Usted está aquí: sábado 31 de diciembre de 2005 Política Tres deseos de fin de año

Arturo Alcalde Justiniani

Tres deseos de fin de año

suele decirse que el último día del año es una buena fecha para construir deseos sobre el futuro. Por lo pronto, desde mi natal Chihuahua, acompañado de una copa de sotol, me vienen a la mente tres deseos para el próximo año.

El primero es pensar en un país con menos simulaciones. En todos los espacios de nuestra vida social, tanto públicos como privados, nos agobia la contradicción entre lo que decimos ser y lo que verdaderamente somos, entre lo que declaramos abiertamente y lo que creemos en nuestro fuero interno. En esta hipocresía se centra el desprestigio de buena parte de los actores políticos del país; cada vez se hace más evidente que la practican los empresarios, los líderes sindicales, los legisladores, los jueces, y un sector importante de la sociedad forma parte de una vieja cultura, que se reproduce con extrema facilidad: los hijos aprenden de los padres, los subordinados muy pronto de sus jefes. La simulación y la hipocresía aparecen en todos los ámbitos, los ejemplos sobran. La firma del incremento a los salarios mínimos en días pasados da cuenta de ello; los líderes protestan públicamente por el magro incremento y concluido su discurso se retiran en sus ostentosos automóviles para vivir como grandes empresarios, mientras sus afiliados siguen padeciendo los "realmente mínimos salarios".

Superar la simulación supone una transformación integral de nuestra sociedad; esto incluye al mundo de las normas, las costumbres y las prácticas más añejas, e implica un proceso de transformación en el que la congruencia sea valor esencial en todos los ámbitos de la vida, incluido el de la familia.

El segundo deseo es transitar hacia una sociedad propositiva, en la que sea tarea común diseñar y estar dispuestos a poner en práctica propuestas que solucionen los problemas de nuestra realidad; no limitarnos a echar todas las culpas al sistema, a los gobiernos o a los que consideramos nuestros adversarios. Si no estamos dispuestos a pagar más impuestos, tendríamos la obligación de sugerir mecanismos reales de financiamiento para cubrir el gasto público; si estamos en contra de las reformas pensionarias deberíamos plantear fuentes alternativas de recursos, que sirvan para sostener el modelo que deseamos; si estamos en contra del sistema de partidos políticos, deberíamos sugerir cambios que transformaran estas instituciones de representación política. Criticar sin propuesta deja un vacío que sólo reproduce fracasos y frustraciones, situación que impide construir proyectos comunes entre aquellos sectores que podrían transitar por la misma senda. Es decepcionante confirmar que existen grupos que teniendo tantos intereses e intenciones en común se enfrentan por su incapacidad para compartir soluciones.

Un ejemplo de incapacidad para instrumentar propuestas ha generado la crítica más fuerte al gobierno federal. Cuando Vicente Fox tuvo la oportunidad de convocar a la reforma del Estado no confió en las propuestas diseñadas y prefirió continuar con las reglas esenciales del viejo sistema, desperdiciando la oportunidad de encauzar la gran energía popular, ansiosa de cambios, que buscaba un destino diferente, una nueva justicia, un nuevo acuerdo social, una distribución distinta del poder, en suma, la posibilidad de vivir mejor. Ser propositivo supone un esfuerzo multidisciplinario, una visión estratégica de los problemas, invertir nuestros propios recursos en la construcción de alternativas, una elemental disciplina en el diseño de las hipótesis y un acercamiento a las limitaciones que acotan las propuestas a la realidad, que siendo en ocasiones tan brutal está muy lejana de los discursos que pretenden ser popularmente atractivos. Ser propositiva no desmerece en nada a una persona, por el contrario, la enaltece. Una sociedad tan llena de vicios como la nuestra debe ser cuestionada cotidianamente; la mejor manera de lograrlo es acreditando una vía realista de hacer las cosas de forma diferente.

Un deseo adicional sería transitar a una sociedad más autogestiva. La mayor parte de los reclamos sociales se canalizan en contra del gobierno, exigiéndole que tome decisiones que la comunidad por sí misma debería asumir. Nuestra sociedad carece de formas asociativas intermedias auténticas; existen muchas simuladas que desprestigian la organización de la sociedad civil y que impiden la existencia de una cultura de responsabilidad compartida. ¿Cuántos partidos, asociaciones políticas, de abogados, ONG o sindicatos son únicamente un simple negocio personal? Los gobiernos y buena parte de los dirigentes políticos promueven una relación directa con el pueblo, confiando en una subordinación. Los sistemas sociales más desarrollados y democráticos dan gran espacio a múltiples formas de asociación, en los campos productivo, laboral, cultural, deportivo y solidario. Una sociedad organizada a partir de sus propios barrios y comunidades construye el poder capaz de solucionar buena parte de las necesidades, impidiendo de cierta manera que los gobiernos destruyan los vínculos de identificación y apoyo en la base de la sociedad. Entendemos que los gobiernos y la política se deben a la gente y no al revés; la jornada electoral que se avecina parece estar construida en el viejo modelo político, que canaliza toda clase de recursos para persuadirnos de rechazar un cambio a esta cultura.

Es claro que los tres deseos están vinculados entre sí; la simulación está presente en muchas sociedades de membrete, las propuestas se plantean sin el sustento debido y las organizaciones políticas, particularmente los partidos, temen en el fondo que la sociedad actúe por sí misma. Nada se pierde con tener buenos deseos, sobre todo al calor de un buen trago de sotol. ¡Salud!

 
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