Usted está aquí: jueves 5 de enero de 2006 Opinión Queridos Reyes Magos

Olga Harmony

Queridos Reyes Magos

A mi bisnieto mayor, un niño de siete años, le pidieron en la escuela que expresara tres de-seos y una de sus respuestas fue que todos los niños del mundo tuvieran qué comer. Y aunque me solidarizo con ese deseo, al que podría añadir muchísimos más que suponen un mundo más justo que no veré, pero que debe llegar, me tengo que limitar a desear lo apenas posible en el campo que me corresponde, que es el del teatro. Si L.P. Harteley empieza el prólogo de su novela -que daría lugar a una notable película dirigida por Joseph Losey y con guión de Harold Pinter- El mensajero con la muy citada frase: ''El pasado es un lugar extraño: allí las cosas se hacen de otra manera'', el extraño país de mi infancia rebosaba de esperanzas en que la educación -y en ésta se incluía al teatro- nos llevaría a un mundo mejor. Conservo un libro que le fue dado a mi hermano como premio por su aplicación en la escuela, Teatro y poemas infantiles en que Concha Becerra Celís, la autora, expresa su convicción de que el teatro escolar es un instrumento que conducirá a la alborada de una sociedad sin clases, lo que ahora podría sonar demagógico, pero que en su momento, para la escritora y aun para quienes publicaron su libro, resultaba no sólo posible sino necesario.

Después de este párrafo, cuyos tintes personales espero que el lector perdone, he de confesar que mi solicitud a los Reyes Magos es tan chiquita como la de un niño pobre a quien sus padres convencieron de pedir sólo lo que esté al alcance de su bolsillo. La experiencia -y me remito a Brecht, cuyas obras nunca pudieron influir en las masas alemanas para que rechazaran al nazismo- nos confirma que los contenidos del arte teatral ya no mueven la conciencia de los espectadores. Pero eso no quita que la cultura artística haga a las personas más reflexivas y pensantes y abra horizontes muchas veces negadas a quienes no lo disfrutan. Y esto me lleva, nuevamente, al teatro.

Los viejos sueños de muchos teatristas de realizar obras cuyo contenido despertara una conciencia social, se han evaporado de muchas maneras. Me refiero a los grupos contestatarios, de mayor o menor calidad, que en el lugar extraño en que las cosas se hacían de otra manera tuvieron como ejemplo mayor la lucha legendaria de los campesinos chicanos encabezados por César Chávez a quienes apoyó Luis Valdez con su Teatro Campesino. Pero eso no quiere decir que otro teatro, de contenidos diferentes pero propositivo y de calidad, hecho por profesionales, no conduzca a dotar de un espíritu crítico y sensible a los espectadores. Lo saben quienes ofrecen un buen teatro escolar en el DF y en los estados, lo sabe Luis de Tavira quien, con su maravillosa carreta diseñada por Philippe Amand, lleva buen teatro a las localidades más apartadas de Michoacán, en donde ahora reside, crea y enseña.

Las entradas para el teatro son caras para una población cada vez más empobrecida y todos sabemos que producirlo no es barato, por lo que es difícil abatir costos, máxime si se toma en cuenta que los creadores escénicos viven de su trabajo. Es por eso, queridos Reyes Magos, que les pido que inspiren al candidato por quien pienso votar, Andrés Manuel López Obrador, para que incluya en su agenda la manera de que los espectadores de pocos recursos puedan ver ese teatro, tan alejado del mediocre amateurismo, que los profesionales saben hacer con calidad y que los conocedores llaman de arte y los necios tienen por elitista. Quizás un modo sea obsequiar con buen tino entradas para las obras que producen las instituciones, mediante acuerdos con INBA y UNAM, lo que permitirá que mucha gente pudiera disfrutar de los autores nacionales e internacionales, apreciara a los clásicos, tuviera una disyuntiva ante la alienadora camisa de fuerza de la televisión comercial. Sin duda, existen muchas otras maneras.

Y otra cosa, queridos Reyes Magos. Que al repararse la vecindad de Mesones 42, cuna del teatro contemporáneo en México con el ya mítico Ulises, se convierta en un escenario para teatro profesional de cámara, como supe que solicitó un brillante teatrista y que se piensa convertir en un nuevo Faro. Los Faros cumplen su cometido y, según se sabe, el Faro de oriente lo ha hecho con creces, pero lugares para crear escuelas de artes y oficios existen de sobra en la capital y este pequeño espacio es simbólico en la historia de nuestro teatro.

 
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