Usted está aquí: martes 20 de diciembre de 2005 Opinión El ocaso del futuro: globalización y migraciones

José María Pérez Gay / II

El ocaso del futuro: globalización y migraciones

Casi siempre el punto de partida de las teorías sobre las migraciones es el supuesto -por lo común no demostrado- de la naturaleza sedentaria del ser humano, que permanece en un lugar tras una fuerza no lo impulsa a la mudanza constante. Pero el sedentarismo no es una de las características genéticas de nuestra especie, sostiene Enzensberger, sino más bien es una costumbre tardía y vinculada con la invención de la agricultura. En un principio fuimos, al parecer, cazadores, recolectores y pastores. Según esta creencia, los flujos migratorios se encuentran en proporción directa a los grados de pobreza o riqueza de cada sociedad; los individuos más sometidos por la pobreza extrema serían los más propensos a emigrar. No obstante, la lista mundial de las naciones más pobres dista de coincidir con la de los países con un alto grado de migración. La migración no siempre equivale a escapar de la miseria y demandar con angustia la sobrevivencia, sino más bien obedece al aprovechamiento de oportunidades para quienes tienen más talento, más experiencia, tradiciones colectivas y mejores canales y redes de información.

Inmigrar es algo más que cruzar la frontera. El proceso de separación y adaptación del inmigrante se limita, desde esta perspectiva, a una estricta dicotomía entre "el antes y el después" de cruzar la frontera. La ideología administrativa del "no tenemos lugar, nos invaden" se perpetúa de este modo como mecanismo de regulación social, cuyas connotaciones derivan en legales e ilegales; ciudadanos y delincuentes; peligrosos y asimilables; admisibles y rechazables; tolerables e intolerables.

Cuando hablamos de la migración mexicana en Estados Unidos, se nos olvida con frecuencia que el momento de cruzar la frontera es sólo una de las multiples formas de la migración contemporánea, y su cruce es un momento peligrosísimo y traumático -no sabemos el número de caídos en la frontera- de un proceso social que comienza, para muchos, en una tradición de los abuelos y que se prolonga, para otros tantos, en la memoria histórica inabarcable a partir de 1848, un capítulo climático de la larga historia de las relaciones entre México y Estados Unidos. El último informe de la Oficina del Censo de Washington menciona a 41.3 millones de hispanos en el país, sin definir su situación migratoria, vale decir: esa cifra puede incluir a los residentes ilegales. "La mayor minoría del país", los mexicanos -como les gusta decir a nuestros paisanos- es responsable de la mitad del crecimiento de la población de EU: 2.9 millones de habitantes entre julio de 2003 y agosto de 2004.

Por otra parte, las comunidades mexicanas han comenzado a establecerse en estados de la Unión donde su presencia hace algunos años era inexistente, como por ejemplo Dakota del Norte, las Carolinas y Atlanta, así como también nuestros migrantes salen ahora de los estados de la República que nunca antes habían conocido la migración masiva, Veracruz, Tabasco, Campeche, Chiapas. Según la Oficina del Censo, uno de cada siete habitantes de Estados Unidos es de origen hispánico, cifra sin precedentes.

Nuestra afinidad más honda con los mexicanos residentes en Estados Unidos no es política sino moral; en el transcurso de las últimas décadas, las comunidades latinas han cobrado importancia no sólo como electores, sino también como consumidores: el año de 2004 gastaron más de 55 mil millones de dólares en vestidos, comidas y bebidas. Las expectativas económicas de esas comunidades son imprevisibles; su nota distintiva, la entrañable relación con sus familias lejanas. Las recuerdan no por sus carencias, sino por los vínculos que fundaron.

Las estadísticas son una brújula que marca el norte del futuro. En la década de 2050, 25 por ciento de la población estadunidense será latina; si su poder adquisitivo es de 700 mil millones, en 2008 será de un billón de dólares. Uno de cada tres latinos es menor de 18 años, y tres de cada cuatro viven en California, Texas, Nueva York, Florida, Illinois, Arizona y Nueva Jersey; 42 por ciento por ciento de los habitantes de Nuevo México y 97 por ciento de la población del este de Los Angeles es de origen mexicano; existen 653 publicaciones nacionales, y los periódicos latinos venden un millón 700 mil ejemplares a la semana en Estados Unidos; uno por ciento de los políticos electos en Estados Unidos son de origen latino, y 22 de los 435 senadores y representantes estadunidenses son de origen mexicano. Para terminar, en 2005 los mexicanos enviarán remesas de 20 mil millones de dólares a México.

