Indígena Plural por la Auto-nomía (anipa) y el Congreso Nacional Indígena (cni). A la primera le cuestiona con severidad su preferencia por la búsqueda de posiciones en las estructuras institucionales (partidos, congresos o dependencias federales, un tema en el cual ya él mismo se ha quemado las pestañas), y el uso ambiguo y poco aterrizado de una verdadera autonomía indígena, que no ha prendido en las "regiones pluriétnicas" de su inicial concepción. Al cni le reclama su dispersión.

También subraya el paradójico curso del movimiento indígena, a contracorriente de otros sectores populares en cuanto a la necesidad de nuevas leyes para el país. A partir de los Acuerdos de San Andrés, la demanda de otro marco constitucional chocaba con obreros y campesinos que veían (y ven) cualquier reforma como una amenaza a sus derechos: "Los obreros luchaban por mantener intacto el artículo 123 de la Constitución y la ley laboral; los campesinos porque el 27 constitucional regresara a su contenido original, para evitar que las tierras comunales y ejidales entraran al mercado; los estudiantes exigían que no se reformara el artículo 3 de la Constitución, que garantiza la educación gratuita".

Los indígenas luchaban exactamente en sentido contrario: "que se reformara la Carta Magna para que ellos pudieran defender sus derechos, además de que no peleaban por una reforma cualquiera, sino por una que cuestionaba la estructura misma del Estado y exigía sus transformación".

Los pueblos originarios, siempre acusados de "tradicionalistas" y hasta "conservadores", se han convertido en la base de una transformación constitucional que detenga al poder que desfonda las leyes más avanzadas y populares del legado liberal y revolucionario para poner la Nación en subasta. Esta contradicción persiste, pero se adecúa a la luz del encuentro entre todos los de abajo, mientras el neoliberalismo-capitalismo avanza y podría tornarse más autoritario de lo que ya es.


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