Usted está aquí: jueves 5 de enero de 2006 Opinión 2006, año electoral

Adolfo Sánchez Rebolledo

2006, año electoral

La ridícula tregua dictada por el IFE está llegando a su fin. En unos días más comenzará el registro de los candidatos a la Presidencia con toda la parafernalia acostumbrada. Habrá declaraciones, discursos, gritos y sombrerazos en la explanada ante los mismos consejeros que pidieron silencio a los políticos. Y la maquinaria comenzará funcionar a todo vapor. Ya sabemos que en las contiendas actuales importa menos lo que digan los candidatos que la intensidad de la propaganda mediática, es decir, las "imágenes" fabricadas por los publicistas para vender un producto más en el mercado. Sin embargo, cuenta, y mucho, algo que no se puede esconder: los intereses que juegan detrás de cada sonrisa, la naturaleza de los compromisos y el carácter del proyecto que cada uno de ellos representan. Decir que todos son iguales es hacer un servicio a los que predican la neutralidad política, esto es, la indiferencia ideológica y, en última instancia, el conformismo con el mundo establecido. No es verdad que la única opción al alcance de los electores sea votar por una personalidad, o sea, por el candidato más simpático o el que tenga mejores publicistas. Eso influye, sin duda, pero aun en la democracia estadunidense, donde las diferencias de fondo se ocultan bajo el velo de la defensa del sistema, hay temas importantes que distinguen a unos de otros y hacen de cada elección un punto crítico en la vida pública.

Por eso, insisto, no podemos olvidar un aspecto básico de la lucha política donde quiera que ésta se dé: la presencia de intereses concretos buscando ventajas, la confrontación entre modos de ver y entender la sociedad y, en definitiva, la pugna entre actitudes morales discordantes.

La situación política mexicana ha venido evolucionando desde la victoria del PAN en 2000: a la vieja disputa entre autoritarismo y democracia que ocupó un largo periodo de nuestra historia contemporánea, sucede la necesidad de deslindar con claridad los contenidos de la democracia mexicana, es decir, de elegir el rumbo que la República ha de seguir para alcanzar los objetivos nacionales consignados en la propia Constitución de 1917.

En ese sentido, la sucesión presidencial de 2006 se presenta, más bien, como una disyuntiva entre izquierda y derecha, como una confrontacion abierta entre los partidarios que buscan alternativas a las políticas hegemónicas y dominantes y quienes se parapetan en la defensa de un orden que garantiza estabilidad, pero propicia la polarizacion social. En definitiva se trata de cómo se concibe el lugar de México en un mundo globalizado que obliga a racionalizar esfuerzos y recursos más bien escasos.

Los partidarios del establishment pretenden que ese tema está resuelto y que sólo se trata de aumentar la competitividad de la economía, pero no dicen una sola palabra sobre la desigualdad, el empleo y un sinfín de asuntos de enorme repercusión social que jamás se colocan en el centro de la accion oficial. Pretender hacerlo sería una vuelta al pasado estatista; es no entender nada de lo que ocurre en el mundo moderno. La experiencia latinoamericana demuestra que la globalización no anula, sino refuerza el hecho nacional y, junto con él, la necesidad de ampliar los horizontes de los pueblos.

La crisis de soberanía, tal como se entiende en algunos círculos de la empresa, es una "crisis de la nación" y, por tanto, supone el abandono de toda postura que no sea "integrarse" al reino dominante. La izquierda, en este punto, se opone por igual a la sumisión de la derecha empresarial y panista como al cinismo integrador oculto bajo el falso nacionalismo del priísmo.

Pero la izquierda no podrá ganar la batalla a la derecha sin movilizar a todos los inconformes, es decir, a las multitudes desencantadas del foxismo y los numerosos sectores populares aún agrupados bajo las filas del priísmo. Tener la mayoría en las encuestas no garantiza la victora en la urnas. Para ello hace falta unir y convencer a muchos más, cancelar el sectarismo y poner por delante los intereses generales. Es obvio que ésa no es tarea de un solo partido, aunque éste fuera mejor que el PRD. Ganarle a la derecha presupone tener la mayoría, independientemente de sus cartas de afiliación partidista. Y de eso se trata la campaña.

El Año Nuevo, año electoral por excelencia, arranca con una novedad: la inclusión del EZLN en gira por la República al frente de lo que se ha nombrado la otra campaña, en clara alusión diferenciadora al momento y la coyuntura. Está por verse si este esfuerzo definitivamente extraparlamentario es capaz de influir y cómo en lo que hagan los demás para ganar el voto, si le sirve a unos -¿quiénes?- en detrimento de otros, o si, como han dicho, el suyo es en realidad un intento autónomo destinado a probar la futilidad de la vida democrática tal como existe, con estos partidos y estas instituciones. Veremos.

 
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