Usted está aquí: lunes 26 de diciembre de 2005 Deportes Barata de orejas navideñas en la novena corrida

Barata de orejas navideñas en la novena corrida

LUMBRERA CHICO

Con un pleonasmo (toros de Vaca) y tres ternos de luces rellenos de carne de cañón (Humberto Flores, Alberto Huerta, y Antonio Bricio), la novena función de la temporada un poco menos chica 2005-2006 no vendió más de 500 boletos en la Monumental Plaza Muerta (antes México), donde el cartel cambió tres veces en el curso de la semana pasada al calor del enfrentamiento de Rafael Herrerías con la Asociación Nacional de Matadores de Toros y las repercusiones internacionales de su antojadiza y sospechosa actitud.

Pese a que el público adquirió sus boletos la mañana del jueves para ver a Flores con Chilolo y el ibérico Antonio Barrera, la exclusión de éste le abrió un espacio a Huerta, quien tras la salida de Chilolo subió al segundo puesto y le cedió el tercero a Bricio, para mayor indiferencia del Gobierno del Distrito Federal y de la delegación política que no lo representa en Mixcoac.

Helado el aire, vacío el embudo, hicieron el paseíllo tres hombres hambrientos de triunfo, resueltos a jugarse la vida ante nadie, sin dudar en arrodillarse a los pies del empresario que los esclaviza y romper con la organización gremial que trata de protegerlos. El escaso público no podía dejar de pensar en aquel personaje de Jack London, el del cuento El boxeador, que a edad muy avanzada pelea en un ring de cuarta con un muchacho que le desdibuja la cara y le impide ganar el parné que, iluso, esperaba llevar a su hogar para la cena.

En el tétrico "festejo" de ayer, el esquirol Flores no ocultó su desesperación ante Don Ernesto, que se le quedó parado, y Valladolid, que tenía patas de cemento, dos negros bragados de hermosa lámina pero nula bravura con los que intentó de todo, excepto banderillear, que no sabe. Dos tandas con la derecha, muy rápidas, ligando trapazo a trapazo sobre piernas y un bajonazo discreto al segundo le valieron una oreja ratonera concedida por la sirvienta que a las órdenes de Herrerías despachaba como juez.

Más patética fue la actuación de Huerta, embutido en una taleguilla que le quedaba grande en la zona glútea y que, urgido de pagar el parto de su hija recién nacida, penó con el manso Andrés, otro negro bragado, cornalón y soso de soponcio, que se le revolvió por la izquierda y le asestó un golpazo en el cráneo, además de fracturarle la nariz. Turulato, el valiente diestro se levantó para cuajarle una tanda de derechazos y matarlo de sartenazo delantero, para que algunos conmovidos pañuelos en los tendidos desiertos sacaran a balcón el del juez, y Huerta recibiera la primera oreja de su vida en este coso, misma que paseó llorando por las miserias de su malhadada carrera de torero del tercer mundo.

Llegado de última hora a la pachanga, Bricio atendió a Don Pedro y Valerio, dos preciosos mansos perdidos con los que nada pudo sacar en claro, el primero de los cuales hirió de tremenda cornada en la pantorrilla derecha al banderillero Apolinar Mendoza, mientras el segundo huyó por toda la arena de principio a fin y murió después de dos avisos del señor Ramitos.

 
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