Temo ser malinterpretado: no quiero reducir el problema de la migración mexicana a cifras, quiero entenderlo. Y así comprender nuestro presente y nuestro futuro. No se trata de la llegada sólo de pobres, sino de jóvenes mexicanos que vieron en Estados Unidos un extenso abanico de oportunidades vedadas en su país. Las oleadas migratorias nunca han sido indiferentes a ningún país receptor. La hostilidad supera siempre la convivencia pacífica y los estereotipos a los datos objetivos. La xenofobia y el racismo son no sólo practicados, sino legitimados por cualquier ideología. Pero desde el momento en que, ya sea por la globalización de la economía o por la digitalización de las comunicaciones, nuestra experiencia diaria de "los otros" se transforma.

La historia demuestra que los debates sobre los conflictos migratorios tienen una tradición centenaria: al seguir las conferencias internacionales de los sindicatos o las actas de las asambleas de organizaciones como la ONU, la OCDE o la OIM, se comprueba que el extranjero y su presencia han sido siempre objeto de preocupación política y económica. Tal vez las novedades más reseñables de los últimos flujos migratorios sean, por un lado, los cambios que han experimentado los países sureuropeos. Después de haber constituido, durante décadas, países de intensa emigración, son ahora países de inmigrantes. Por el otro, en este marco de las migraciones europeas, existe la estrategia política de volver homogéneos todos los procesos de aceptación o rechazo de migrantes en la Unión Europea.

La decisión del Congreso de Washington de construir mil kilómetros de bardas en la frontera con México, sobre todo en zonas de alto ingreso de migrantes, como por ejemplo en las regiones entre Tecate y Caléxico, en California; Columbus, Nuevo México y El Paso, Del Río, Eagle Pass, Laredo y Brownsville, en Texas, ha venido a complicar aún más nuestras relaciones; al declarar a casi 11 millones de indocumentados fuera de la ley, es decir deportables, se vuelve imposible un acuerdo migratorio racional entre ambos países. Frank Sharry, director ejecutivo del Foro Nacional de Inmigración, insiste en que es muy poco sensata la idea de que los indocumentados regresen a su país de origen. El 70 por ciento de los indocumentados que llegaron a este país han permanecido más de cinco años. "Las visas de trabajo que se les ofrecen son temporales", dijo, "pero sus trabajos y sus vidas están en Estados Unidos."

Quizá la mejor salida sea la de John McCain, senador republicano de Arizona, y coautor con Edward Kennedy, senador demócrata de Massachussets, de un proyecto de ley bipartidista que cuenta con el apoyo de los grupos pro inmigrantes. El plan McCain-Kennedy propone que, si cumplen con ciertos requisitos, los indocumentados salgan del reino de las sombras, paguen una multa de 2 mil dólares, obtengan una visa por seis años, aprendan inglés, y se pongan en la fila para reglamentar su situación migratoria, sin abandonar el país. "Hay muchas empresas que dependen de esa mano de obra", manifestó McCain, "y esos indocumentados tienen hijos que ya son ciudadanos estadunidenses."

Emigrar es algo más que cruzar la frontera. La infancia y la familia son esenciales en la vida de todos los hombres, particularmente en la de los emigrados. Antonio Villaraigosa, alcalde de la ciudad de Los Angeles, es uno más de los orgullos que distan de ser excepcionales. El hecho de ser hijo de una inmigrante mexicana pobre y de sentirse siempre un poco extranjero entre los estadunidenses lo hizo sufrir, es verdad, pero, lejos de ser un hándicap, lo ayudó a ver con mayor claridad y penetración las posibilidades y los laberintos de la democracia de Estados Unidos.

 
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