Usted está aquí: miércoles 28 de diciembre de 2005 Política La derecha en su caracol

Luis Linares Zapata

La derecha en su caracol

Revestida con densas togas de eficiencia empresarial y al verse en su propio espejo, la derecha sólo alcanza a declamar el atraso programático de la izquierda. Anclada en los preceptos del acuerdo de Washington de pasadas décadas, la derecha reclama, de manera airada y hasta compulsiva, la irredenta tendencia catecúmena de la izquierda. Al presentar ante el espejo su alegado cuerpo modernizador, la derecha percibe, como reflejo consistente, los contornos de una izquierda anquilosada, resentida y violenta. Nada provoca a la derecha el autoanálisis o la crítica de su naturaleza y accionar. Envuelta en sus ropajes de pureza inherente, a gritos altisonantes denuncia la infinita corrupción que atisba por todos los lados y en los trasfondos de sus rivales.

Al mirarse en su propio espejo no despedaza ni trasquila o desmenuza la imagen que, de manera por demás enérgica y cruda, le envía la realidad. Esa derecha que pulula a sus anchas por los pasillos de palacio, por salones rentados para la exposición de estudios conducidos por centros económicos de bancos y organismos multilaterales, por los organismos cúpulas empresariales, en la cátedra de institutos de investigación, por todos los micrófonos y las pantallas de los medios de comunicación masiva donde va alertando, con aparente base metodológica y experiencia sin par, el peligroso advenimiento al poder de una izquierda opositora. En todos ellos se advierte sobre la inminente catástrofe no sólo para un México desprevenido e inocente, sino para toda Latinoamérica, para el continente completo, incluida la sede de sus miradas, el imperio mismo de sus pulsiones, del factible arribo de la izquierda al centro de las decisiones políticas, al Ejecutivo federal de este centralizado país.

La derecha se regodea en sus declarados objetivos de llevar al país al primer mundo, de subir escalones en la economía comparada, de obtener diplomas de eficiencia y espaldarazos de ISO 9000. Vive para vislumbrar un México exquisito, lleno de finuras para los que se esfuercen en conseguirlas, hombres y mujeres de bien que siempre buscarán, en exclusiva, a los que les sean afines, de su clase, de sus gustos y apariencia.

La derecha insiste, tras poco más de 25 años de promesas, quiebres y tropiezos varios, que ya falta poco para mostrar resultados. Que, a pesar de ello, el cambio ya llegó, que México no puede optar por otro rumbo porque ya se transformó en eso que un avejentado Vicente Fox de voz pastosa dice, machaca hasta lo inverosímil en espot tras espot, que los electores deben prolongar, al menos otro tanto, el camino emprendido. De menos un sexenio adicional y, de preferencia, ese periodo que podría capitanear el niño adelantado del panismo, el de pura cepa, el que se siente como los de la sub 17 después de vencer al Creel de todas las preferencias de Palacio.

La derecha en el poder insiste en renovar sus alicaídas promesas de crecer a ritmos mayores a 7 por ciento con la sola profundización del modelo actual. Ese modelo que reconoce, como única salida, la de una fábrica volcada hacia fuera, dominada por trasnacionales que se venden y compran entre ellas, el de las maquilas y la exportación de crudos al por mayor. En ese país de empresarios exitosos las carencias y los errores no existen y, si los hay, son menores y de poca monta.

De no alcanzar el horizonte del progreso entrevisto por la derecha, la culpa recaería, de nueva cuenta, en una oposición que ha descubierto el juego macabro de desear y hacer la mala obra de bloquear las reformas pendientes, ésas que ha llamado estructurales. Las que darían un finiquito a la entrega sin condiciones de la riqueza nacional al capital extranjero. La derecha, agrupada entre las filas del PRI y el PAN, descarta, por intransferible situación y variadas circunstancias, los vientos continentales que soplan hacia la izquierda.

Para la derecha sólo hay personajes indeseables, caóticos, malvados que se refugian en llamados estériles de odio y rencor. Al relicario donde habitaba el diablo mayor cubano ahora se le agregan, resumen a coro los voceros de la derecha, otros perfiles, el del populista Hugo Chá-vez y, de sopetón, el de Evo Morales, un indio casi analfabeto e irresponsable. En cuanto se descubra el de su vicepresidente Alvaro García Linera, un matemático formado en la UNAM, se les unirá para completar el recuadro del horror. Los datos duros del crecimiento de la economía cubana (11.3 por ciento para 2005) y el promedio logrado por Venezuela en los últimos cinco años (4 por ciento contra los 1.8 por ciento de México) no tienen cabida en el griterío de denuestos.

La derecha, aun la educada del Colmex o el Cide (para no mencionar los tecnológicos privados), sigue anclada en iracundas filípicas en su intentona por exorcizar al populismo estilo Luis Echeverría. Aquel que endeudó al país por su dispendiosa conducta, por su alocado trajín, por su verborrea y dislocado final. No se recuerda, porque es un punto molesto para la realidad que acarrea el neoliberalismo, el ritmo de crecimiento del PIB logrado en tal periodo y su consistente mejoría en el reparto del ingreso. Parecidas referencias hacen los derechazos, cuando sus furias se desatan, a la administración de López Portillo. A éste lo acusan, además, por la rampante corrupción, magnificada por la súbita riqueza petrolera que tan poco tiempo duró.

Otros aspectos de la izquierda, sobre todo aquellos de naturaleza estrictamente personal, los que atañen a las virtudes del ser individual, poco se mencionan o, de plano, se minimizan en medio de llamados a la "rampante corrupción" de un Bejarano o de aquel jugador en los casinos de Las Vegas que trabajaron con AMLO. De grosera manera se soslayan los enormes gastos que la derecha ha hecho durante los meses previos a la campaña formal. Dineros que nadie ha dicho de dónde salen, quién los aporta, bajo qué condiciones se entregan, cómo se recolectan. Lo cierto es que entre el PRI y el PAN llevan gastados (en radio y telera solamente) 900 millones de pesos, más los que se les deben adicionar del Distrito Federal que, entre dos aspirantes, ya juntan otros 150 millones. Y eso sin contar lo que eroga, como base de apoyo, la Presidencia o los favores otorgados a Televisa en impuestos, casas de juego y leyes a modo.

 
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