Usted está aquí: martes 3 de enero de 2006 Opinión Avatares del mercado

Teresa del Conde

Avatares del mercado

Las subastas no fijan precios, pero sirven de indicador. Esta nota trata de un fenómeno de mercado que se presentó el mes pasado. Lo conozco en detalle gracias a las atenciones de Georgia McDonald, colaboradora de la Christie's neoyorquina, que cuenta entre sus anales con un personaje casi legendario por sus acciones a veces conflictivas: me refiero a Christopher Davidage, oficial ejecutivo en jefe entre 1993 y 1999, de nacionalidad británica.

Sobre la subasta de Christie's llevada a cabo entre el 15 y 16 del mes pasado, hay varios puntos interesantes que deben analizarse, todos sobre precios. Es lo que me propongo comentar a continuación.

El índice de la puja, no el precio calculado, es indicio del éxito alcanzado por los subastadores, que en este caso fueron dos: Barbara Strongin y Piers Davies. La primera logró una de las ventas estrella por una pieza que no estaba valuada en precios millonarios: un interesantísimo anónimo peruano del siglo XVIII, de formato oval, de 87 por 65 centímetros.

Lo que fascina del asunto es que se trata de una pintura "ilustrada", es decir, influida por el Siglo de las Luces, realizada al parecer en 1770 y comentada, entre otras, por personalidades como George Kubler y Martín Soria en un libro conjunto sobre arte y arquitectura en España, Portugal y sus dominios coloniales.

La historiadora peruana Bianca Premo ha hecho una especialidad investigando los orígenes de esta representación, en extremo curiosa, que ostenta en la parte inferior de la tela una leyenda: "Dónde se ha visto en el mundo lo que aquí estamos mirando. Los hijos propios gimiendo y los extraños mamando". Desde su proveniencia original del Montevideo de los 50, la pintura se titula América nutriendo a los niños de la nobleza española.

La nodriza es una mujer con cara de madonna, coronada de oro, ricamente ataviada y sentada en un trono con palio que ocupa el centro de la composición. El trono se ubica en un paraje similar al que ostentan los paisajes que representan los cuatro ríos del Paraíso Terrenal; son parterres de flores y árboles por los que deambulan animales de diferentes especies. Ella se encuentra rodeada de siete niños, todos alejados de la edad del amamantamiento, con edades aproximadas de cinco años, más o menos. Tres son criollos, otros tres mestizos y uno, mulato. Están ataviados con lujo. Dos de ellos aprietan los pechos de la mujer con bastante fruición.

La alegoría se lee de arriba abajo, de modo que en la parte inferior se encuentra la contrapartida a la acción nutricia. Varios niños indígenas, desnudos, están sufriendo las torturas que genera el hambre. Los flanquean dos parejas andinas; la de la izquierda corresponde a un soberano inca, calzado con sandalias de correa alta, tipo arcangelesco. Sabemos que es un rey porque empuña el cetro en la mano derecha. Su compañera es mestiza y sostiene una cesta de flores.

La contrapartida, también con atavío regio, es un mestizo con tocado de plumas que quizá corresponda al héroe peruano por antonomasia: Tupac Amaru, que encabezó una importante rebelión entre las comunidades indígenas por la misma época en que la pintura fue realizada, o acaso años después. En todas formas los síntomas de la misma están allí prefijados por la alegoría que pergeñó el pintor anónimo, que se queja de la ingrata nodriza, personificadora de América.

Quien adquirió la pieza se llevó una joya histórica, pero tuvo contrincantes y eso me lleva a analizar el caso. Los precios calculados para las obras más im-portantes del siglo XX en esa subasta son muy superiores al alcanzado por la que comento, pero ésta fue la obra que logró la venta estrella, toda vez que su adjudicación superó en mucho las previsiones, que fluctuaban entre 30 y 40 mi dólares.

Se vendió en 66 mil, algo que no ocurrió con el cuadro con mayor propaganda: La junta militar (1973), de Alejandro Botero, una pintura que, sin querer o no, posee matices de crítica política y reúne a ocho personajes con diferentes atavíos militares, tres de ellos a caballo. Los cálculos para este cuadro de 234 por 194 centímetros iban de 750 mil a 950 mil dólares; se vendió en 912 mil. Edward J. Sullivan, conocido entre nosotros, escribió un largo análisis de la pieza, publicado en el catálogo a dos páginas.

Otro Botero, muy gracioso, una glosa del Matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck, tampoco alcanzó la previsión superior, pese a que se le añadía "gratis", o como premio, un cuadro más pequeño que representa a un French Poodle, toda vez que el perrito que simboliza la lealtad en el cuadro flamenco original no le cupo al colombiano en su glosa y por eso lo "retrató" aparte.

Hubo varias piezas que se subastaron en beneficio de ciertos museos: el Metropolitan, Los Angeles County, el de Detroit. Todas alcanzaron precios altos debido a que, como se trató de ventas de beneficencia, los impuestos correspondientes se cancelaron.

Posiblemente la pieza maestra de esta subasta fue un gran cuadro de Roberto S. Matta (1911-2002) , que se titula Guardia. ¿qué de la noche?, que hace referencia directa a la Guardia nocturna, de Rembrandt, algo que se le escapó anotar a quien la comentó en el catálogo.

Fue venta estrella porque el precio previsto para este cuadro de 299 por 993 centímetros, pintado en 1968, fueron de 500 a 700 mil dólares, y se vendió en 990 mil 400. Aquí lo que contó fue, no sólo la deducción del impuesto de venta, sino la procedencia. Perteneció al afamadísimo coleccionista Alexander Iolas; de sus manos pasó al propio Metropolitan de Nueva York, que decidió venderlo para ampliar sus posibilidades de compra. Así están las cosas.

 
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